Ubicado en las faldas del monte Jaizkibel, en un punto estratégico de la bahía de Pasaia, Lezo cuenta con uno de los cascos históricos más bellos e interesantes de Gipuzkoa. Se sospecha que ya en la edad antigua existía un puerto romano al abrigo del promontorio sobre el que está ubicada actualmente la iglesia parroquial, si bien hasta la fundación de Hondarribia, en 1203, no existe una referencia escrita sobre Lezo. Su desarrollo, ligado a la actividad rural pero especialmente a la explotación marítima, provocó que este pequeño ramal costero del Camino de Santiago fuera ganando terreno.
El recorrido por el casco histórico arranca en la plaza del Santo Cristo, donde destaca la casa consistorial, del siglo XVIII y estilo renacentista. Ha sido, además, cárcel, archivo, enfermería, sala de reuniones, taberna y armería (conteniendo al menos 25 fusiles, con sus bayonetas).
En la misma plaza encontramos la Basílica del Santo Cristo. Aunque inicialmente no era más que una ermita de madera, albergaba un gran tesoro: una talla de Cristo imberbe crucificado, de las que solo existen tres en toda Europa. Esta figura, que data del siglo X y es de estilo bizantino, es una de las imágenes religiosas más famosas de Euskadi. Cuenta con gran devoción debido a varios milagros que se le atribuyen, lo que obligó a levantar la actual basílica en el lugar donde se encontraba la ermita. Pero no es el único atractivo de la basílica, que cuenta con un retablo del siglo XVIII y un exvoto que ha perdurado hasta nuestros días: la maqueta de una embarcación que fue una ofrenda al Santo Cristo de Lezo.
La basílica barroca del Santo Cristo alberga una valiosa y venerada talla de Cristo imberbe crucificado, una de las tres que existen en Europa
Siguiendo a la derecha, la calle mayor alberga las casas blasonadas del siglo XVI, un conjunto de seis edificios de planta rectangular y tejado a dos aguas, construidos en muros de sillería y que constituyen una de las principales postales de la localidad. Bajando por esta arteria principal llegamos hasta la casa palaciega de Andreone (que en la actualidad acoge la biblioteca municipal) y, rodeándola, tomamos la calle Polentzarrene, que linda con el puerto, hasta llegar a la calle Donibane, que nos llevará de nuevo hasta la plaza del Santo Cristo. Desde aquí tomamos la calle Zubitxo para acceder a la arboleda Lezoaindia y, desde ahí, cruzaremos Goiko Plaza para subir las escaleras y llegar a la iglesia parroquial de San Juan Bautista. Construida a comienzos del siglo XVII, tiene aspecto exterior de gran fortaleza. Amplia y de una sola nave, la iglesia conserva características góticas tanto en sus gárgolas como en su portada oeste, donde pueden apreciarse los arranques del arco apuntado más antiguo. Además, sobre esta portada encontramos un espléndido ventanal gótico.
Dejando de lado el casco histórico, Lezo cuenta con otro atractivo artístico: los torreones de Jaizkibel, actualmente en restauración. Construidos durante la última Guerra Carlista (1872-1876), se conservan cinco de los seis que se levantaron en la cumbre de Jaizkibel. La planta de todos ellos es hexagonal de entre 3, 3 m y 3, 5 m de lado, excepto la situada más cerca de Guadalupe cuya planta es cuadrada. Tenían todos ellos dos plantas de altura y terraza; tan solo se conservan los muros perimetrales levantados en piedra arenisca. Constituyen un perfecto ejemplo de la actividad bélica de la zona.
La leyenda: El Cristo imberbe de Lezo
Cuenta la leyenda que la figura apareció en el siglo XV flotando en un cajón en las aguas de la bahía de Pasaia, hecho que fue considerado divino en la época y que provocó que Lezo, Errenteria y Pasaia pelearan por ella. Dicen que la disputa llegó hasta tal término que los vecinos olvidaron la figura, que apareció donde hoy está situada la basílica, por lo que quedó allí instalada. Sin embargo, un pasaitarra decidió robarla y trasladarla a San Juan, desatando una gran tormenta que provocó que el Cristo cayera y se dirigiera a Lezo. Así, este vecino decidió devolverlo a su sitio, dando así fin a la tormenta. A partir de ese momento, su fama se acrecentó, por lo que los barcos, antes de salir a faenar, se acercaban a la ermita primitiva para desear suerte para sus campañas. Se le atribuyen también poderes curativos.