Bilbao - Desde pequeña ha tenido vocación de Phileas Fogg. Ha recorrido muchos países buscando costumbres gastronómicas que a algunos les revolverá el estómago y a otros, los más osados, les hará salivar de placer.

¿Qué países se ha metido en la mochila en esta nueva etapa de ‘Me voy a comer el mundo’?

-Chile, Argentina, Australia, Hong Kong, Irlanda y Noruega. Este programa me sirve de excusa para conocer la cultura de cada país que visito y acercarme a los ciudadanos que viven en cada uno de estos lugares. Viendo cómo comen, ves también su forma de vida, sus costumbres y sus valores.

Supongo que más de un menú sorprendente, ¿no?

-Muchísimos. En Hong Kong probé los platos más raros. Sopa de serpiente, por ejemplo. Además, me sacaron las serpientes para que yo eligiera una, las tienen hacinadas en cajones?

¿Y tiene que elegir usted qué serpiente quiere que maten para hacer su sopa?

-Ja, ja, ja? Las eliges en función del tamaño y del color. Se cree que las serpientes tienen funciones curativas, sobre todo para el reuma en la espalda, la toma mucha gente mayor. También probé el tofú apestoso.

¿Perdón? ¿Apestoso?

-Allí lo condimentan con especias. Cuando te acercas al puesto donde lo elaboran, casi te das la vuelta porque huele fatal. Yo fui a dar una vuelta por allí con una hongkonesa y a ella le apasionaba tanto el olor como el sabor. También probé la saliva de pájaros.

La verdad, hay que tener mucho estómago para hacer un programa como el suyo.

-Ja, ja, ja? Allí, la saliva de pájaros es una delicatesen y cuesta mucho dinero. Es muy difícil extraerla, la sacan de los nidos. Si tienes el poder adquisitivo suficiente para hacerte con ella, lo puedes comprar porque es muy buena para prevenir las arrugas y el envejecimiento.

¿Y cómo se come la saliva de pájaro? No lo imagino.

-Yo la probé de un bote, como si fuera mermelada. Es como una gelatina transparente y tiene un sabor muy azucarado, yo supongo que añaden azúcar.

¿No le da repelús probar todas esas ‘exquisiteces’ gastronómicas?

-Muchísimo. La saliva de los pájaros me costó muchísimo comérmela; pensar en lo que estás comiendo no te hace ninguna gracia. Lo que he aprendido durante mis viajes es que no puedes tener prejuicios. Hay platos que están realmente buenos pese a que suenen raros o que se confeccionen con ingredientes que en nuestras cocinas no se usan.

¿Hay alguna comida normal en esas ‘apetitosas’ cocinas del mundo que usted visita?

-Depende a lo que tú llames comida normal. A lo mejor lo que tú consideras normal a ellos les horroriza. En Madrid tomamos mucha casquería y si tú vas y explicas en otros países que comes callos de vaca o de cerdo y de qué parte del animal salen, seguro que pondrán cara de asco. Para ti pueden ser platos normales y para otros no. Creo que hay que tener la mente muy abierta.

¿Dónde come cuando viaja a estos lugares en restaurantes o en casas particulares?

-Hacemos una muestra muy diversa de la gastronomía del lugar. Vamos a mercados para ver el género, a restaurantes con estrellas Michelin, a puestos callejeros donde hay una señora cocinando en un fuego improvisado en el suelo y a casas particulares. Es la parte más distinguida del programa, la comida en casas de gente local. Todas las personas que nos enseñan la ciudad es gente local que habla español. Vamos a sus casas para que nos cocinen algo típico y es lo que nos permite conocer algo más que su gastronomía comercial.

¿Qué muestran las casas que visitan?

-Formas de vida distintas. Por ejemplo, en Noruega todo lo que hay en las neveras es ecológico y orgánico. Los noruegos están muy preocupados por su salud alimentaria. En Hong Kong también les preocupa su bienestar y tienen todo tipo de setas, toman sopa de serpiente o saliva de pájaros por motivos de salud. Entrar en las casas de la gente local de los países que visitamos nos aporta mucha información, vamos más allá de la comida.

¿No ha dicho nunca: Esto yo no me lo como?

-Muchas veces, pero acabo cayendo sin que nadie me obligue. Creo que cuando peor lo pasé fue cuando llegué a un puesto de comida callejera en Tailandia que tenía una diversidad impresionante de insectos y bichos diferentes. Ya sabes, saltamontes, grillos, ancas de rana y, entre otros, había una cucaracha enorme, que era como la mitad de mi cara.

¿Se la comió?

-Al ver ese bicho, miré al director y al cámara del programa y le dije: Que sepáis que eso no lo pienso probar. No dijeron nada, sabían que yo motu proprio, como soy tan curiosa, iba a acabar probándolo.

¿Qué le pareció esa cucaracha gigante?

-Una de las cosas más desagradables que he comido nunca. Normalmente, fríen la cucaracha. Le quite la cabeza, al principio me supo a fritanga, fue cómo si te metieras la piel de una gamba en la boca, de repente me empezó a saber a fresa. Le pregunté a la tailandesa que estaba conmigo por qué sabía a fresa y me dijo que eso era porque lo último que había comido la cucaracha que me tocó a mí fue una fresa o una golosina de fresas?

Pues menos mal que fue una fresa.

-Ja, ja, ja? Exacto. Fue muy desagradable saber eso.

¿Por qué se mete en la aventura de viajar por el mundo para mostrar sus comidas?

-Porque es lo que siempre me ha apasionado. Desde pequeña les pedía a mis padres que me mandaran al extranjero y ellos se sorprendían mucho cuando estaba fuera y hablaban conmigo, tendría trece o catorce años. Cuando me preguntaban si tenía ganas de volver, les contestaba siempre que me quedaría un tiempo más.

¿Cómo le gusta viajar?

-A mi manera, no me gusta irme a un viaje organizado, ni intercambios. Lo que he hecho es buscar experiencias diferentes como irme a casa de un primo de un amigo de mi padre en Chicago para tener una experiencia local, ver cómo viven. Yo soy muy foodie, siempre me ha gustado la comida, en casa siempre se ha comido muy bien. Mi abuela es gallega, pero toda la herencia gastronómica era de su suegra que era vasca. Algo que en mis viajes no podía pasar por alto era comer.