“No guardo rencor a nadie y no quiero saber quién ha sido el culpable de todo este embrollo. Quiero olvidarlo cuanto antes para pensar dentro de unos meses que ha sido una pesadilla”. Es el deseo que expresó en voz alta Perico Delgado, corredor del Reynolds, el 21 de julio de 1988, tras revocarse el positivo por dopaje que se le imputó injustamente en la cronoescalada a Villard de Lans. “No creo que esto empañe para nada mi actuación y la de mi equipo”, anticipó. Y, ciertamente, el contratiempo no le impidió ser el ganador de aquel Tour.

Al segoviano se le realizó un control antidoping en el que se detectó la presencia de probenecid, corroborada en el posterior contraanálisis. Este producto, sin embargo, no figuraba en la lista de sustancias prohibidas por la Unión Ciclista Internacional, tal y como adelantó en su día DEIA, por lo que no había lugar a sanción, por más que la organización del Tour de Francia se resistiera a anularla. “El Tour se gana dando pedales y no en los laboratorios”, defendió Perico y hasta su máximo rival, Steven Rooks, le dio la razón. “Prefiero ser segundo antes que ganar por descalificación de Delgado. Ha demostrado ser, con diferencia, el mejor ciclista de este Tour y creo que se merece, por derecho propio, llegar de amarillo a París”, reconoció. Eso es deportividad y lo demás son tonterías.

Partidario de los controles antidoping en todos los deportes, Perico se mostraba disconforme con “las normas que se siguen en el ciclismo”. “Es uno de los deportes más inhumanos que existen y más castigados por esos controles. Hay una mala interpretación del doping. La gente piensa que cuando se da positivo en un control ya eres un drogadicto”, denunciaba. El grueso del pelotón parecía opinar lo mismo. De hecho, al día siguiente realizaron un plante de diez minutos “como protesta por la legislación antidoping y la actuación de la organización en el affaire de Delgado”.

Donde no se hacían controles antidoping era en las calles, aunque la droga circulaba causando estragos. Prueba de ello es el alijo de heroína valorado en 800 millones de pesetas que se incautó en un piso de Bilbao. Lo que sí que se realizaban eran controles de alcoholemia en las carreteras. De hecho, en un anuncio se informaba de que pensaban efectuarlos desde el viernes a las cinco de la tarde hasta el lunes a las cuatro de la madrugada, se pedía “perdón por las molestias” y se daban las “gracias por no beber”. Curiosamente, como si se diera por aludido, desde el titular de la noticia impresa justo encima, Delgado aclaraba: “No me gusta tomar nada”.

También saltaron a portada esos días las inundaciones de Gipuzkoa, que causaron 15 muertos, la primera sentencia en el Estado por violar a un hombre, el archivo de las diligencias del caso Zabalza y el último acto al que asistió, como consejero de Interior, Luis María Retolaza, quien reiteró los principios que inspiran a la Policía vasca: “Garantizar la seguridad y protección de todo el pueblo”. Muy bien traído, pensará hoy alguno.

La vista atrás hasta...

1988

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