EN una esquina aguardaba el francotirador, ojo avizor a la espera de una nueva presa y escondido en el bosque un hombre capaz de tumbar un árbol con la fuerza de su naturaleza. Ahí esperaban Jokin Altuna y Joseba Erkurdia, los dos participantes ayer en una final del Cuatro y Medio que tambien pudiera contarse, dicho sea con permiso de Samaniego, como la fábula del halcón y el oso. La moraleja se cuenta en un santiamén: cuando las dos fuerzas de la naturaleza se vacían en su lucha la final quedará para siempre en la memoria de quienes la vieron. Ayer sucedió algo así en el frontón Bizkaia, hasta el punto de que en ese momento terrible del 21-21 al que se llegó con un tanto épico (a Joseba le temblaron las manos cuando toda la gloria era ya suya y Jokin recogía las mieles del panal, allá en la frontera de la txapa...) las manos de la afición pelotatzale allí presente echaban llamas. Todo acabaría, ya sabrán, como casi no se esperaba: cuando el campeón Altuna la tenía se arriesgó en una dejada al txoko y sonó, ¡clinc!, el gong del cuero estrellándose en el metal. El último vuelo de su pelota acabó con una aparatosa caída. Ezkurdia, tan fatigado como si rival, apenas sabía como celebrarlo. Un puño al cielo y cara de asombro.  

Fue el desenlace que merecía un partido cono aquel, jugado a uñas y dientes en cada pelotazo, dicho sea como elogio a la escena final, no como canto al vencedor y llanto para el vencido. Los dos pelotaris merecieron tocar el cielo, como buen pudieran darles fe testigos de la talla del lehendakari Iñigo Urkullu, Lucía Arieta-Araunabeña; el diputado general de Bizkaia, Unai Rementeria; al alcalde de Bilbao, Juan Mari Aburto; el presidente de la Federación vasca de pelota, Gotzon Enbil y el de la federeación de Bizkaia, Enaitz Olaeata, Iñigo Aurtenetxe, Rebeca Esnaola, Lorea Bilbao y Elixabete Etxanobe entre otros. 

Todo empezó con una presentación a la americana, con el frontón de repente, ¡zas! en penumbras y dos haces de luz buscando a los un hombre vestido de azul y otro de rojo. ¿Qué pensaría entonces el cocinero Pedro Gimeno, amo y señor de la Taberna Patxi, allá en Maldonado (Uruguay)...? Quién sabe. Había acudido al frontón junto a ese otro cocinero de altos vuelos, Sergio Ortiz de Zarate, y esperaban a un tercero, Beñat Ormaetxea, que llegó justo. Se fotografiaron entonces con José Ramón Larrea, algo triste en el adiós porque el juraba haberse jugado cuarenta euros por Ezkudia y el artekari le había tomado nota por Altuna. Iba acomapañao por el hombre fuerte de Fekoor, Juan Carlos Sola. Todos ellos, junto a Andoni Ortuzar, Itxaso Atutxa, Miren Zarate, Aitor Esteban, Xabier Basañez, Miguel Madariaga, Luis del Río, Iñaki Azkorra, Jon Txaber Mendizabal; el pelotari Juan Martínez de Irujo, que no cesaba de recibir parabienes de la afición, Xabier Santamaría, Aitor Nuin, Nerea Arruti, Mari Sol Martínez, Aitziber Juantorena, Aritz Bearbide Miren Mujika, Ikerne Otamendi, Maite Tolosa, Ixone Urkidi e Izaro Urkidi entre otros miles de seguidores. Vieron tantos que creería ver: contraofensivas insólitas y voleas a matar; saques con poder de misil tierra-aire, engaños que le dejaba a un pelotari seco y pelotazos cruzados que parecían una estrella fugaz. Incluso aquel tanto de la agonía, el 15-16 que se llevó Erkurdia, con los dos pelotaris exhaustos. Vieron una final de no creer.