Liquidado el imperio español de ultramar por la pérdida de sus colonias, excepto Cuba, Puerto Rico y Filipinas, los militares vencidos en aquellas contiendas, entre ellos los ayacuchos, emprenden al compás de los descompuestos tiempos peninsulares con su rancia y despótica monarquía y su desastrosa administración, unas guerras que sacudieron, especialmente, el país de los vascos en el siglo XIX. Como resultado de las derrotas militares, se retiraron las aduanas del Ebro al Bidasoa, se impuso el servicio militar (propiciador de una masiva emigración juvenil a América), prestación de nuevos impuestos, instalación de Audiencias, gobernadores y maestros ajenos a la cultura y al habla del país, que engrasaron una pesada maquinaria administrativa? nos quitaron el Fuero, o sea, el Autogobierno, comenzando la salvaje revolución industrial en Bizkaia y Gipuzkoa. Cabía en el país un grave desaliento. No se acertaba quiénes éramos y mucho menos a dónde íbamos. Se unía a la desgracia de los cuatro pueblos peninsulares, los tres de Iparralde que, con la Revolución Francesa, habían conocido la eliminación foral. Éramos un pueblo que perdía su memoria, según el filósofo alemán Arthur Schopenhauer.

Anegados en esa marisma nefasta, los vascos, sin embargo, buscaban un respiradero. Es inexacto afirmar que Sabino Arana fue un innovador, un genio rebelde, un reformador? sencillamente supo captar el espíritu de los vencidos, rescatar su orgullo ofendido, virtualizar su apetencia y conformar su deseos, para convertirlos en voz y movimiento. Había que galvanizar un cuerpo muerto aseguró aquel joven, hijo de un carlista adinerado pero castigado por las circunstancias militares, y que tras un exilio en Betharram, donde había de conocer a su amigo de vida y trayectoria, Daniel Irujo Urra, comenzó una tarea reformadora que le atañe, en primer lugar, a él mismo: desde su república de Abando, en Bizkaia, inició el estudio de la lengua primordial de los vascos, que conocía un retroceso histórico sin precedentes. En 1887, con 17 años, publica sus Etimologías euskerikas a la que seguirá una profusa y sorprendente bibliografía. Afirmó que hasta esa edad fue carlista, pero que a partir de entonces descubrió un mundo donde reivindicaba la independencia de Bizkaia y su fe en que los demás pueblos vascos quisieran unirse a ella.

En la reunión del caserío de Larrazabal, sorprende con su discurso valiente y rompedor a 17 amigos que le escucharon sorprendidos, que aplaudieron, aunque algunos con reservas y otros apoyándole sin reservas. Con 27 años se compromete a su causa y tiene como trascendente, no solo la visualización de un pueblo vasco que merece gobernarse a sí mismo, sino el compromiso personal de luchar por ello hasta su muerte.

No pronunció palabra vana, pues el cumplimiento de su juramento le costó su riqueza y le abocó a un fin prematuro y por eso es memorable. Afirma que llega a su idea-proyecto (tal resultó) tras un estudio de la realidad vasca, en lenguaje del siglo XIX pero tremendamente actual, pues antepone la razón a la emoción, y tras despejar las sombras con la luz del conocimiento que adquiere, jura ante Dios trabajar con todas sus fuerzas por la independencia patria, arrostrando cuantos obstáculos se le pusieran delante? grabando en su corazón la fórmula foral de Jaungoikoa eta Lege zarra.

Arana no descansó un momento de su corta vida: editó su revista Bizkaitarra, actuó en la plana de Castejón, Nafarroa, donde ondea un esbozo de lo que sería la Ikurriña (bordada por las manos de Juana Irujo, hermana de Daniel), en aquel alborozo vasco que unió a los territorios históricos al compás del Paloteado de Monteagudo, fundó un partido, EAJ/PNV que está vigente, resistiendo una guerra, una resistencia clandestina y un exilio de 40 años, un ejercicio democrático de 30 años, escribió artículos históricos, filológicos y novelados, redactó su polémico libro El Partido carlista y los Fueros Vascos, al tiempo que entraba y salía de la cárcel de Larrinaga, acusado y absuelto, una y otra vez, por diferentes causas, todas ellas relacionadas con su mensaje contundente y desafiante. Cabe destacar la acción de su abogado, Daniel Irujo, y su magnífica defensa que, en edición de 1913, se publicó bajo el titulo preciso de La Defensa de un patriota.

La dedicatoria de las fotos de Sabino Arana (enviadas a sus seguidores, que ya eran miles, desde la cárcel) debieran ser un ejercicio de memoria y una guía en esta nueva fase de nuestro pueblo: Abertzalia ezautuko dozu egipenetan, ez itzetan/ La Patria la conocerás por los hechos no con los dichos. A él, hoy, lo homenajeamos por los hechos y los dichos, uno de ellos que merece ser recogido desde el legajo de su Juramento: ? yo no quiero nada para mí, todo lo quiero para Bizkaia? daría mi cuello a la cuchilla sin pretender ni la memoria de mi nombre? si supiera que con mi muerte habría de revivir mi Patria.