La búsqueda de la justicia y el equilibrio de poder es la obsesión que se esconde entre los fotogramas de cada una de las películas de la realizadora Kaouther Ben Hania, quien habla con Efe de su última obra, "El hombre que vendió su piel", primera película tunecina de la historia en ser nominada a los Oscars.

Después de ser preseleccionada en 2019 con su cinta "La bella y la manada", que relata un caso real de una joven violada por varios policías y su lucha por obtener justicia, la directora da un paso más hacia la estatuilla que, espera, le ayude a "seguir haciendo películas de manera más fácil".

"Me siento como cuando obtuve la selectividad, lo que me permitió convertirme en una adulta, abandonar la casa de mis padres e independizarme. Vivir de otra manera. La sensación es algo similar" , bromea en una entrevista realizada en la capital a pocas horas de su estreno mundial.

Un orgullo y una brizna de esperanza tras un año complicado, confiesa Ben Hania, de 43 años y originaria de la ciudad sureña de Sidi Bouzid, cuna de la revolución que puso fin a dos décadas de dictadura. Con esta nueva etapa, confía, el mundo verá la "maravillosa energía de creación en Túnez".

Una siria desgarrada por la guerra

La también guionista relata la historia de una Siria desgarrada por la guerra en la que el joven Sam está dispuesto a todo por llegar a Europa para reunirse con el amor de su vida y lograr su ansiada libertad.

Sin embargo, en su camino se cruza un cínico artista que le propondrá un pacto con el diablo: tatuarse un visado Schengen en su cuerpo a cambio de convertirse en una obra vendida al mejor postor.

"Vivimos un periodo terrible en el que la circulación de la mercancía es más libre que la de los humanos: transformando a Sam en una mercancía le ofrezco la oportunidad de materializarse en ser humano", se jacta el artista, su salvador y carcelero, interpretado por el belga Koen De Bouw, en una de las escenas más transgresoras.

También participa una sobria y sublime Monica Belluci, en un papel secundario como asistente del artista, que sirve de hilo conductor entre dos elementos aparentemente antagónicos: el mundo elitista del arte y el submundo de la supervivencia.

Aunque la cineasta insiste en que su objetivo no es sensibilizar "hay temas que me obsesionan. La justicia es la obsesión del ser humano porque vivimos en un mundo injusto, siempre ha sido así y así lo será. Además del equilibrio de poderes, la relación entre dominadores y dominados".

Yahya Mahayni, un actor premiado en Venecia

Al igual que en sus tres largometrajes anteriores, su protagonista, encarnado por el actor sirio Yahya Mahayni- premio a la mejor interpretación masculina en la pasada Bienal de Venecia- lleva al espectador al límite y tira abajo ese espejismo del "sueño europeo" hasta colocarle en una encrucijada.

"Lo que más me ayudó para preparar el papel fue el guión, estaba tan bien escrito que se entendían muy bien las contradicciones interiores y la injusticia en el mundo en el que vivimos", explica Mahayi que, al contrario que su personaje, no cree "haber nacido en el lado malo del mundo".

"No se trata sólo de en qué parte del mundo nacemos sino en qué familia, qué medios tenemos, con qué acceso a la educación. En esta historia lo que le falta al protagonista es un papel, un simple visado", señala Mahayi en un perfecto español gracias a su paso por la universidad de Derecho de Granada.

Aunque la historia parezca ciencia ficción, está inspirada en la obra "Hombre tatuado", en el que el conceptual belga Wim Delvoye realizó un tatuaje a un joven suizo que fue vendido en 2008 por 150.000 euros a cambio de ser expuesto varias semanas al año en los museos más importantes del mundo y de recuperar su piel tras su muerte.

Una fábula moderna teñida de humor negro y sarcasmo, lejos del discurso victimista, en el que el héroe se revela contra el sistema del que soñaba formar parte para declararle la guerra: "yo siempre fui libre".