VAMOS a ver si le ponemos un poco de cordura a todo esto del calor. Todavía tengo amontonados varios expedientes verdaderamente plañideros sobre el frío que hace en invierno, la lluvia que cae y el viento que sopla. Os ha dado por describir la meteorología natural de los ciclos invernales y veraniegos en función de alertas y alarmas cuando alcanza niveles máximos. Esta semana habéis pasado por varios colores, del amarillo al naranja y en algunos lugares hasta rojo por un viento sahariano. No, perdón: por el viento sahariano. Es un fenómeno que siempre ha estado ahí y que pasa tres o cuatro veces por la península ibérica entre junio y octubre. Hay lugares en los que se superan los 40 grados y en otros no se pasa de 30. Por la misma razón que hay sitios que se califican desde tiempo inmemorial como “la sartén de Andalucía”, por poner el caso, y no existe “la de Euskalherria”. Aquí es cosa de 24 o 48 horas y adiós. No seré yo el que se meta a terciar en el debate sobre el cambio climático y los fenómenos meteorológicos que puede provocar. Eso sí que va a ser para verlo, cuando las temperaturas elevadas aceleren el desprendimiento de masas polares que enfríen el mar y den lugar a fenómenos atmosféricos de congelación en latitudes no acostumbradas. Habrá quien diga que eso no es calentamiento, que es glaciación. Y yo me reiré lo que corresponda. Pero, mientras llega el Armaggedon, a ver si no os volvéis locos. Estamos en verano; eso implica que hará más calor y habrá que hidratarse más y evitar las horas centrales de exposición al sol. Pero no está prevista una cuña de desertización entrando por Subijana. Y pasará. Y dentro de un par de meses seguro que habrá quien se lamente de que no ha habido verano. Que tampoco se ha podido disfrutar de más de cinco días seguidos de sol y que Euskadi tropikala no ha dado tanto de sí como para dejarse en casa la rebequita cuando se sale de romería. A mí, lo que sí me parece que habría que avisar es lo de los mosquitos. Salgo de la semana acribillado y no había alerta naranja.

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