A las personas a veces les pasa que cuando surcan el cielo encima de su escoba voladora, mientras buscan una pelota dorada con alas, abren los ojos y se ven con un palo entre las piernas corriendo detrás de un hombre vestido de amarillo con un calcetín atado a la espalda. Dicho así quizá tenga poco glamur, pero lo cierto es que el quidditch es un nuevo deporte que se va abriendo hueco poco a poco. En algunos gimnasios de EE.UU. ya se enseñan técnicas de lucha con las legendarias espadas lasers de La Guerra de las Galaxias e incluso la ciencia ha logrado crear algo muy similar a esa emblemática arma. Otras novelas, como la de Sherlock Holmes, consiguieron trasplantar esas técnicas de investigación criminal a ejercicios policiales cotidianos, pero ninguna obra de ficción logró nunca destilar un deporte tan novedoso y con una reglamentación tan sistemática como la saga de Harry Potter.
Leídas las novelas o no, a todo el mundo le sonará vagamente el deporte que jugaban entre magos, con una escoba voladora y en el que una pelota mágica dorada decidía el sino de los partidos. Su nombre era quidditch y durante toda la serie de libros jugó un papel trascendente en el devenir de la trama. Los niños que en 1997 leyeron la primera obra de la saga -Harry Potter y la piedra filosofal- hoy ya son adultos y muchos han terminado la universidad, pero crecieron a la par que su personaje principal, cuya escritora siguió publicando libros de la serie hasta completar su heptalogía y crear toda una masa de seguidores acérrimos.
Lo que poca gente se imaginó es que su legión de fans llegaría incluso a adaptar y practicar el deporte que Rowling describió en sus novelas. En 2005, la universidad estadounidense de Middlebury, en Vermont, empezó a practicar el quidditch muggle, una reinterpretación en clave no mágica del quidditch. El libro benéfico publicado por J.K. Rowling en 2001: El quidditch a través de los tiempos y una buena dosis de imaginación sirvieron a estos universitarios para comenzar a disfrutar de este singular deporte por equipos.
Los conjuntos los conforman siete jugadores: tres cazadores que deben anotar los puntos, dos golpeadores encargados de eliminar del ataque o defensa a otros jugadores, un guardián que hace las veces de portero y un buscador responsable de atrapar la snitch. La práctica se realiza en un terreno de juego delimitado por tres aros que hacen las veces de porterías. Todos los jugadores deben llevar un palo de un metro entre las piernas. Como quaffle, el balón que ha de introducirse en las porterías rivales, se utiliza una pelota de voleibol y cada anotación vale diez puntos. Además, se usan unos esféricos distintos, propios del balón prisionero, como bludgers o pelotas golpeadoras, la cuales eliminan del ataque o defensa a los jugadores atizados con ellas.
La snitch es un objeto mágico dentro de las novelas de Harry Potter; en el quidditch muggle es una simple bola de tenis dentro de un calcetín atado a la parte posterior de la cintura del corredor de la snitch, un jugador neutral vestido de amarillo. Trascurridos 18 minutos de juego, el corredor entra en el campo y si el buscador consigue robarle la pelota de su cintura, su equipo obtiene treinta puntos y se decreta el final del partido. El que más puntos sume, gana el partido. Pero aquí no acaba el reglamento, puesto que el quidditch pretende ser un deporte pionero en cuestión de igualdad de género. Todos los equipos deben ser mixtos, con un máximo de cuatro jugadores, hombres o mujeres. Además, para determinar el género, la competición solo tendrá en cuenta la condición sexual de cada participante y no cuál haya sido su género de nacimiento.
‘quidditch’ en bilbao Yeray Espinosa, un joven bilbaino, fue el impulsor de esta práctica en Euskadi. Nada más tener conocimiento de la existencia de este deporte, promocionó a través de las redes sociales la creación de un equipo para poder practicarlo. En septiembre su equipo de quidditch vio la luz. Hoy, Espinosa preside la AEQ (Asociación Española de Quidditch), es capitán de los Bizkaia Boggarts, que incluso han participado como invitados en la última Copa Catalana de Quidditch, y ha logrado la creación de otro equipo más en Araba. “Son muchas cosas en poco tiempo”, comenta el capitán, que explica de dónde surgió el nombre de su equipo de quidditch: “Los boggarts son unos seres que en la novela de Harry Potter se convertían en el mayor temor de la persona que tenían enfrente”.
La práctica de este deporte no ha parado de crecer en los últimos meses. A nivel estatal ya existen más de trece conjuntos que participan en torneos regulares al cabo del año y han conseguido reunir una selección española con 21 integrantes. “Es muy caro por que los desplazamientos los tenemos que pagar de nuestros bolsillos”, se lamenta el capitán. No obstante, se muestra optimista con el futuro de su deporte: “En unos años ni se acordarán de que surgió de las novelas de Harry Potter, simplemente será quidditch”. Pero mientras tanto, la gente sigue mirándoles incluso con “cierto desprecio” y considerándoles muchas veces unos frikis sin ni siquiera darles una oportunidad para que les conozcan.
En el territorio estatal esta disciplina se encuentra todavía muy lejos de otros países como Estados Unidos, donde existen más de un centenar de equipos que participan en ligas regulares. Incluso, las populares becas deportivas americanas ya tienen en cuenta la práctica de este deporte dentro de las subvenciones que ofrecen anualmente. De hecho, ya están trabajando en la confección de un Campeonato del Mundo de quidditch. Y es que según Espinosa, “los yanquis están a otro nivel, son mucho mejores”.
Quién sabe si el día de mañana hablaremos de Yeray Espinosa como el pionero que introdujo en Euskadi un deporte de masas. El futuro está lleno de incógnitas. Lo que es seguro es que hace falta mucha magia para lanzarse a una aventura así.