Treinta años.

-Han pasado volando. Mi primera expedición al Himalaya fue en 1982 y en 1985 la Diputación puso el dinero para buscar el primer ochomil alavés. Y fue el Cho-Oyu. Subimos Mikel Apodaka, que ya no está; Atxo Apellániz, que tampoco está; Juanjo Amezgaray, que tampoco... Siempre digo que es la cima de la que mejores recuerdos tengo. Las sensaciones que tuve allí no se han vuelto a repetir. Nosotros hicimos la séptima u octava ascensión mundial porque entonces los chinos no daban permiso para subir hasta que ellos no habían ascendido. Entramos por Nepal para ir a territorio tibetano y dio la casualidad que esa primavera estaban los chinos ascendiendo al Cho Oyu por primera vez. Nos pillaron sin permiso, nos amenazaron, nos expulsaron con una buena bronca y tuvimos que estar diez o doce días aclimatando en otros lugares y esperando a que los chinos hiciesen cumbre y se marcharan. Y así ocurrió. De vez en cuando íbamos a echar un vistazo a escondidas, como asomando para ver qué hacían en el campo base. Así hasta que se marcharon y pudimos subir en estilo alpino.

¿Por qué el Cho Oyu?

-Porque Felipe Uriarte tenía un permiso. No es como ahora, que van un montón de expediciones. Había que solicitar los permisos y no daban muchos. Felipe tenía uno y lo aportó a cambio de ir con nosotros en esa expedición alavesa. Además teníamos la experiencia de la gente que había subido y recuerdo que decían que era una montaña bastante asequible, no muy peligrosa y sin demasiadas avalanchas. Y es cierto.

¿Qué le llevó al Himalaya?

-Cada vez quieres más y ya cuando estuvimos la primera vez en 1982 (Kangchuntse) decidimos que íbamos a volver, aunque eran otros tiempos. Al final se dio la circunstancia en 1985, que fue una expedición deportivo-científica porque fuimos acompañados por médicos para hacer estudios y por eso se pudo financiar la expedición. Estábamos con la incógnita de hacer un ochomil, nadie lo había hecho en Álava, era lo que empezaba a llevarse en aquellos años...

¿Cuánto costó?

-No me acuerdo exactamente, pero no menos de cinco millones de pesetas. Ahora ese dinero lo gastas para ir uno solo.

¿Cómo fue esa primera cumbre?

-Te queda la buena sensación de haber hecho la ascensión bien y demostrarte a ti mismo que puedes subir una montaña de ocho mil metros. El pensamiento aquella primera vez allí arriba fue que no iba a ser el último. Fue como una droga. Era la primera, pero en ese momento ya queríamos hacer otra y en 1987 volvimos. Como las sensaciones que viví en ese momento no ha habido más. Satisfacción por subir con poca experiencia, éramos un grupo de amigos... Luego la imagen desde la cumbre, ver la planicie del Tíbet y un terreno completamente árido... No tiene nada que ver con otros picos de Nepal, que mires por donde mires ves hielo o nieve.

Treinta años de gusanillo.

-Te engancha. Teníamos claro que ahí no nos íbamos a quedar. Te vas metiendo, te vas metiendo y a lo tonto a lo tonto...

¿Cuándo se decidió a atacar los catorce?

-Cuando había subido ya los más altos, Everest, K2 y Kangchenjunga, le empiezas a dar vueltas. Me había quitado los más gordos y me lancé a por los catorce. Y, como les ha pasado a muchos, con el error de dejar para el final el Annapurna, que es el más peligroso.

Una frase que repite siempre es que tan importante o más que subir es bajar.

-He vivido experiencias muy jodidas, pero ya pasaron y me quedo con lo mejor que me ha dado la montaña. Han sido situaciones críticas mías y de compañeros que desgraciadamente se han quedado allá. Uno tiene que tener la cabeza muy asentada para seguir con esta actividad sabiendo lo que entraña porque este negocio no está exento de un accidente. Hay que tener prudencia, que se gana con la experiencia. Aprendes a no cometer errores en la montaña, como el que me pasó a mí por ejemplo en el K2. Me tenía que haber dado la vuelta y no lo hice. Ya he aprendido bien la lección y después de aquello ya ha habido varias veces que me he dado la vuelta. La montaña termina abajo, en el campo base, que es donde disfrutas de todo. Arriba llegas cansado, agotado, deshidratado, sin reflejos, con la euforia de haber hecho cumbre... Eso hace que te liberes y te olvides de todo, sobre todo de lo más importante que es bajar.

¿Poca gloria y mucha miseria?

-Yo me he dedicado a esto profesionalmente y me lo tomo de otra manera. A mí me gusta disfrutar cuando hago una actividad, pero cuando estás en este negocio lo que quieres es llegar arriba, bajar rápidamente y pasar página. No soy ese personaje romántico que se queda viendo la cumbre, las estrellas, el paisaje...

Usted ha sufrido momentos críticos y ha perdido a varios compañeros. ¿Se le dan muchas vueltas a la cabeza?

-Muchas. Cuando hay un accidente piensas mucho para tratar de no volver a cometer el mismo error y para subsanar lo que ha ocurrido. Lo analizas, piensas... Pero muchas veces es impredecible. Hay cosas previsibles, pero otras...

Se han ido muchos amigos.

-Unos cuantos. Con eso hay que vivir, no se olvidan. Se aparcan cuando vas a la montaña porque no puedes ir constantemente pensado que vas a perder la vida como le ha pasado a algún compañero. Aparcas, pero no olvidas.

Ha visto a la parca de cerca...

-He vivido varias situaciones tremendamente críticas. Siempre hablo del Kangchenjunga, cuando Alberto y Félix Iñurrategi tuvieron un comportamiento conmigo de una exquisitez total. Pudieron dejarme allá y sin embargo se quedaron conmigo y me ayudaron a bajar. No sé ni cómo bajamos con la tormenta que nos envolvió. Entonces no hubo desgracias físicas, pero psicológicamente aquello me minó mucho. Cuando llegamos al campamento me dieron ganas de llorar, de pensar... Todavía me pregunto muchas veces cómo bajamos. Algo o alguien externo tuvo que ayudar.

Suele decir que allí arriba no ha visto nunca a Dios, pero que la Virgen se le ha aparecido varias veces.

-En la segunda ascensión que hice al Everest me perdí, en el K2, la última expedición en Annapurna... Ha habido muchos momentos malos, pero Mikel Apodaka siempre decía que yo tenía el defecto de que se me pasaba muy rápido todo lo malo que había ocurrido. Venía de una expedición y al día siguiente estaba pensando en otro ochomil. Era la pura realidad. Hoy en día, cuando lo paso mal se me queda muy grabado. Como en los dos últimos, que lo he pasado fatal para bajar con edema de pulmón y alguna bronca.

Las broncas.... Eso tampoco ha faltado.

-Me han dado por todos los lados por intentar hacer las cosas bien. Muchas veces me pueden más la boca y las formas que cualquier otra cosa. En el Annapurna fue donde más me dieron y encima por querer salvar la vida de alguien. Son cosas que pasan. Como la que tuve con Edurne Pasaban, que está olvidada.

¿Qué es un edema?

-Es algo que le pone a uno muy mal. Se produce por la falta de oxigenación. Son unos momentos muy duros porque quieres avanzar y no puedes. Te fatigas, tienes la respiración agitada, el corazón alterado... No te recuperas porque tienes que bajar de altura, pero, al mismo tiempo, no puedes porque estás muy fatigado. Es donde uno tiene que tener las cosas muy claras y sacar fuerzas de donde no las hay. Si no, te quedas allá. Es lo que le ha pasado a mucha gente. El edema te vence y si no tienes a alguien al lado que te ayude, te anime, te empuje...

¿Y las congelaciones?

-Se te ponen los dedos negros y en función de cómo estén de negros te cortarán de un sitio u otro. En este sentido, la medicina ha avanzado muchísimo. Antes te congelabas media mano y media mano te cortaban. Ahora buscan recuperar el máximo posible de la lesión. Yo con mis pies me pasé dos meses viendo como avanzaba la necrosis y los dedos se convertían en mármol. Tenía negro casi hasta el talón, pero después del tratamiento iba recuperando capa a capa. Hasta que llega un momento que la lesión no se recupera más. Hay una raya y ves dónde está lo bueno y dónde lo malo, lo que hay que cortar.

En treinta años, ¿qué ha cambiado allí?

-Todo. Todo. Materiales, información, equipos, ropa, tiendas, mentalidad... Pero lo más importante es la forma de hacer montaña, que vamos para atrás. Antes la gente era muchísimo más atrevida. Y eso que ahora hay muchísimas más garantías a la hora de subir. Lo que más ha influido son los partes meteorológicos y los teléfonos satélite. Yo recuerdo el primero que llevé y... Ahora vas con un móvil normal y ya puedes hablar desde la cima del Everest. Los partes meteorológicos los tienes todos los días y como hay muchas expediciones puedes contrastar datos. Lo clavan al cien por cien. Por eso ahora vemos que un día igual han subido cuatrocientas personas al Everest. Todos van para arriba porque saben que hay garantía de buen tiempo. Pese a estos avances, no hay ahora montañeros a la altura de los grandes. La gente va a una montaña, quiere llevarse el trofeo y cuanto más fácil mejor. El Everest ahora es un gran negocio, pero una montaña completamente vulnerable y que se sube de una forma que para mi punto de vista no es la más ortodoxa.

‘2x14x8.000’.

-Tras acabar los catorce en 1999, comencé a trabajar con Al filo de lo imposible y eso hizo que repitiera varias cumbres. Después de volver a subir el Kangchenjunga es cuando me planteo el proyecto de volver a repetir los catorce. Voy diez y quedan cuatro, pero en los dos últimos en Shisha Pangma y Manaslu he tenido dos principios de edema de pulmón y he estado dos años sin ir a subir otro ochomil. A ver si podemos ir al Broad Peak en junio.