Joseba Beloki (Lazkao, 12 de agosto de 1973) tiene el honor de haber sido el último corredor vasco en subir al podio de París. El ciclista gasteiztarra se coló en el cajón de los Campos Elíseos tras acabar tercero en su debut en el 2000 y repetir puesto un año después, mientras que en 2002 ascendería hasta el segundo puesto. Lo suyo con la carrera francesa fue un flechazo a primera vista. Ahora, más de dos décadas después de divisar el horizonte de la capital parisina desde el segundo peldaño del podio de la Grand Boucle, Beloki echa la vista atrás para recordar su experiencia en una ronda francesa que ha sido su gran “sueño”.

¿Qué es el Tour?

–A nivel deportivo es el tercer evento más importante del mundo y podemos decir que es el sueño de Joseba Beloki.

¿Es una carrera tan monstruosa, como dicen, que acaba engullendo al corredor?

–Es una carrera muy complicada, con muchísima tensión, muchísima difusión, muchísima presión, pero sobre todo creo que es una carrera que te da muchas satisfacciones.

¿Qué recuerda de su debut en la carrera francesa?

–Un poco de todo. La parte de novato, de niño... Descubrir el Tour el primer año con el resultado que tuve, la verdad es que es algo todavía difícil de digerir, pero así es la vida. Te pone por ese camino y yo puedo decir que lo aproveché.

¿Salió con la idea de disputarlo o a usted también le sorprendió verse entre los mejores ya al borde de la última semana?

–Salí con la idea de un trabajo hecho para estar con mis dos líderes que eran Ángel Luis Casero y Christophe Moureau, y luego la carrera me puso en su sitio.

El hecho de ir de tapado al no estar entre los favoritos y tener dos líderes como Casero y Moureau en el equipo, ¿le pudo favorecer y le quitó presión?

–En ningún momento tuve presión porque como no sabíamos lo que iba a ocurrir al día siguiente pues vas pasando etapas y ya está. Es cierto que al final ves que tienes el podio a poquitos segundos y esa era mi motivación. Pero bueno si reventaba, reventaba. Igual entraba más en los planes que hubiese reventado en esa última semana a que hubiese rematado.

Habría días de tensión y nervios ya cuando le tocaba defender el tercer puesto. ¿Qué sensaciones recuerda de etapas como la de la Madeleine, por ejemplo?

–Era un puerto que se me había dado mal siempre, un puerto del que no tenía muy buen recuerdo y eso psicológicamente me hizo también bastante daño. Pero resarcirme de ese momento, salvar el puesto en Courchevel y, sobre todo, jugármelo todo en la última contrarreloj fue algo que me ayudó, en especial a posteriori.

El podio se iba a decidir al borde del final con una crono en la que se la jugaba con un compañero de equipo del Festina, que era francés, Christope Moureau. ¿Cómo fueron los días previos?

–Yo siempre digo que lo que pasó esos días fue una de las mayores satisfacciones que tengo dentro del mundo del ciclismo. No es fácil, ya que estábamos hablando por aquel entonces del futuro del ciclismo francés, que iba cuarto e iba muy bien en contrarreloj y yo tenía muy poquita renta. Tuvo un primer parcial demoledor en su favor, pero al final poquito a poquito pude conservar esa renta que tenía y siempre recordaré esa llegada a meta. Ese abrazo que nos dimos, me imagino que él tendría esa frustración por ser cuarto del Tour, en Francia, con un compañero suyo, tercero y sería para él un momento complicado, pero vi un abrazo sincero en todo momento.

¿Recuerda qué se le pasó por la cabeza cuando ya en meta ve que va a ser tercero del Tour?

–No. Quizá fue un momento de satisfacción plena, pero sigo diciendo que me costó mucho digerirlo. Todavía no soy consciente de todo aquello que viví en aquel momento. Simplemente el hecho de que Ullrich no me pillase en la crono, yo ya sabía que estaba haciendo un buen tiempo. Por momentos deseé que pasase y ya así tenía una referencia para ir, pero justo pasé meta y me cogió y fue cuando me dio una palmada en el culo. En ese momento dije... ‘ostras he hecho buena crono’. Ahí lo vi. Te lo van diciendo por el pinganillo, pero tampoco te lo acabas de creer. Hasta que lo ves y yo sabía que si Ullrich no me había cogido hasta la línea de meta, es que había hecho buena crono.

Viendo la tensión que existe hoy en día ya que hay equipos que no pueden tener dos gallos en el mismo corral, sorprende su buena relación con Moureau, que entonces era su compañero y a la vez rival.

–Sí. Eso fue la labor de equipo. Juan Fernández como director de equipo lo hizo estupendamente bien. Los dos bloques, tanto el de aquí como el francés, estábamos muy bien sincronizados. Es cierto que en ningún momento tuvimos la necesidad de hacernos daño y creo que el decidirlo todo en una contrarreloj fue lo más justo. Al final es uno contra otro, las fuerzas individuales de cada uno y en este caso me tocó a mí el quedarme con ese tercer puesto. Por eso repito, que fue una relación cordial y el abrazo fue sincero.

¿Es el primer podio su mejor recuerdo?

–No tengo recuerdos del primer podio.

Entonces, ¿cuál es el mejor recuerdo de su carrera?

–Posiblemente el segundo. Siempre digo que el segundo fue el que más lo disfruté, porque lo disfruté doble. Por el primero y por el segundo a la vez, pero bueno me hubiese hecho ilusión haber disfrutado más el primero.

Un año después repetiría. ¿Cómo vivió esa segunda vez en el cajón de París? ¿Qué sensaciones le dejó la carrera ese 2001?

–Cambiaron mucho los roles. Ya todo el mundo esperaba el que pudiese repetir y eso hacía que apareciese algo llamado presión. Para conseguir algo que ya había conseguido. No sabía si mejorar. No sabía mi capacidad cómo iba a estar. Fue un Tour que me lo tomé muy diferente.

¿Lo disfrutó?

–Sí, sí. Yo los Tours siempre los he disfrutado. Así como en el 2000 no lo viví mucho, en 2001 fui a ver recorridos, conocía las etapas, hicimos un estudio de los sitios más complicados y de los sitios que más nos podían beneficiar. Todo eso se hace y al final ese trabajo te crea cierta presión y había que sobrellevarla.

También notaría que le mirarían más y estaría más vigilado. ¿Cómo llevó esa presión?

–Como ciclista me abstraía bastante de toda esta historia. Mi personalidad me ayudaba a llevarlo bien, ya que me escaqueaba bastante. En aquella época era diferente a la de ahora, en la que puedes leer un tuit y te puede destrozar en unos segundos. Nosotros no teníamos esa historia y la verdad es que la presión la llevé bastante bien por aquellos años.

La renuncia de Ullrich en 2002 le abrió la puerta a subir un peldaño y no falló ya que acabó segundo. ¿Satisfecho con ese tercer podio?

–A ver subí un puesto y hay que tener en cuenta la ausencia de Ullrich. Pero recuerdo que Rumsas me lo puso bastante difícil. Siempre digo que no he tenido un Tour fácil y que he tenido que luchar hasta el final. Fue un Tour difícil y acabé muy satisfecho.

Se le acusó entonces de conservador, pero viendo la diferencia que había con Armstrong parecía una quimera aspirar a más y quizá arriesgar hubiese supuesto no llegar al cajón, ¿no?

–Desde un sofá siempre ha sido fácil atacar. Esto es como meter gol o dar un pase. Yo veo el pase fácil en una retransmisión, pero cuando estás ahí, al que le duelen las piernas es a ti. Creo que es fácil decir que atacar para ganar el Tour era lo idóneo, pero para eso había que hipotecar muchísimo. Yo sí que me la jugué en el Ventoux, intenté moverme y al final estuve a punto de perder todo.

¿Le llegaron a molestar esas críticas?

–En absoluto, porque el que hace esas críticas es porque no sabe de ciclismo.

Al año siguiente sí que arriesgó y llegó la terrible caída camino a Gap en el descenso de La Rochette cuando se encontraba a solo 40 segundos del tejano. ¿Se arrepiente visto lo que pasó?

–No, no. No me arrepiento de nada. Fueron circunstancias de carrera. Fue una etapa complicada, en la que hicimos a nivel estratégico lo que en ese momento había que hacer. Asumí cierto grado de valentía, cuando me puse delante ya que nunca había cogido las riendas de un pelotón en un descenso. Pero bueno es lo que tocó.

¿Ha sido el momento más duro de su carrera?

–Sí. Es duro porque ves que se ha terminado todo. Cuando estás roto, lo sientes y desde el primer momento yo sabía que estaba roto.

¿Fue de las pocas veces que vio debilidades en su rival? ¿Se encontró ante un Armstrong más humano y se quedó con la duda de que igual podría haberle batido?

–No lo sé. Siempre se va a quedar en el aire. De la misma manera que en el Tour del 2000 no sabía qué iba a pasar al día siguiente, tampoco sé que habría pasado ese año. A Armstrong quizá no le estábamos viendo como otros años, pero el Tour demostró finalmente que estaba fuerte y consiguió la victoria.

¿Cómo recuerda la relación con el estadounidense en carrera?

–Bien. Normal. Siempre educada. Tengo otra sensación con Ullrich, con el que era todo más normal ya que estaba un poco más a nuestra altura. El caso de Lance era distinto. Era industria pura. La industria de Hollywood, sus guardaespaldas, sus amigos, pero conmigo se portaba bien y no tengo pegas con eso.

¿Imponía?

–No, en absoluto. Me hacía gracia de vez en cuando.

Hablando de Armstrong, ¿entiende que, una vez que fue sancionado por dopaje y le retiraron sus siete victorias, no les concedieran los triunfos a los siguientes clasificados, en su caso el Tour de 2002 en el que acabó segundo?

–No entiendo que se haya dejado en blanco. En el proceso de Lance no voy a opinar porque creo que ni Dios sabe verdaderamente qué es lo que ha pasado ahí, pero no estoy de acuerdo en que se deje la clasificación en blanco. Todo lo relacionado con Lance se ha dejado en blanco, cosa que no ha hecho el Comité Olímpico. Eso es con lo que no estoy de acuerdo.

¿Tiene la espina clavada de no haber podido lograr alguna victoria parcial a nivel individual?

–Donde me jugué el podio en el Tour fue en la lucha con ellos. No conseguí estar en el podio por pillar una fuga de diez minutos. Siempre era en una lucha con ellos y ellos siempre fueron más fuertes que yo.

Al menos, pudo ganar una por equipos. ¿Qué tal supo?

–Muy bien. La satisfacción más grande que he tenido en mi carrera fue aquel día. Sobre todo por la filosofía del equipo en la lucha contra el crono, la sensibilización que había con la disciplina. Había tanto estudio, tantas cosas. Era como una religión para el equipo y, por eso, cuando consigues la victoria pues imagínate qué alegría.