aQUÍ me jodieron una txapela, a los 46 años, contra Eugi, no resté una dejada en la punta pensando que era falta y fue buena". Aquí es una línea blanca de chapa sumergida en brea que separa la cancha de las tablas. Aquí es una pisada del pie con el mayor peso enciclopédico de la mano. Aquí es una huella de la memoria de La Catedral. Aquí es un jirón de piel en el cutis áspero del Astelena de Eibar. Aquí es el sonido ronco de una pelota chocando, desnuda, contra la piedra. Aquí son unas manos maravillosas magulladas por la historia y unas piernas diabólicas, insobornables incluso ante el acero del bisturí. Aquí es una apertura de zurda sublime que se frena antes de que la chismosa rebobine el recuerdo. Aquí y ahora es Julián Retegi (Eratsun, 10 de octubre de 1954) descargando sabiduría a pelotazos después de haber compartido entrenamiento con su hijo Julen (Iruñea, 29 de julio de 1985), la sensación del Cuatro y Medio tras haber noqueado a Aimar Olaizola y entrar por derecho en la liguilla de semifinales de la competición en la que debuta esta tarde frente a Titín III, el hombre que cedió con 21-17 a favor ante el empuje de Julián en la final de la distancia en 1997, la final del 22-21, a la que el tiempo, la mística y el pueblo alumbró como El Partido.

Con 55 años acariciándole los huesos, indiscutible la clase, extraordinario aún su juego de piernas, su enfoque y pegada, incluso en pantalones vaqueros, disputa otro bien distinto Julián, guía, luz, voz, referente y ancla de Julen, además de padre. "Pero cuando me siento en la silla no somos padre e hijo. Somos botillero y pelotari. Así tiene que ser. Nuestra relación es de persona a persona". De Retegi a Retegi.

Retegi, el gran linaje, la estirpe, el legado, la herencia, el hilo umbilical que les cose. El apellido. "Las comparaciones que hacen entre él y yo son normales porque es lo que se ha alimentado desde la prensa, ya sabes eso del hijo de, pero no me gustan si son en plan dañino. Julen es Julen y así tiene que ser. Él hará su camino y ya está. Tiempo al tiempo. Ya se verá hasta dónde llega", explica a modo didáctico Julián al abrigo de la bancada azul que descansa en el vestuario del Astelena, una cálida estancia. "Es que se nota el calor del hornillo", se activa Julen, que no se distrae a pesar de la pesada, por histórica, serigrafía que le tatúa la espalda desde que debutara: Retegi Bi. "A lo del apellido, a la comparación con mi padre, no le hago ni caso. Yo trato de hacerlo lo mejor posible y ya está". No le correspondía a Julen ser el segundo del árbol genealógico de los Retegis, ese número es propiedad de su padre, sucesor de su tío Juan Ignacio, otra leyenda de seis Manomanistas. Quiso el marketing empresarial, el entusiasmo por generar focos de atención, que a Julen le colgaran igual numerología, pero traducida, en euskera, que a la de su padre, Retegi segundo. Julen debería ser el séptimo. Cómo no compararlos entonces. "Eso de ponerle el mismo número que el mío como nombre no creo que fuera muy acertado", sostiene Julián con el rostro maliciosamente recogido en una sonrisa, a la que responde Julen con otra. Ciertamente no parece la mejor idea si no se quieren alimentar comparaciones.

"Lo ha llevado bien y no te queda otra porque si no estás preparado para eso... Cuando era pelotari también me caían palos, pero el deportista tiene que tener la cabeza bien amueblada y más todavía cuando uno se puede encender por esas cosas", destaca Julián, que no duda en asegurar que "ahora es Julen el referente de la familia Retegi", pero hay que darle tiempo: "Se tienen muchas prisas con los pelotaris jóvenes y un pelotari necesita tiempo para hacerse. Es cierto que algunos han destacado desde muy jóvenes, como Beloki o Irujo, pero eso no es lo normal. Yo hasta los 25 no tenía el cuerpo hecho y me pedían el carné para entrar al cine porque pensaban que no era mayor de edad. La mejor edad de un pelotari abarca de los 25 a los 32 años. Julen tiene 24 y está por explotar. Todavía tiene que desarrollar el cuerpo, lo tiene por hacer. Va paso a paso y eso tampoco es malo".

Un camino propio Julen, que escucha con atención, en paralelo a su padre, sobre la misma bancada insertada en la pared de azulejo, recoge el testigo desde la normalidad, alejado de la argamasa de tópicos que generan los lazos familiares, el perímetro de los corrillos "de los entendidos". "Yo hago mi camino. No tiene sentido pensar en las comparaciones. A mí me gusta la pelota e intento hacerlo bien". Lo está haciendo Julen, que gestiona una magnífica zurda, "aunque no tan buena como la gente cree", dice su padre, que reconoce que su hijo tiene aún un considerable margen de mejora. "Lo que más me gustó del partido contra Aimar es que dominó incluso con el material de Olaizola II. Para jugar contra los mejores, al final, es necesaria la potencia. Puedes tener buenos golpes, pero si no dominas es difícil acabar el tanto". Se le achaca a Julen una excesiva dependencia del juego a bote, que no emplea el aire, fundamento vital en la pelota moderna, pero su padre no está de acuerdo. "Se dice que Julen no mete el gancho, pero sé que sabe hacerlo. Por ese lado estoy tranquilo. Es cuestión de confianza, porque el gesto lo tiene".

Y es que Julen se colgó a la pelota desde pequeño, después de que abandonara la idea del fútbol "porque los goles los metía otro", recuerda Julián, que jamás trató de vertebrar el futuro de Julen entorno a la mano. "Nunca le he dicho que sea pelotari, él ha querido serlo. Era lo que más le gustaba. Yo tengo la pena de que no haya estudiado una carrera, aunque eso no quiere decir que luego vaya a valer para trabajar. Para trabajar lo que hacen falta son ganas", argumenta Julián, que en su juventud se pasó una campaña talando árboles "con una motosierra que pesaba 10 kilos, 14 horas al día. Te aseguro que yo la pelota no lo consideraba como un trabajo después de eso. Para mí la pelota es jugar, pero evidentemente hay que ser profesional. Lo que hagas, sea lo que sea, hay que hacerlo bien".

apuesta por la pelota Julen, el mayor de los hijos de Julián -el pequeño es Beñat, que prefiere el remonte- desechó la opción de estudiar "porque los libros no me gustan". El porvenir de Julen era redondo: una pelota. La naturaleza le otorgó un don y se agarró a él. "Tengo un vídeo grabado, creo que es en Tolosa, donde Julen con tres años ya le pegaba a la pelota con las dos manos. Se le veía desde el principio que era ambidiestro. Siempre ha sido estilista, muy pelotari, eso no lo voy a negar", apunta Julián, que guarda la cinta como un tesoro, una joya, nada que ver con la grabaciones magnéticas de sus gestas, a las que les da el valor de la bisutería. "Es que no soy de ver los vídeos de los partidos. Tengo cada partido aquí (se señala la cabeza), recuerdo más o menos cada tanto, cómo fue la jugada, si acerté o fallé. No me hace falta verlo".

Julen sí ha repasado esas imágenes, "de vez en cuando", confiesa, pero más como entretenimiento que como un ejercicio de adoctrinamiento, aunque es innegable la admiración que siente hacia su padre, alguien totalmente dichoso jugando a pelota: "Me podía pasar un día entero jugando a pelota. Para mí la pelota es eso, un juego, si se te hace duro, algo falla. Para ser pelotari lo que hay que tener además de mente, facultades, perseverancia y sacrificio, es afición. Puedes tenerlo todo, pero si no tienes afición no sirve de nada. Hay pelotaris que tienen facultades y talento pero que les falta cabeza o afición y sin eso no hay nada que hacer". También le entusiasma a Julen la pelota, pero su visión no es tan romántica, tal vez porque la pelota ha sido siempre su profesión y no pueda establecer una comparación con otro trabajo que no ha desempeñado. "No es fácil disfrutar jugando a pelota profesional. Pasártelo bien te lo pasas en los entrenamientos", o en "aficionados porque cuando eres profesional, eres profesional", añade Julián, su maestro, el que le enseñó a hacerse los tacos, una tarea "que al principio cuesta aprender", destaca Julen.

A gusto como botillero El segundo de los Retegi, el original, siempre ha estado al lado de Julen, sobre la silla, el trono del consejero. No le genera desasosiego a Julián. Al contrario, aprecia un cargo barnizado con extrema gravedad según él: "Se le da más importancia al botillero de la que realmente tiene". "Yo disfruto en la silla junto a él, pero también cuando he sido botillero de otros. El botillero no gana ni pierde los partidos porque todo pasa por las manos del pelotari. Lo que no haga el pelotari no lo puedes hacer tú. Siempre le puedes dar un consejo, pero al final todo depende del que está en la cancha". "¿Si soy exigente con él? Sí, pero con los pies en el suelo, sabiendo qué se le puede pedir y qué no. Lo he hecho con todos los pelotaris. Exijo lo máximo, pero no puedes pedir lo mismo a todos, hay pelotaris que están más capacitados que otros, pero lo fundamental es obtener el máximo de cada uno", certifica Julián, que enmarca el triunfo de Julen ante Aimar "como un detalle".

Ese máximo se percibe lejano en Julen a pesar de su amotinamiento en la jaula. "Hasta ahora lo ha hecho muy bien, pero hay que ver de lo que es capaz en la liguilla. Esto es otra historia. Irujo es el favorito para la txapela. Lo tiene a huevo", reflexiona Julián, mientras Julen, que acude a la cita más importante desde que amaneciera en la modalidad, carga las alforjas con una mixtura de ilusión, determinación y curiosidad, como lo hacia el célebre Livingstone, el aventurero infatigable que se topó en África con las Cataratas Victoria. "Yo voy a aprender, no tengo nada que perder e intentaré ponérselo lo más difícil posible a todos. Esa es mi idea". La idea de un Retegi.