BILBAO. NADA invita a pensar que Australia vaya a difuminar el paisaje que Novak Djokovic fue dibujando, a victoria limpia, en 2011. Los primeros pinitos del serbio este curso y las dudas permanentes de Rafa Nadal -que asegura prepararse para meses venideros, donde la tierra, el verde y los Juegos Olímpicos prueben su fortaleza- esbozan un escenario conocido sobre Melbourne Park, donde tampoco Roger Federer llega en su plenitud. Tres títulos de Grand Slam, 70 victorias y solo 6 derrotas, amén de 41 triunfos consecutivos, adornaron el año imperial de Nole, ese en que subió al cielo y enterró desgracias y manías, derrotando al balear en lo psicológico al superarle, una tras otra, en seis finales. Djoker parece haberse repuesto además de la fatiga que le ocasionó tanto éxito y de su dolorido hombro, aunque el sorteo no le fue del todo benévolo: abrirá ante el italiano Lorenzi pero en cuarta ronda podría toparse con un incómodo Roddick, y en semifinales tendría enfrente a un Murray dispuesto a demostrar al fin su poderío a las órdenes del legendario Ivan Lendl para amarrar su primer grande. "Ya lo hice una vez, ¿por qué no dos? ¿Por qué no ser optimista y positivo ante toda la temporada?", se conjura Djokovic ante su reto.
El de Manacor, que tendrá un plácido estreno ante el estadounidense Alex Kuznetsov, emprende el ejercicio también sano del hombro aunque preguntándose si se adaptará a una raqueta tres gramos más pesada que puede multiplicar sus errores no forzados, como le sucedió ante Monfils en Doha. En el camino debería apear en el tercer escalón a Ljubicic y después a todo un sacador como Isner, cruzándose con Federer en el penúltimo escalón. Entre ceja y ceja, un cambio de identidad que traza un propósito: volver a ser competitivo. Y para eso en los últimos días viene afilando sus golpes, más potentes, pese a que con ello pierda algo de precisión. Es parte del plan, asumir el riesgo de atacar para no ser desbordado, necesidad imperiosa para ser cada vez mejor y no estancarse. ¿Qué hizo mal en el pasado inmediato? "No ir más allá. No llevar al límite al adversario", analiza. "Fui demasiado previsible -algo lógico tras siete años en el circuito y todos ellos entre los dos mejores-, me faltó un extra de algo", admite. Y aunque sus miras apunten más a abril, Australia, donde el año pasado cayó en cuartos, es una oportunidad nada desdeñable de acumular puntos, de reducir la distancia con Djokovic (4.035 puntos les separan en la actualidad), que tendrá que defender prácticamente cada semana de competición. A menudo Rafa sufre con su derecha ante las aceleraciones del serbio, que le obliga a jugar más y más corto, lo que desespera al isleño, que prefiere siempre usar la diagonal. Cierto es que su servicio mejora pero su porcentaje de primeros ganados sigue siendo bajo: 71% en 2011. Ahora bien, si tiene claro y definido el trazado en su cabeza, podrá voltear la situación. Sabe, sin embargo, que no será Nole el único que desee amargarle la existencia. Esta vez el tapado parece ser el escocés Murray.
Su reciente éxito en Brisbane parece demostrar que la sociedad que ha formado con el sueco Lendl engrasa bien. Aparte de cargar con el yugo de los más de 75 años que hace que un británico no ha levantado un Grand Slam -desde Fred Perry en el Roland Garros de 1936-, Murray presenta nuevas credenciales y, sobre todo, un físico más apropiado para la gesta. Además, ha ampliado su registro: siempre fue un jugador defensivo, contragolpeador, pero ya le gusta tener más la iniciativa pese a padecer lo suyo con la derecha paralela. Dice estar convencido de poder capitular su leyenda negra con las finalísimas: USA Open 2008 ante Federer, Australia 2010 frente al suizo y en este escenario en 2011 con Djokovic. El drive es justamente el mejor golpe que tenía el nórdico, mientras que el error que amarga a Andy es no mover la muñeca, al pegar la derecha, casualmente aquello que más hacía su nuevo preparador, es decir, sacar el codo y luego mover la muñeca en el momento del impacto.
Federer ansía el oro en Londres También el helvético, tetracampeón en este terreno, se planta decidido a añadir otro grande a su colección de 16, aunque aspira a poner el broche a su carrera con el oro en la hierba de Londres. Terminó la campaña en plena forma pese a no ganar ningún Grand Slam por vez primera desde 2002, con victorias en Basilea, París-Bercy y en el Masters londinense, y acumula una serie de 20 victorias seguidas -no se contabiliza la marcadotenia de Abu Dhabi ni su ausencia en Doha la semana pasada por lesión-. El resto de alternativas pasan por David Ferrer, que ayer revalidó el título en Auckland al vencer al belga Olivier Rochus por 6-3 y 6-4 en poco más de hora y media; el argentino Juan Martín Del Potro, envuelto en dudas tras su tempranera derrota en Sidney aunque ofreció una gran imagen en la final de la Davis de Sevilla; el francés Jo-Wilfred Tsonga y los Feliciano López, Fernando Verdasco e incluso Marcel Granollers, prestos para el susto.
Todo está en orden para averiguar desde esta próxima madrugada si Djokovic volverá a gobernar con la precisión de un cirujano, sublime en los puntos decisivos. Como él consideró ayer mismo después de recibir un pelotazo de Nadal mientras ambos bromeaban en una exhibición para los niños: "Todo es posible". A lo que el manacorí apostilla: "Estoy haciendo lo que debo para volver a competir con los mejores".