“Nosotros el pueblo de los Estados Unidos…” es el preámbulo de su Constitución. Aznar lo ha hecho suyo. Solo quiere cerca a españoles pata negra, y eso que su abuelo firmaba en el Euzkadi como Imanol. Otra de las frases redondas a recordar en respuesta, y esta de Josep Pla, fue aquella cuando dijo que lo más parecido a un español de derechas es un español de izquierdas. Me la ha recordado la lectura de la papela de 38 socialistas veteranos, cabreados como una mona, echando espuma por la comisura de los labios, que le piden a Pedro Sánchez que se vaya a casa. Lo dicen gentes que, como Barrionuevo y Vera, fueron encarcelados por ser responsables del GAL, justificando la mayoría de los firmantes aquella aberración. Su enfado no trae causa de una exquisita sensibilidad hacia el combate contra la corrupción, no. Lo que les mueve a escribir esa carta no es que Sánchez no cuente con ellos para nada, sino algo en lo que coinciden de hoz y coz con el PP-VOX y que verbalizó Mariano Rajoy: “Su delito es pactar con los independentistas”. No importa que Sánchez haya pacificado -a la fuerza ahorcan- Catalunya con los indultos y la odiada amnistía, sin tener ellos como fórmula sanadora de solución de un problema casi irresoluble más que la cárcel, la represión, el 155 y el Piolín, sino porque ese socialismo firmante tan agresivo coincide en todo con esa España falangista de Aznar en blanco y negro, que no admite la plurinacionalidad, la cooficialidad de las lenguas y mucho menos que se cuestione esa visión castellana del poder. Ese es el meollo de lo que está pasando en España, a lo que se le añade una ciudad como Madrid, villa burbuja endogámica, tóxica, con la Brunete mediática disparando, donde todas las fobias tienen su asiento. Escucharles a Feijóo, Tellado, Ayuso, Gamarra, González Pons, es escuchar a un facherío impresentable que no ha aprobado la asignatura democrática y solo saca a pasear el insulto y una inquietante agresividad golpista que hasta ahora habían contenido a duras penas. Ejercer el poder, porque es de ellos, y la unidad de España es su programa. No nos engañemos. Y no hay más.

La cabeza de Sánchez

Ese Madrid está conjurado contra Pedro Sánchez. Lo odian, lo insultan, lo aborrecen. Y se ponen de acuerdo todos esos buenos españoles: la judicatura, obispos de la Conferencia Episcopal, fuerzas de seguridad del Estado, La Sexta y El País en vergonzosa coyunda, los presidentes autonómicos del PP, un Núñez Feijóo incapaz de mandarle a su casa al presidente de Valencia por su desastre, un Feijóo sin criterio en relación con la OTAN y los aranceles, ni lo que está ocurriendo humanitariamente en Gaza. Un PP que quiere llegar como sea al poder -como sea- y utiliza todos los medios, siendo el PNV un estorbo a eliminar o a recordar que su voto fue decisivo para mandar a Rajoy a casa, que tampoco quiso irse de La Moncloa, igual que Sánchez. ¿O lo han olvidado? La diferencia con 2018 es que el juez sentenció que el PP era, todo él, un partido corrupto y el testimonio de Rajoy ante el juez no había sido creíble. Les condenó. Y el PNV apoyó la moción de censura.

Hoy, en este huracán inducido, la gran diferencia es que no hay sentencia contra el PSOE y, de momento, estamos en ciernes de una instrucción que, amén de poner en solfa el engreimiento de Sánchez por no escuchar a nadie y fiarse de unos apandadores, ladrones y machistas, no hay más que ese desprestigio por fallar in vigilando. De momento, esperemos que se averigüe el affaire de Delcy Rodríguez-Zapatero con el asunto de las maletas de Barajas y si otro ministro de Fomento y secretario de Organización, como Pepe Blanco, no cae bajo la lupa de los negocios sucios.

Y en todo esto, a buscar cualquier relación del PNV con Cerdán. Normal. En 1996 negociamos con Rodrigo Rato, que llegó a vicepresidente y director gerente del Fondo Monetario Internacional. Negociamos con el político. Con el tiempo fue condenado por alzamiento de bienes, blanqueo de capitales, fraude fiscal e incluso por las tarjetas black, y dio con sus huesos en la misma cárcel de Soto del Real que Cerdán. Lo mismo que el portavoz Eduardo Zaplana o los tres tesoreros condenados que ha tenido el PP en la cárcel, el último, Luis Bárcenas, sentenciado a 33 años, apoyado por un Rajoy que le decía: “Luis, sé fuerte” y, a todo esto, el juez todavía no ha mandado a la policía a registrar las empresas constructoras Acciona y Ferrovial para investigar sus papeles. ¿Por qué será?

Entiendo que Núñez Feijóo quiera escuchar a las fuerzas que apoyan a Sánchez, pero manda al peor emisario: Miguel Tellado, un señor de la derecha medieval, que le pones el uniforme de la Wehrmacht y no desentona. El que nos llamó aprovechateguis, el que nos puso a caldo a cuenta del acuerdo de la delegación de la Av. Marceau, el que nos acusa de corruptos por apoyar, según él, a un corrupto, según dice con toda su cara dura. Pero es que este Feijóo no da la talla. De aquel centro moderado gallego a este vomitivo discurso abascaliano, y me da que el PP, mientras no tenga al frente a gentes como Juanma Moreno, no llegará al poder, y si lo hace, será entonces el momento del caos. Pero España es así, señora baronesa.

La caverna, desatada

Javier Rupérez, que destila odio militante contra los vascos en general, confundiendo a ETA, que le secuestró, con una opción política legítima, acaba de pedir la desaparición de las CCAA, así como suprimir los innecesarios gastos del pinganillo. En Santiago de Chile, en octubre de 2000, fue uno de los que propició la salida del PNV de la Internacional Demócrata Cristiana, que habíamos fundado. Incluso Felipe González dice que no votará al PSOE “si se consolida la ley de amnistía”. “Conmigo nunca contará nadie que haya participado en esto, que es pedirle perdón a los que han hecho la barrabasada”. Y eso que en Suresnes aprobaron el derecho de autodeterminación de los pueblos. El mismo que dijo que España no sería democrática si el Sahara no era libre.

Todo esto, desgraciadamente, no es más que un entremés de lo que le puede pasar a este Estado español con el PP-VOX a los mandos y con este franquismo sociológico que se resiste a morir. Rupérez fue quien, con Fernando Álvarez de Miranda, recibió el encargo de Suárez de explicar en 1979 el porqué no se iba a aprobar el Estatuto de Gernika a nuestros amigos democristianos en Alemania, Bélgica, Venezuela y EE. UU., y cuando llegaron a Barajas de vuelta, compraron El País y vieron un gran titular sobre el acuerdo alcanzado en La Moncloa entre Suárez y el PNV, en relación con el texto estatutario del Estatuto de Gernika con su disposición adicional. No podían creerlo y siguen sin creerlo. Bien se ocupó, cuando fue embajador en Washington, de hostigar a los vascos de Idaho por apoyar el llamado Plan Ibarretxe, del que dijo Aznar estaba cimentado sobre mil muertos. Y es que España, señoras y señores, existe, y está ahí con todo un sector de la españolidad desatado y pensando que en 1978 se fue demasiado lejos. Antes nos decían que primero había que eliminar el terrorismo de ETA y que todo vendría por añadidura. Ya, ya. Y ahí está toda esta gente alterada y denigrando a su Tribunal Constitucional porque ha avalado la amnistía, como todos avalamos en 1977 aquella ley de punto final para todos los sicarios, ladrones, asesinos, torturadores y tiralevitas del régimen franquista que se hicieron -aparentemente- el harakiri. Con el tiempo, populares y un gran meollo socialista han demostrado ser caimanes del mismo pozo séptico que sigue considerando intocable la España única e indivisible, con una corrupción sistémica y estructural incorporada, herencia de una Transición que se fundó en la impunidad de aquellos peces gordos salvados por la ley de amnistía de 1977. Ahora, Núñez Feijóo considera que la ley de amnistía es ilegal, porque le revienta, y lo dice: “solo sirvió para comprar una investidura”. De la foto con el capo Marcial Dorado, eso sí es grave, mejor no hablar. Pura caspa.

González y Aznar se dan la mano

Felipe González, el Isidoro socialista de aquellos años, ya no se acuerda de su traje de pana y ahora dice que “esta autoamnistía es una vergüenza”. Cree que Sánchez debería convocar elecciones y ve la ley de amnistía como un acto de corrupción política, amenazando con no votar al PSOE por defenderla. “Pedro Sánchez ya no tiene vida política”. La X del GAL, el presidente que acompañó a Barrionuevo y Vera a la cárcel de Guadalajara, está hecho un beligerante basilisco por lo mismo que a Aznar y a Rajoy, lo único que les preocupa: “la intocable unidad de España”. Y para ello, la droga del poder es de ellos, junto a la traición a un ideario, la ausencia de principios morales sólidamente establecidos y defendidos, junto a la Brunete mediática disparando basura cada cinco minutos. ¡Tan cruentas batallas para venir a morir a las riberas de este río sin agua! Terrible espectáculo.

Nacionalismos malos

A la pregunta de qué relación debe tener el PP con «los nacionalismos», Aznar respondía como si fuese presidente, magistrado del Tribunal Supremo o rey: “El nacionalismo tiene que tener claro que las políticas que ha venido practicando de chantaje se han terminado. Y que jugar con los elementos básicos de la Constitución se ha terminado. Una vez rota su lealtad a la Constitución, no pueden aspirar a seguir ampliando su ámbito competencial. Y si plantean un escenario de reforma constitucional, que no piensen que eso significa partir de lo que hay hoy. Significa partir desde cero”.

Nacionalismo bueno

En cambio, Aznar ve muy positivo el nacionalismo español, que considera que se resume bien en la sentencia con la que arranca su ponencia: «Nosotros, los españoles…». Según Aznar, esa expresión «es todo un programa político porque es la expresión de lo común, de lo compartido, de lo solidario, de lo que nos ha unido históricamente, de lo que tenemos que hacer juntos». Esa es la idea que el PP “tiene que explicar, esa enorme fortaleza. Ese es un proyecto para la mayoría de los españoles. ‘Nosotros, los españoles’. Esa es la expresión correcta”, afirmaba.

Es el mismo Aznar que en 1996 escuché en la calle Génova aquello de “Pujol, enano, aprende castellano” a hablar catalán en la intimidad, olvidando que su abuelo Manuel Aznar le quiso poner el nombre de Imanol a su hijo, padre del presidente, y en la partida de bautismo que obra en la iglesia de San Vicente de Bilbao pone Manuel (Imanol), impedida la inscripción por las leyes del momento, ante las que él se rebelaba escribiendo incluso una obra de teatro, El jardín del mayorazgo, incapaz hoy el independentista vasco más radical de mejorar tal texto.

Pero eso, como los principios, son de quita y pon, y por esta razón ahora mola lo dicho por el senador ayusista Alfonso Serrano cuando les dijo a nuestros senadores que se fueran, cerraran la puerta porque “no les necesitamos para nada”. Es lo que hay.