FurorFama ¡a bailar!,

El programa acabó con la segregación por sexos del original, pero no con los famosos minipuntos que pasaron a denominarse minicantis, y eran una réplica en miniatura del presentador. ¿Lo pillan? Los espectadores tampoco. Y para que la onda expansiva del absurdo llegara a todas partes, los equipos de famosetes que se enfrentaban pasaron a denominarse los Bemoles y los Guacamoles, no fuera que alguien se creyera que esta verbena -en la que Cantizano se reservaba el primer baile de karaoke, como el novio de una boda- fuera en serio.

Pese a que Antena 3 lo colocó chupando rueda del éxito de Tu cara me suena, también en pleno prime time, el programa pinchó nada más arrancar y acabó arrinconado a las tantas de la madrugada.

Les faltó una sintonía pegadiza como aquella de Furor que imprimiera algo de personalidad a este anodino programa, y una silla en la que su presentador se quedara quietecito un rato poniendo el contrapunto a los desbocados concursantes. Pero sobre todo, les faltó la sabia combinación de desgana, chulería e ironía que le ponía Alonso Caparrós y las ganas de implicar al espectador en lo que allí pasaba. A cambio, sufrimos a un sobreactuado Jaime Cantizano que se esforzó muchísimo por quitarse la etiqueta de cotilla y parecer enrollado echándose cansinamente al suelo un programa sí y otro también fingiendo que le desbordaba una diversión invisible a ojos del espectador.

Dando la nota fue, en definitiva, un programa con mucho público alborotado y famosos gritones a los que poco les importaba desafinar, como esos vecinos que celebran una farra nocturna a destiempo, cuando el resto del bloque madruga o prepara un examen. Lo que no tuvieron en cuenta es que lo suyo se arreglaba con solo apretar un botón en el mando a distancia, así que seis programas después, sin terminar siquiera el verano, Antena 3 puso la nota final: Do, re, mi, fa, sol, la... fin.