M ás de veinte años después de El declive del imperio americano, el canadiense Denys Arcand completa ahora su trilogía de análisis social con su última película, La caída del imperio americano. Y es que, según adelanta el director, es una radiografía de los valores imperantes hoy día planteada desde la esperanza en el futuro, pues en una sociedad dominada por el dinero, aún quedan personas cuyos valores están por encima de él. “El mercado manda”, asegura, al inicio del filme, el protagonista Pierre-Paul -Alexandre Landry-, un intelectual resignado con un doctorado en Filosofía que afirma que “su inteligencia es un hándicap”, pues considera que tanto los escritores como los filósofos, al igual que los políticos -con mención especial para Donald Trump- son unos “cretinos”.

El personaje de Landry se ve obligado, a pesar de su formación, a trabajar como repartidor porque “se gana más dinero que como profesor”, una profesión que los protagonistas de las precuelas El declive del imperio americano y Las invasiones bárbaras ejercían con orgullo. Sin embargo, su rutinaria vida cambia cuando se ve envuelto en medio de un atraco que deja varios muertos y dos bolsas llenas de dinero sin dueño.

De este modo, aunque La caída del imperio americano no esté estrictamente relacionada con El declive del imperio americano (1986), su director sí reconoce que ambas obras tratan de ser un “reflejo de la sociedad actual, marcada por los valores que atribuimos al dinero”, que para él no es más que “un instrumento de cambio”. Y es que, según desvela, su objetivo cuando hace una película es intentar, a su manera, “cumplir con una consigna secular: actuar como espejo de la vida y el tiempo”.

Por ello cree que “todos estamos sometidos al imperio americano, incluso en los rincones más remotos de nuestro planeta”. Un imperio que, opina, “se está muriendo y sus convulsiones nos afectan en toda su brutalidad”. Por ello, además de plantear un dilema ético que pone al espectador en la tesitura de decir qué haría si encontrara dos bolsas repletas de millones, cuestiona la omnipotencia del dinero: “¿Encontraremos antibióticos lo suficientemente potentes para luchar contra esta gangrena?”, concluye.