Hace ya más de seis décadas que Toti Martínez de Lezea pasó su último verano en Hondarribia. Pero la escritora gasteiztarra mantiene frescos en la memoria las vivencias de aquellas vacaciones que, en los 50, disfrutaba a la orilla del mar. Un mar que, para una niña de interior que no llegaba a los 10 años, resultaba un bálsamo. Y lo era literalmente, porque fue precisamente un problema de salud de la pequeña Toti el que hizo a la familia Martínez de Lezea desembarcar en la fronteriza localidad guipuzcoana. El lugar de veraneo, fugaz pero grabado a fuego, de la que, pasadas unas décadas, se convertiría en uno de los máximos exponentes de la literatura vasca.
“Yo en Vitoria sufría de asma. En cambio, al lado del mar no lo tenía. Suele ocurrir al revés, pero con esa disculpa, nos íbamos de vacaciones tres meses. Empezábamos en junio y acabábamos en septiembre”, explica. En el piso de abajo de una casa que hoy sigue en pie, en una rotonda a la entrada del pueblo, se acomodaba toda la familia: “Mi abuela, mi madre, los tres hermanos y mi padre, que venía los fines de semana”. Las mismas seis personas que, por las carreteras de la época, recorrían los más de 120 kilómetros que separaban Gasteiz de Hondarribia en un pequeño Seat 600. “La matrícula era VI-6666… El número del diablo”, apunta entre risas la escritora, quien en su bibliografía ha cultivado con éxito el tema de la brujería vasca.
El mar, además de ser la cura de sus males, acaparaba las horas de entretenimiento. “Estaba todo el día en el agua, hasta que se me arrugaban las yemas de los dedos. Y es que en mi familia hemos sido todos nadadores. Campeones, por cierto”, remarca . “Mi madre, Juli, fue la primera vasca en proclamarse campeona de España. Fue en 1945, en los 100 metros libres. Mi hermano mayor y yo también hemos competido a nivel estatal. Y mi padre, Patxi, construía piscinas. Somos gente de agua”, añade.
Más allá de nadar y jugar con las olas, el Cantábrico ofrecía a Toti otro tipo de pasatiempos, como la pesca: “Íbamos con el chipironero a por chipirones. También a pescar panchitos al espigón, aunque no picaban casi nunca…”. Y cuando el tiempo no acompañaba, Toti se resguardaba en su refugio secreto, “una higuera gigante que era como un palacio. Nos subíamos y hacíamos nuestras historias”.
También recuerda las excursiones en el 600 a Hendaia o Donibane Lohizune, donde “visitábamos a exiliados, amigos de mi padre”. A la vuelta, traían libros prohibidos por el régimen franquista. “En mi casa se ha leído siempre, aita y ama eran lectores”, dice para indicar de dónde le llegó la afición. También pasaban discos en euskera de Mixel Labéguerie, proscritos a este lado del Bidasoa: “Los vendían en tapas de Charles Aznavour y de Françoise Hardy para que pasaran desapercibidos por la frontera”.
Entre las anécdotas de aquellos largos veranos de los 50, a la gasteiztarra le dejó huella un encontronazo con un sacerdote. “Hacía calor e íbamos por la calle en traje de baño, tranquilamente. Yo tendría 8 años e iba solo con la parte de abajo del bañador. Me paró un cura, vestido de sotana, y me armó una bronca por ir así”.
Cuando Toti cumplió 9 años, la familia Martínez de Lezea dejó de pasar las vacaciones Hondarribia: “Mi hermano y yo empezamos a asistir a los campeonatos vasco-navarros y de España de natación y había que entrenar en serio en verano”. Ningún otra localidad le tomaría el relevo como destino estival. “Ni de casada tampoco”, señala la escritora, que desde que se afincara junto a su marido en Larrabetzu, hace ya casi medio siglo, ha encontrado en el municipio del Txorierri el resort ideal: “Para qué vamos a ir por ahí, si tenemos de todo, monte, huerta… Aquí estamos, en el pueblo de siempre y encantados”.
No obstante, Hondarribia sigue muy presente para Toti Martínez de Lezea, quien lo visita de vez en cuando para ofrecer alguna charla. “Es un pueblo precioso. Y a pesar de que han pasado los años, me acuerdo perfectamente de las calles, dónde estaba la casa en la que vivíamos, la lonja de los pescadores, las casas de colores de la Marina, que tanto me llamaban la atención, el bar en el que solíamos comer rabas...”. Y es que el mar inunda todos los recuerdos de aquellos días, incluso los relacionados con el sentido del gusto. “Esos veranos me saben a nécoras, a quisquillas, al pescado que compraba directamente mi madre a los arrantzales...”.
Nuestra protagonista...
Nombre
Toti Martínez de Lezea.
Lugar de nacimiento
Gasteiz.
Lugar de veraneo
Hondarribia.
Transporte en el que viajan
Un 600.
Su refugio secreto
Una higuera muy grande, en la que se entretenía subida a las ramas cuando hacía mal tiempo.
Una anécdota.
Hacían excursiones a Hendaia y Donibane Lohizune, donde compraban libros y discos prohibidos por el régimen franquista. Los discos en euskera los traían camuflados en tapas de cantantes franceses como Charles Aznavour o Françoise Hardy.