En un momento en el que la televisión se ha convertido en intrascendente y los programas y series nacen y mueren sin que apenas nadie se interese por verlos, que Akelarre haya saltado de la pantalla al debate público es todo un éxito.

Pero todavía llama más la atención esa gente que, tras ver un vídeo de un minuto en internet y abanderando su alegato con un “yo no he visto el programa nunca, pero…”, ha salido con las antorchas en busca de su presentadora para castigar su “incultura sobre lo vasco” y porque sienten que hace chanza de ello. Y ese minuto fuera de contexto ya les parece suficiente para demonizar un programa de humor de la misma productora que el de Broncano, en el que Valeria Ros juega también a que no tiene ni idea de quién es su entrevistado (sea vasco, español o alemán) ni a qué se dedica, que es una forma muy interesante de curar egos. 

En el caso del presentador de La Resistencia, es un humorista trajeado, deportista y abstemio en un programa de pago para modernetes, mientras la presentadora de Akelarre, es una humorista malhablada, que cuenta sus desastres como madre primeriza mientras presume de pegarse sus buenas farras desde una tele en abierto, que hay quien dice no ver a la vez que indica a ETB (no “la ETB” como escribe alguno) qué programas puede o no emitir porque, aun sin verlos, les ofende su mera existencia. 

La escritora superventas Dolores Redondo se pasó el otro día por Akelarre y demostró haber entendido muy bien el concepto del programa haciendo guiños sobre bromas anteriores (es importante saber dónde vas) y hasta la fecha es la invitada que mejor ha sabido entrar al juego. No era tan difícil.

Akelarre no es más que la enésima versión de La gran evasión (2003), aquel programa que presentó Carlos Sobera en ETB2 siguiendo el formato de Buenafuente (le pusieron hasta su propio follonero, Raúl Cimas); que luego se transformó en Algo pasa con López (2004), con Iñaki López, y ahora ha regresado en una versión más modesta y canalla en busca de un público joven (ese que apenas enciende el televisor) con una mujer de presentadora (que pocas hay liderando programas de entretenimiento en prime time), que además de vasca (ahí anda alguna gente midiéndole su RH) es humorista. Y a su lado está Pablo Ibarburu que no es el Pepito Grillo que le ha tocado por guion, sino un monologuista muy bueno con chistes muy tochos, que no vendría mal que le dieran más carrete para incomodar un poco más a los puristas que dictan cómo hacer una tele que ellos no quieren ver. Y sí, también le podrían hacer un vídeo troceado con sus intervenciones en La Resistencia en el que salga gritando “¡Viva España!” o haciendo algunas rimas (m)a(l)sonantes, ¿le echamos también a él? La pregunta es retórica, pero por si alguien tiene el índice censor elevado la respuesta correcta es NO. 

Antes, nos descojonábamos del nivel del personal si algún actor contaba que le insultaban por la calle cuando hacía de malo en una serie, y ahora somos nosotros los que confundimos personaje y persona. Ni Patricia Conde estaba loca en Sé lo que hicisteis... ni Valeria Ros es una absoluta ignorante en Akelarre.

Este programa hace humor, y si ponemos límites al humor se los ponemos a la libertad de expresión. Quien no entiende su  humor, y hasta le ofende, solo demuestra que se ha hecho mayor. 

Decía Flipy, cuando trabajaba en La gran evasión de Sobera, que “los vascos saben reírse de sí mismos y eso es de agradecer”. Hoy, visto la que se ha montado, habrá que cuestionar esa afirmación y quizás seamos más rancios que hace 20 años cuando Vaya semanita, riéndose de nuestros tópicos y hasta de las desgracias, abanderaba nuestro humor.