En el almanaque de la memoria de Saint Gaudens tintinean las vidas cruzadas del Tour. La de Patrick Konrad será recordada en un día gris, lluvioso y tedioso, sin alma en la general, que domina Pogacar a su antojo. El austriaco no lo recordará así. Para él fue un día luminoso. A Konrad le supo a gloria, como a Darrigade, que se adjudicó la gloria desde la grieta del duelo entre Federico Martín Bahamontes y Charly Gaul, peleados en el Aspen y el Peyresourde, en 1959. O el día en el que Tom Simpson, el hombre que se recuerda por la fatalidad, por su muerte mientras agonizaba ciego por el dopaje en el Mont Ventoux, su lápida, se personó de amarillo tres años después. El drama siempre está presente en el Tour. Luis Ocaña, el tremendista, levantó los brazos en el Saint Gaudens en 1970. Fue su estreno en la Grande Boucle, la carrera que conquistó furioso en 1973. Dos años antes, el 12 de julio, una grave caída bajo una tormenta feroz en el Col de Menté le obligó a abandonar el Tour con el amarillo ensangrentado. Ocaña acabó el día en el hospital de Saint Gaudens. El genio de Priego aventajaba a Eddy Merckx en más de siete minutos. La diferencia de Pogacar no es tanta pero lo parece en el despertar de la tercera semana, la definitiva. El esloveno dispone de 5:18 sobre Urán.

Es necesario un viaje en el tiempo de dos décadas que conducen a los dominios de Armstrong en el 2000 para encontrar un vacío mayor. Entonces, el texano disponía de una renta superior a los siete minutos sobre su sombra, que en realidad no lo era. Pogacar vive una vida paralela al resto. Ni Froome, en el pináculo de su éxtasis en el Tour, dispuso de semejante colchón. El líder silbó otra vez desde su mecedora. El esloveno tarareó con las manos en los bolsillos, fiel a su manual de estilo en días de entretiempo. La fuga no le inquietaba, si acaso, enarcó una ceja, mientras celebraba que el Tour se pusiera la chaqueta. Al esloveno no le entusiasma el calor. Cuando más fría la carrera, mejor. Él es el deshielo. El líder situó al ralentí a sus hombres. Alrededor del líder nada sucedía. Pogacar congela el Tour.

Bambolea el termómetro en la Grande Boucle, alocado, que sube y baja la escalera de temperatura con las prisas de un incendio. De la canícula, el término asociado al julio francés, que factura calor, viró el tiempo al frío. No para castañear los dientes, pero sí para sacar la ropa de abrigo en Pas de la Casa. Para quitarse el frío de encima, siempre puñetero, con tendencia a abrirse paso como un escalpelo hasta los huesos, se encendió la hoguera, las piernas achispadas del día de descanso liberadas entre cotas pirenaicas de piel de otoño en verano. Frondosos los bosques, exuberante el verde de las moquetas que colorean los Pirineos, las carreteras avejentadas, ojerosas, se agitó el enjambre de dorsales hambrientos por el jornal hasta que empastó un grupo dispuesto para la aventura con Aranburu, Konrad, Colbrelli, Gaudu, Matthews, Skujins, Bakelants...

En el Col de Port eran muchos los que compartían sintonía, pero después de anestesiar el Col de Core, la primera encrucijada, era Patrick Konrad quien mandaba al calor de un día destemplado. El austriaco se sentía en casa en ese ambiente de aspecto lúgubre, una ventana abierta a la melancolía que atrapó al pelotón, donde la carrera estaba en estado catatónico a la espera de nuevas vivencias en los Pirineos, donde las próximos episodios se antojan capitales para la lucha del podio. Este miércole se concentran en 65 kilómetros el Peyresourde (13,2 km al 7%), Val Louron-Azet (7,4 km al 8,3%) y Portet (16 km al 8,7%); en total, 4.375 metros de desnivel positivo.

En el Col de Portet-d’Aspet, Konrad laminó al resto. Los dejó en el chasis. El austriaco era el más fuerte. Le rastreaban Gaudu, el escalador francés que subía como la espuma en la general, y Colbrelli, el esprinter al que no le molestan los quebrantos del trazado. A Alex Aranburu le pesaron más. El de Ezkio supo sufrir y se agarró con los dientes. El grupo del guipuzcoano embridó a Colbrelli y Gaudu. Konrad, obsesivo, no cedía ni un palmo a pesar de los relevos reservones de sus perseguidores, que calibraban cada pedalada de esfuerzo. Gaudu elevó las prestaciones Côte d’Aspret-Sarrat restó una decena de segundos a Konrad, que tomó más precauciones que en el descenso anterior, donde no le asustó ni la lluvia, que tanto hace temblar. El grito húmedo de la lluvia fue una arenga para su búsqueda del tesoro. El austriaco vestía los tirantes de los contables que sostienen las gafas de cerca en la parte baja de la nariz y el lápiz en la oreja.

Atravesados por las balas de agua, Konrad mordisqueaba su mejor día. En Quillan fue segundo. Nunca había catado la espuma dorada de champán, la bebida que refresca las victorias. Una cortina húmeda le recibió en Saint Guadens. Konrad se empapó de alegría bajo la tribuna del antiguo circuito de carreras. Colbrelli dio tiempo al grupo, en el que Aranburu concluyó sexto en meta. Para entonces Konrad había gritó su conquista. Con el austriaco camino del podio, Van Aert zarandeó el grupo del líder en el descenso definitivo hacia Saint Gaudens. El belga provocó un corte que no hirió a nadie entre los de la general, felices en la tregua de una día gris que iluminó Konrad.