Probablemente no exista nada como un autómata para equiparase a un deportista de élite. La biografía de los atletas está repleta de lugares comunes. Repeticiones, rutinas, automatismos, dietas estrictas, horarios ajustados, entrenamientos infinitos, competiciones al límite, concentraciones, trabajo psicológico, esfuerzo, sacrificio, renuncias, viajes de aeropuerto-hotel-tatami. En crudo, un deportista de élite cabe en una hoja de cálculo limitada, en las tablas de Excel, donde se refleja su vida, su cotidianidad. Respiran en un planeta propio, una especie de refugio en el que durante años se preparan para obtener una batería de respuestas con las que hacer frente a lo inesperado, lo sorpresivo. Tal vez por eso son legión los deportistas que tienden a sentirse cómodos y seguros en el confort de su burbuja, en ese mundo reglado, cartesiano, donde todo está medido, incluso los retos extraordinarios. Un paisaje donde apenas hace cuña la improvisación, un reflejo aprendido en todo caso. "Cuando eres deportistas sabes lo que tienes que hacer", alude Kenji Uematsu, (Portugalete, 1976) campeón de Europa de judo en 2004 y 5º en los Juegos Olímpicos de Atenas.
El deportista de élite vive, principalmente, en dos tiempos verbales: el presente y el pasado. En el primero, engullido por el hábitat de la competición, un insaciable leviatán que con suerte deja algunas migas de reconocimiento y algunos ahorros. Después, a los atletas se le cuelgan los ojos mirando por el retrovisor para recordar aquella época feliz. En ese relato, cuando todo acaba, el porvenir es vértigo. Cuando uno deja de ser deportista, el futuro asoma montado sobre la grupa de la incertidumbre como si se presentan los jinetes del Apocalipsis. "Cuando acabé mi experiencia como judoka, pensé: ¿y ahora qué? El tránsito de deportista a ciudadano es complicado porque no nos preparan para ello", dice Uematsu. No hay entrenamiento para ese cambio brutal, para un triple salto mortal. "Tienes que rehacer tu vida, reinventarte, buscar trabajo. No resulta nada fácil aterrizar desde un mundo que puede considerarse una burbuja a pasar al mundo real".
Kenji Uematsu fue un reputado judoka, uno de los mejores, una vida atada al tatami. "No fue fácil desengancharse del judo, de la competición. Durante dos o tres años no pude hacerlo aunque ya no competía. Seguía a mi hermano, Kiyoshi por todas partes". Kenji, licenciado en INEF, vivió por y para el judo. "El judo absorbía todo mi tiempo". La experiencia de Kenji es aplicable a la gran mayoría de los deportistas de élite, entregados en cuerpo y alma a su disciplina, que reclama una atención plena. "La rutina de un deportista de élite está repleta de sacrificios. Yo dedicaba 11 horas al judo, desde que me despertaba hasta que me iba a dormir todo era judo, desde los combates hasta cuidar la dieta para mantenerte en el peso".
A pesar de la dureza espartana de los entrenamientos, de los cientos de renuncias, de consagrar la vida a perseguir el sueño del laurel, Kenji reconoce que en ese escenario "te sientes protegido, porque tienes el control sobre las cosas. Sabía lo que tenía que hacer en todo momento y eso te aleja de la incertidumbre, algo muy presente cuando terminas la de deportista y tienes que seguir con tu vida". El combate de la vida es otro, más complejo y extraño, donde las reglas, si las hay, son más difusas y los golpes inesperados. "Se me hizo duro parar y ponerme a buscar trabajo. No sabes por dónde empezar. Estás perdido. En el judo compites contra veinte, en la vida lo haces contra millones. Simplemente, eres uno más, otro. No hay entrenamiento para eso ni reglas como en el tatami".
una difícil adaptación Ese tránsito, el traslado desde el tatamí hasta el asfalto, lo vivió en Barcelona, donde reside junto a su mujer, Gloria. "Ella tenía trabajo allí y al menos aseguramos un sueldo", relata Kenji, que dejó atrás Portugalete, su pueblo natal, al mismo tiempo que colgaba el kimono. "Durante un tiempo estuve peleado conmigo mismo. Era muy irascible. Tenía la sensación que todos estaban en mi contra. Lo pasé mal. El estar parado, sin un objetivo claro, hacia que estuviera ansioso. No conseguía adaptarme a la nueva vida. Estaba que mordía", explica. A Kenji le relajó la mandíbula, el nacimiento de su primer hijo. "Mientras echaba curriculums, cuidada de mi hijo. Eso me vino muy bien porque me estaba costando cambiar de vida, tenía cierta ansiedad por estar parado". Ahora es padre de dos hijos.
Cruzar el río de una orilla a otra es un Everest para los deportistas, una aventura hacia lo desconocido. Tienden los deportistas, fabulosos especialistas, a focalizar al detalle como lo hacen los microscopios. Permanece absortos en su tarea, mientras la vida transcurre por un gran angular. Universos, en demasiadas ocasiones paralelos. La sensación de incomprensión es un elemento más en ese viaje iniciático. La sociedad adora y envidia a los campeones cuando compiten, pero los borra de la memoria con facilidad mientras construye los nuevos ídolos en un bucle sin fin. "De alguna manera sufres una especie de crisis de identidad. Todo el mundo piensa que solo eres capaz de pegarte en un tatami, que no sirves para otra cosa. Esa sensación es dura de digerirla como persona".
la apuesta de up Kenji imaginaba otro futuro, algo distinto, una visión más amable. "Al acabar te esperas otra cosa, piensas que tendrás un futuro más fácil, pero a base de golpes te das cuenta de que esto es la vida real y que no eres campeón de nada". Entre diatribas, una pregunta seguía repicando en la mente de Kenji: ¿y ahora qué? "Esta clase de deportes, como la mayoría, te da para conseguir unos ahorros pero no te solucionan la vida. Tienes que trabajar para tirar hacia adelante. La vida de un deportista es un combate corto, te retiras siendo joven, pero en el combate de la vida no hay fecha". Con esa idea revoloteándole la cabeza, su asesor financiero, Gonzalo Pujol, le propuso una alternativa: aconsejar a deportistas sobre cómo gestionar el dinero que ganan durante la competición para garantizar un aterrizaje más sereno en la vida que espera después.
"La idea no es tanto para futbolistas de alto nivel y deportistas que ganan muchísimo dinero sino para deportistas de deportes más secundarios, con proyección, pero que no tienen tantos ingresos. Nuestro cometido es asesorarles para que dispongan de un colchón de dinero cuando se retiren y tengan un futuro mejor", desgrana Uematsu sobre una empresa que comenzó durante las charlas con Gonzalo alrededor del colegio al que acuden sus hijos. UP (Uematsu&Pujol) "un nombre positivo" inició su andadura en septiembre. Kenji se encarga el contacto con deportistas y Gonzalo vuelca su experiencia en los asuntos financieros. "Es un terreno a explorar. No somos managers, ni nadie que les diga con qué equipo deben fichar ni nada parecido. Simplemente tratamos de que los deportistas estén más protegidos financieramente de cara al futuro. Les buscamos marcas, sponsors... tratamos de trabajar en común", relata Kenji, que reconoce que no es sencillo convencer a los deportistas con algo que tenga que ver con las finanzas, más en tiempos de crisis.
"De entrada los deportistas son desconfiados, aunque tenemos la ventaja de mi experiencia, yo he sido deportista y eso te abre puertas. Facilita el contacto". De momento, la empresa sigue rastreando oportunidades. "Trabajamos con un jugador de balonmano del Barcelona y hay otros deportistas que les empieza a seducir la idea". Kenji pudo ahorrar "porque no fui gastador", pero asume que durante la época como deportista la tentación de gastar es grande porque parece que eso nunca acabará. Hasta que se termina. "Cuando estaba en el mundo del judo no había este tipo de herramientas. Mi socio trata con bancos, con abogados, para asesorar al deportista a cuidar el dinero". Se trata, en definitiva, de ofrecerles un carta de navegación y un puerto refugio antes de zarpar hacia un océano vital que "te recuerda que eres un simple ciudadano, que no eres campeón de nada".