Director. Paul Schrader. Guion. Noah Stollman (basado en la novela de Yoram Kaniuk). Reparto. Jeff Goldblum, Willem Dafoe, Vasile Albinet, Idan Alterman, Moritz Bleibtreu, Jenya Dodina, Veronica Ferres. Producción. EE.UU.-Alemania-Israel.
El nombre de Paul Schrader estará asociado a la excelencia y vanguardia del guión que golpea en seco las emociones. Fue él el responsable del universo realista de las míticas Taxi driver y Toro salvaje. En 1978, en cambio, decidió pasarse detrás de las cámaras con Blue Collar, una muestra de su compromiso con la realidad y el cine más directo. Esa forma de dirigir, tan clara y contundente a veces, puede derivar en confusión y extrañeza al querer contar cómo se afronta el presente tras la salida de un campo de concentración. El lugar confinado a los supervivientes será un instituto en medio de la nada que custodia e investiga las alucinaciones de los que salieron con vida. Señores y señoras que recuerdan su número de identificación por encima de una personalidad prematuramente abortada. Añade Paul Schrader que ha tratado de hacer una "comedia negra sobre la supervivencia" y la necesidad de mostrar el amor o la risa frente al terror. Algo tan introspectivo como el miedo es explicitado a través de diálogos o pensamientos en alto. Un colosal protagonista Jeff Goldblum, probablemente en su mejor papel, explica todo el rato lo que vemos.
El problema de Schrader es que no encuentra la forma de expresar visualmente la fábula sobre la locura, por lo que su forma de dirigir baraja ciertas estrategias posibilistas. Apuesta por la verbalización y explicación del sufrimiento y desde el punto narrativo aborda, a través del flashback, las incidencias del Holocausto, que ya han sido representadas con mayor acierto en centenares de casos. Aún así, consigue cierta calidez en el blanco y negro que recorre los campos de concentración.
Paul Schrader decide apostar el todo por el todo en tres espacios: el circo y los cabarets en los que Goldblum explota su libertad de expresión; el campo de concentración, símbolo de la perfidia deshumanizadora y por último, la institución experimental, en la que la sumisión al recuerdo convive con un futuro liberador. En esta última parte de tránsito entre el pasado y el presente, el director y guionista estadounidense pierde el pulso cinematográfico con redundantes prácticas que defenestran la sugerencia.
Adam resucitado allana un planteamiento ético sobre cómo visualizar la parte clave y central del relato: la deshumanización o animalización del ser humano y la enseñanza para desaprender las prácticas adquiridas. En ese sentido, Schrader decide abordar con cierta distancia la parte en la que el payaso (Goldblum) es tratado como un perro. ¿Era necesario enseñarnos de forma tan prolongada y explicativa ese hecho? Es en el tercer espacio, la institución, donde se podría fraguar la transformación del protagonista. La institución, con su desgobierno y energía alocada, ayuda a la confusión: por un lado el papel de la enfermera y su director, que caricaturizan el efecto balsámico de la medicina y por otro lado, el propio centro, que no se sabe muy bien qué es.
El escritor Yoram Kaniuk, autor de la novela en la que se basa el guión, pregunta sobre la resistencia a manifestar el dolor o la risa desde un alma trastornado. Algo tan literario e introspectivo que desde el punto de vista cinematográfico, Paul Schrader convierte en material desconcertante. La sugestión del protagonista no viene refrendada por una apuesta visual clara. Solo en el clímax final aporta una fotografía diferente que intenta mostrar visualmente el estado de ánimo del protagonista.
Es Adam resucitado una película extraña en la que cuesta entrar, pero que cuando se entra crea un sentimiento de deliberada sensación de incomodidad e hipnotismo, gracias sobre todo a la interpretación de Jeff Goldblum, un actor tan desaprovechado como este filme.