Game, set and match. John Isner wins six-four, three-six, six-seven, seven-six-seven and seventy-sixty eight" (6-4, 3-6, 6-7, 7-6 y 70-68). Las palabras en inglés del juez de silla de la pista 18 del All England Club de Wimbledon sonaron a música celestial. Esa frase, un trámite casi protocolario normalmente, resumió ayer un momento histórico. Al filo de las 17.45 horas, casi dos días después de empezar y 65 minutos y 20 juegos después de reanudar la lucha, un passing-shot de John Isner superaba la subida a la red de Nicolas Mahut para hacer buena la primera pelota de un partido de primera ronda que parecía interminable.
El jugador estadounidense retozó por el suelo alborozado antes de saludar a su rival francés que no sabía por dónde escaparse de allí. Mahut no estaba para celebraciones, le importaba poco haber tomado parte en un episodio nunca visto. Él era el derrotado y eso es lo que se llevará de Londres.
En el día en que la reina de Inglaterra visitó Wimbledon, su regia presencia compartió protagonismo con el acontecimiento histórico del tenis. La pista 18, un escenario poco glamuroso, se convirtió en un hervidero de gente deseosa de ver batirse hasta el límite de sus fuerzas a lo que algunos periódicos calificaron como "dos gladiadores modernos". Los rectores de Wimbledon elevaron el tono de su habitual pomposidad y trataron a Isner y Mahut como a dos héroes. Ambos tuvieron que posar junto al marcador, como los atletas cuando baten récords mundiales, y tuvieron que hablar a la concurrencia con el poco aire que quedaba en sus pulmones antes de llevarse una ovación prolongadísima, sólo reservada a los campeones.
Uno de ellos, John McEnroe, lo mismo que el local Tim Henman, aplaudía aún con mueca de sorpresa tras la batalla de dos tipos que honraron el escenario en el que el díscolo tenista neoyorquino construyó su leyenda. Pero nada como la batalla desatada por John Isner y Nicolas Mahut. Once horas y cinco minutos de pelea sin tregua, 183 juegos disputados, 215 aces y 980 puntos ganados entre los dos, sólo tres roturas de servicio en diecisiete oportunidades hablan de un espectáculo tenístico que sólo mereció la pena porque no se va a volver a repetir nunca más.
incapaces al resto Es imposible encontrar dos jugadores que sirvan a cerca de los 200 kilómetros por hora de media, que ganen más del 80% de sus puntos con el primer servicio y sólo cometan 31 dobles faltas, que muestren tan poca destreza en el resto, el golpe más importante en el tenis moderno, y que en sus subidas a la red conviertan por encima del 65% de los puntos. Los peloteos brillaron por su ausencia; después de tres o cuatro golpes, como mucho, el tanto moría y los jugadores procedían a sacar hacia el otro lado del campo.
El público no sabía si celebrar los tantos o desesperarse, el juez de silla cantaba el marcador con resignada obligación después de once horas encerrado, ahí en lo alto, en su estrecho asiento. El partido se convirtió en una pura prueba de resistencia, en un desafío que ganaría el más fuerte mentalmente. Mientras Italia apelaba a la mística para tratar de eliminar a Eslovaquia, John Isner y Nicolas Mahut buscaban gramos de fuerza en cada cambio de campo, un punto perdido en el horizonte que les permitiera no perder la concentración, algo muy fácil cuando la batalla deportiva se había convertido en una rutina de gestos y movimientos.
Los juegos fueron cayendo rumbo al empate a 69 que habría sido ya el súmum. El estadounidense salvó un 0-30 con su servicio y se dispuso a restar con 69-68. El francés tuvo apenas un segundo de debilidad, dejó un mínimo resquicio en su saque con un 30-40 y por él se coló un gigantón de 2,06 metros. A la primera, John Isner trazó un passing-shot perfecto, cerró el partido y traspasó las puertas de la leyenda que ya estaban abiertas. A Nicolas Mahut le tocó interpretar el peor papel posible. Ni las alabanzas de su rival ni los aplausos de los aficionados pudieron consolarle. Isner salió en triunfador de una pista anónima que será recordada para siempre. Thiemo de Bakker le espera hoy, si es que el de Carolina del Norte puede tenerse en pie. Once horas y cinco minutos después, juego, set y partido para John Isner. Por fin.