"El olor a hoguera me da buen rollo”, confiesa Gurutze Beitia. Es la reminiscencia de sus veraneos en Mundaka. “Era terminar el curso y para la noche de San Juan ya estábamos allí”, rememora. “Tengo ese recuerdo metido en la pituitaria. Identifico el olor a fogata con el comienzo del verano, de las vacaciones”, explica la actriz bilbaina, quien era una recién nacida cuando pasó su primer verano en la bella localidad de Urdaibai. Un lugar con el que, 59 años después, mantiene un vínculo afectivo muy estrecho: “Mundaka era y sigue siendo mi reducto de paz”.

“Este verano lo tengo muy jorobado para ir, pero tengo que sacar un rato”, se promete a sí misma Beitia, que anda a tope de trabajo con los ensayos de los dos espectáculos que estrenará este mes de agosto: Bilbao 1984. “Un asunto de txapelas”, en el Euskalduna, y Urte berri off: ¡Feliz 2025!, en la Sala BBK. De hecho, ya ha hecho alguna escapada para juntarse con las amigas: “Eso y ver Urdaibai, respirar el salitre… A mí me da vida”. 

Para Gurutze, Mundaka es también sinónimo de libertad. Y es que su vida cuando era niña se transformaba por completo en esos meses: “En Bilbao, durante el año, salíamos del colegio de El Carmen a la plaza de Indautxu un rato y luego a casa a hacer deberes. En Mundaka era diferente. Había un hueco en la escalera y allí había una llave para toda la familia. Sabías a qué hora se comía y a qué hora se cenaba. El resto del día, entrabas y salías de casa cuando querías”.

“Acababa el curso y para la noche de San Juan ya estábamos allí. El olor a hoguera me da buen rollo, lo identifico con el inicio de las vacaciones”

La sensación de cambio se acentuaba aún más porque, cuando llegaban a Mundaka, “al de nada estaban montadas ya las barracas para fiestas de San Pedro”. La atracción principal era el balancé, una plataforma que se movía en forma de péndulo. “Si te caías de él, te quedabas tumbada en el suelo. No porque te fuera a golpear el balancé, sino porque los mayores te iban a cascar si el barraquero tenía que pararlo”. También estaban “el tren de la bruja, el tiro Mari Carmen y los autos de choque”, que ponían la banda sonora del verano: “Si no tenías dinero para fichas, daba igual, te quedabas escuchando a Demis Roussos, Los Diablos, Georgie Dann…”

La pequeña Gurutze, con el traje tradicional de baserritarra en un verano de la década de los 70. DEIA

Además de la música, el cine era otro pasatiempo que se proyecta en la memoria de Gurutze: “En la Atalaya ponían una toldo y ahí se hacía. Había programa doble. Y necesitábamos dinero para la entrada. Antes de la sesión, aita solía estar jugando la partida de mus en el bar. Yo iba y le miraba a la cara, para saber cómo iba la cosa. Si estaba ganando, te acercabas a pedirle dinero. Y si veías que perdía, esperabas un poco a ver si cambiaba la suerte...”.

De la fascinación por la pantalla grande, Gurutze pasaba a las peripecias para ver la televisión, lo que no era tarea fácil en aquellas tiempos en una localidad alejada de las grandes urbes: “No había antena colectiva y como yo era la pequeña de la familia, me sacaban al balcón con dos cables pelados que preparaba aita y me iba moviendo para coger bien la señal… Igual me tenían media hora ahí fuera hasta sintonizar bien. Y cuando lo conseguía, me quedaba quieta y venían los demás con un esparadrapo para pegar los cables”.

Gurutze, agachada a la derecha, con unas amigas. DEIA

Pero, obviamente, el gran protagonista de aquellos veranos en Mundaka era el mar. “A mí en el pueblo me siguen llamando todavía Gurutzesaldelagua”, confiesa la actriz. Un apodo que viene del grito desesperado de su madre, Eguzkiñe, ordenando que volviera a tierra firme. “Nunca he concebido lo de tomar el sol. Me vuelve loca el bañarme. Llegábamos a la playa o al muelle de Herrera y me metía al agua directo. Pasaba la mañana, la tarde y ahí seguía, incluso lloviendo”, relata. Y a la vuelta a casa, a la ducha… o algo parecido. “En alguna de las casas que estuvimos no había bañera. Compramos un barreño enorme y conectábamos un tubo goma al fregadero de la cocina. Cuando llegabas de la playa, se cerraba la cocina y allí te duchabas”, describe.

"A mí en el pueblo me siguen llamando todavía 'Gurutzesaldelagua'. Llegábamos a la playa o al muelle de Herrera y me metía al agua directo. Pasaba la mañana, la tarde y ahí seguía, incluso lloviendo”

Fuera del agua, para una niña inquieta como Gurutze, en los años 70, cuando los teléfonos móviles eran ciencia ficción, el entretenimiento estaba también asegurado. “Había aventura todo el rato. Íbamos a las peñas de Santa Catalina; hacíamos chocolatada o tortillada en el cementerio, que estaba abierto; jugábamos al hinque o a pala en el frontón...”.

Luego llegó la adolescencia y las formas de pasar el rato cambiaron. “Íbamos pillando todas las fiestas del verano: Mundaka, Pedernales, Madalenas, Busturia, Gernika, Bermeo...”. Y más aún con el salto a la Universidad. “Había empezado ya el curso y nosotras ahí seguíamos. En el pueblo no quedaba ni un padre. Conocíamos a los australianos que venían a hacer surf… Los 80 fueron divertidísimos”, dice con añoranza.

Todo evoluciona, pero en la memoria de Gurutze siempre quedarán esos viajes desde Bilbao con el Seat 600 atestado: “Íbamos aita, ama, mi hermano, mi hermana, aitite, yo y una cotorra enorme que se escapó en Mundaka. Nunca más la volvimos a ver”. Y esos bollos de la tienda de Mari Tere: “No entiendo como los pasábamos sin mojar”. Y las peleas con las mundakesas: “Nos veían como las señoritas de Bilbao, pero ahora de mayores somos grandes amigas”. Y, sobre todo, esa sensación de libertad.