Con un cuerpo que sobresale de lo cotidiano, Iñigo Ortiz de Mendibil pasea por las calles de Algorta siendo objeto de miradas furtivas que recorren sin pudor ni prisa cada uno de los trabajados músculos de su cuerpo. Más de tres décadas dedicadas al gimnasio le han esculpido una robusta figura, demasiado inflada para los estereotipos actuales, pero perfecta para subirse al segundo escalón del Mundial de culturismo que acaba de celebrarse. Inscrito en la categoría para mayores de cincuenta, Iñigo admite estar en su mejor momento de forma: "No he estado más fuerte en mi vida, estoy bastante asentado y me conozco muy bien a la hora de llevar a cabo los entrenamientos y las comidas, pero creo que aún tengo muchos años para mejorar más". Y es que con medio siglo de vida este getxotarra puede presumir de llevar el fruto de sus éxitos bajo la piel, casi una decena de títulos que le han erigido en un estandarte de este deporte, y eso que comenzó en él de forma involuntaria.

El hockey sobre hielo fue su deporte predilecto y su habilidad con el stick le llevó a conquistar varios campeonatos ligueros, pero su cuerpo menudo, incapaz de imaginárselo ahora, le apartó de la selección junior. Un rechazo que, lejos de deprimirle, le despertó su afán de mejora y las pesas se convirtieron en una compañía continua: "Me gustó el trabajo de gimnasio y el físico que te proporcionaba así que lo que comenzó como un complemento, luego fue mi vida. Me enganchó totalmente", explica Iñigo. De esta forma, durante más de tres décadas, el culturista sigue a rajatabla un esquema de trabajo que copa su rutina diaria: en pie a las seis de la mañana, ocho comidas ricas en proteínas y, entre entrenamiento y trabajo, muchas horas en el gimnasio. "El fundamento de nuestro deporte es la comida. Eso es en lo que cae la mayoría de las personas porque no son capaces de comer lo necesario para mantener un cuerpo de 97 kilos", aclara el getxotarra.

Considerado como uno de los deportes más exigentes, el culturismo supone un sacrificio increíble que Iñigo aguanta a la perfección, aunque reconoce que no se priva de nada: "Es imposible estar durante 31 años renunciando a las cosas". Amante de los pintxos y del bueno comer, el getxotarra admite aborrecer la noche y todo lo que conlleva, unas aficiones que le han ayudado a subir a lo más alto de este deporte individual donde "lo que tú no hagas, no lo van a hacer por ti". Con esa filosofía, Iñigo fue mejorando año tras año hasta llegar a dar lo mejor de sí y lograr una plata mundial. Sin embargo, a pesar de estar en lo más alto del culturismo y en un estado de forma envidiable para la mayoría de sus adversarios, este deporte sigue sin aportar un sustento económico por lo que el getxotarra tuvo que ingeniárselas para compaginar el trabajo con su pasión y el resultado, al margen de su Licenciatura en Turismo, son los 17 años al frente del gimnasio de Fadura. "No solo no te da para ganarte la vida sino que es al revés, te cuesta mucho dinero". Aún así, el culturista habla de su profesión con una sonrisa y afirma que "me llena y me compensa".

Rompiendo tópicos Desde que comenzó en este deporte, Iñigo Ortiz de Mendibil se ha afanado por normalizar la imagen que su deporte tiene en la sociedad. Él mismo admite haber sufrido las inquisitivas miradas que levanta su cuerpo y los juicios de aquellos que mezclan la vigorexia con la simpleza: "El culturista es uno de los deportistas que más cultiva su mente porque más necesita saber sobre su cuerpo, entrenamiento y alimentación", reivindica. Aún así, a pesar de la nula recompensa económica, de las horas de esfuerzo y de la crítica mirada de la sociedad, Iñigo lo tiene claro: "El culturismo merece la pena".