Con el origen de la radiología a finales del siglo XIX se abre un mundo de posibilidades para la observación y análisis de diferentes áreas del organismo desde el punto de vista anatómico, fisiológico y patológico.

En odontología los procedimientos radiológicos siguen siendo una herramienta imprescindible en el diagnóstico de caries e infecciones asociadas a los dientes, en la planificación y seguimiento de las rehabilitaciones con implantes, en la planificación y tratamiento de ortodoncia, en la identificación de procesos quísticos y neoplásicos de los maxilares etc.

Tradicionalmente, las radiografías se concebían en 2 dimensiones y en formato físico de película radiográfica. Los avances tecnológicos de las últimas décadas han permitido mejoras muy importantes en este sentido.

La digitalización de las imágenes facilita su manejo e interpretación gracias a softwares específicos, conlleva una reducción significativa de la dosis de radiación a la que se expone al paciente y se disminuye la contaminación ambiental al no tener que precisar de productos químicos para el procesamiento (revelado y fijación) de las películas, aspecto este nada desdeñable para la salud general del planeta.

Un salto cualitativo fundamental está representado por la adquisición de imágenes en tres dimensiones (3D). La radiografía convencional en 2D, pese a su gran utilidad demostrada a lo largo del tiempo, adolece de la limitación que representa la identificación de estructuras tridimensionales en únicamente dos dimensiones, lo que dificulta la tarea del profesional considerablemente. Superposiciones de estructuras anatómicas o de tratamientos previos realizados imposibilitan en numerosas ocasiones la realización de diagnósticos adecuados.

El descubrimiento y desarrollo de la tomografía computerizada (TC) ha supuesto una revolución en este sentido. A través de la radiación por diferentes planos se permite la obtención de imágenes en los tres ejes del espacio facilitando el estudio minucioso del área a valorar por parte del especialista.

Continuando con el avance de este tipo de tecnología, a finales de los años 90 se introduce la Tomografía Computerizada de Haz Cónico (TCHC ) la cual posibilita la obtención de las imágenes tridimensionales deseadas por medio de una única emisión en forma de cono, reduciendo la radiación del examen realizado respecto a la TC. Posibilita así mismo la toma de mediciones de forma precisa, la caracterización de diferentes lesiones en su extensión y morfología real, y la identificación de estructuras o anomalías inferiores al milímetro de tamaño. Asociada a sistemas de captación de imágenes intraorales e impresoras 3D se facilitan las intervenciones y las rehabilitaciones odontológicas de los pacientes.

Su empleo en la práctica odontológica cada día se hace más necesario sin perder de vista la racionalidad de uso desde el punto vista de protección del paciente siguiendo las directrices de los organismos internacionales respecto a las radiaciones ionizantes.

Como futuro próximo los avances informáticos y el empleo de la inteligencia artificial representarán un nuevo sprint en la carrera hacia la interpretación de imágenes de manera más precisa.

Mientras tanto, la Tomografía Computerizada de Haz Cónico constituye una herramienta imprescindible para una práctica odontológica de calidad, permitiendo un diagnóstico en tres dimensiones y un tratamiento de cinco estrellas