Un viejo dicho como “hacer de la necesidad, virtud”, al que ayer se refirió explícitamente Pedro Sánchez, describe perfectamente el escenario político en el Estado español. El líder del PSOE justificó la concesión de la amnistía a los encausados por el procés por ser la “única vía” para evitar un Gobierno de PP y Vox, más allá de que esta medida de gracia pueda suponer un “reencuentro total” en Catalunya y una oportunidad para “superar el conflicto”. Pero recurrir a esta herramienta, como también admitió, “no estaba en los planes” hasta que las urnas dibujaron la correlación de fuerzas. Es decir, la necesita para reeditar su cargo en La Moncloa. “Las elecciones cambian las cosas. El mandato de los electores obliga a optar por uno de estos dos gobiernos: o PP y Vox o PSOE y Sumar, con apoyo de diversas fuerzas. Y hay 56 diputados que reclaman la amnistía para apoyar la investidura”, argumentó el presidente del Ejecutivo en funciones en el marco del Comité Federal del PSOE antes de trasladar a la militancia una consulta para refrendar los acuerdos tanto con el partido de Yolanda Díaz como con los que puedan producirse con las formaciones soberanistas vascas y catalanas.

“Esta medida es una condición para un gobierno de progreso y para evitar un gobierno de la derecha y la ultraderecha. El programa electoral solo puede ser idéntico al programa de investidura cuando un partido vence por mayoría absoluta y no precisa del apoyo de ningún otro. No es el caso. Nuestro programa de investidura debe incorporar demandas de otros grupos. Lo sabe bien la derecha que aprendió súbitamente a hablar catalán en la intimidad para ganar una investidura. Y, por cierto, sin tener que soportar por ello el habitual torrente de insultos que nos dedican a nosotros”, se explayó Sánchez con el propósito de ir gestando un clima favorable en la calle como sucedió con los indultos a los líderes independentistas. “Pero de las elecciones se desprende una razón aún más poderosa y mucho más concluyente. Es una razón de oportunidad. El resultado en Catalunya prueba que las medidas de gracia, los indultos, han tenido un efecto mucho mayor del que podía suponer sobre la sociedad catalana –con el liderazgo del PSC en las pasadas elecciones generales–. Y ese efecto ha sido abrumadoramente favorable para el reencuentro y la superación del conflicto”, defendió.

Enterrar la fractura

“En el nombre de España, del interés de España, en defensa de la convivencia entre españoles, defiendo hoy la amnistía en Catalunya”, anunció así entre una ola de aplausos y la mueca de apenas un barón, Emiliano García-Page. “Catalunya está lista para el reencuentro total”, incidió el prócer socialista, tras señalar que el 80% de la sociedad catalana respalda la vía del consenso y esta amnistía porque, con ello, “podemos seguir avanzando con paso firme, superar los episodios que nos dividieron y dejar atrás la fractura del 2017”. Con todo, Sánchez reconoció que los indultos ya “suscitaron dudas legítimas por parte de muchos, que comprendí perfectamente, y fueron acogidas con una agresividad extrema por parte de las derechas”. “Las medidas de gracia fueron discutidas, es cierto. Pero los resultados son indiscutibles”, constató. “En Catalunya el reencuentro se abre paso día a día y esa dinámica ha fortalecido a quienes trabajamos por el entendimiento. Se expresa en las encuestas y se percibe en la calle; se siente en las familias y se manifiesta en las elecciones. La fractura queda atrás y nadie puede discutirlo porque es una evidencia: ni los más recalcitrantes pueden negar que la situación en Catalunya es infinitamente mejor que hace seis años”, valoró.

Sánchez apostó por resolver los problemas políticos con “soluciones políticas y no dejando que se pudran en un cajón bajo llave”. “Hoy España tiene un gobierno responsable, que no se esconde ni mira para otro lado a la hora de avanzar con paso firme hacia la normalización política en Catalunya”, precisó, ahondando en un alegato que ya adelantó que trasladaría con transparencia cuando tuviera el horizonte abierto hacia su investidura, que los más optimistas aventuran que podría producirse en no muchos días, sin tener que aguantar a firmar el pacto con ERC y Junts, además de amarrar el apoyo del PNV, hasta el último minuto del próximo 27 de noviembre. Porque, de momento, solamente cuenta con el respaldo expreso de EH Bildu. “Siempre dije que las medidas que tomábamos eran un paso en la superación del conflicto –como la supresión del delito de sedición–. Pero no suponían la superación definitiva del conflicto. Desinflamaban el problema, pero no lo resolvían por completo. Durante la tramitación de los indultos, afirmé que aquél era un primer paso, y que vendrían más”, evocó Sánchez para excusar el tiempo presente.

Ahora bien, la amnistía no estaba en su hoja de ruta antes de los comicios del 23 de julio, cuyos resultados le condenaron a entenderse, entre otros, con el denostado president en el exilio Carles Puigdemont. “No se podía dejar esa herida abierta indefinidamente. Es cierto que no era nuestro plan para este momento. Pero uno no siempre puede elegir los momentos en que se realizan los planes”, asumió. Y ahí es cuando soltó el gran titular: “El coraje también se manifiesta haciendo de la necesidad virtud, porque esta es la única vía posible para que haya gobierno y no dar a (Alberto Núñez) Feijóo y a (Santiago) Abascal una segunda oportunidad de formar uno que nos haría retroceder décadas en solo unos años”. O lo que es igual, toca echar mano de un dique de contención frente a la repetición electoral.

Como otros países

Con ánimo de dar a entender que tiene bien marcado el camino, Sánchez reseñó que impulsará la amnistía “con la certeza de que su encaje, tal y como lo plantearemos los socialistas, será plenamente constitucional. Con la convicción de que se trata de una herramienta utilizada en países de nuestro entorno. Y me refiero a democracias consolidadas como Portugal, Alemania, Italia o Reino Unido. Con la voluntad de mirar adelante y cerrar, de una vez por todas, las heridas aún abiertas de un conflicto que no debió producirse”. Un discurso con el que pretendió igualmente desterrar los fantasmas que enarbolan la antigua casta que encabezan Felipe González o Alfonso Guerra.

“La amnistía no es un fin en sí mismo, ni es el fin del camino, es la vía para avanzar en normalización política en la relación entre Catalunya y España”, metaforizó, bajo el prisma de que “la historia enseña que es con acuerdos y generosidad como nuestro país y nuestra democracia son más fuertes. Porque con la amnistía, muchos catalanes se sentirán más identificados con nuestro proyecto común”. “Y es nuestra responsabilidad hacerlo”, zanjó.