Aquí es donde comencé y aquí es donde termina todo. No había mejor lugar para hacerlo". Visiblemente emocionado, ovacionado por el público puesto en pie y rodeado por varios de los rivales contra los que se batió el cobre durante doce años (desde Novak Djokovic a Marc Rosset pasando por Albert Costa), Marat Safin colgó la raqueta el pasado jueves tras perder en el Masters 1.000 de París-Bercy, poniendo fin así, a los 29 años, a una carrera que, pese a ser merecedora del calificativo de exitosa, no acabó de colmar las expectativas creadas en torno a su persona. Es lo que tienen las apariciones arrolladoras, que colocan las metas en cotas muy difíciles de hollar. El ruso lo sufrió en sus carnes. En 1998, a los 18 años, salió del anonimato en Roland Garros, pasando de la noche a la mañana de proyecto de buen tenista a figura mundial. En la primera ronda dejó en la cuneta a Andre Agassi, en la segunda se deshizo de Guga Kuerten, campeón en curso del torneo galo, y sólo el local Cedric Pioline pudo frenar su ascenso en los octavos de final. Había nacido una estrella. Se le presentaba, incluso, como la alternativa más sólida para terminar con la tiranía de Pete Sampras en el circuito de la ATP, pero la irregularidad de su juego, las lesiones y su negativa a dejar de lado todas las distracciones que proporciona la vida de una figura millonaria para volcarse de lleno en el tenis le impidieron llegar todavía más alto.

"Por suerte, en mi vida siempre ha habido muchas cosas al margen del tenis". Quizás esta frase defina a la perfección la forma en la que Safin, volcánico tanto dentro como fuera de las pistas -él mismo calcula que habrá estampado más de 300 raquetas contra el suelo en pleno partido- y poseedor de una personalidad arrolladora, sin pelos en la lengua y muy atractiva para los medios de comunicación, ha entendido este deporte. Siempre se ha rebelado contra aquellos que le han acusado de falta de entrega y se ha negado a pasar por el aro de la vida monacal como única forma de alcanzar la gloria. "Si hubiera, si hubiera, si hubiera... No tiene sentido pensar en esos términos. Lo único cierto es que cada vez que estaba jugando mi mejor tenis me lesionaba. En un mundo ideal Sampras tenía que haber ganado 20 Grand Slams. Y Agassi, ¿cuantos? Marcelo Ríos tendría que haberse llevado otros nueve como poco... Todo eso no tiene sentido, al menos para mí. Mi vida no se ha limitado exclusivamente al tenis", recalca plenamente satisfecho con su palmarés, que incluye dos Grand Slams (el Abierto de Estados Unidos de 2000 y el de Australia en 2005), otras tantas Copas Davis (la de 2002, la primera que conquistaba Rusia en su historia, y la de 2006) y cinco Masters Series.

Es posible que su negativa a hacer que su vida girara en torno a una raqueta tenga que ver con el hecho de haberse visto envuelto por este deporte desde la cuna. Nacido el 27 de enero de 1980 en Moscú, su madre, Rausa, había sido Top-10 dentro del tenis femenino ruso y acostumbraba a llevar a su hijo a los entrenamientos que llevaba a cabo en el club Spartak, regentado por Mikhail, el padre de la criatura (su hermana, Dinara Safina, también ha seguido, y con éxito, por esta misma senda, acabando la temporada como número dos del ranking WTA). Así las cosas, Marat comenzó a encaminar su vida hacia el tenis profesional a la temprana edad de seis años, protagonizando una progresión brutal que hizo que sus padres no tardaran en buscar nuevos horizontes para que su hijo pudiera explotar todo el talento que atesoraba. Así, buscando que pudiera acumular mayores entrenamientos con buen tiempo y la tutela de entrenadores de primer nivel, el tenista ruso aterrizó a los 14 años en Valencia -de ahí su gran dominio del castellano- para ponerse a las órdenes de Pascual y Rafael Mensua.

Su potencial no tardó demasiado tiempo en ser descubierto. A los 17 años irrumpió con fuerza en los torneo Challenger, ganó su primer título en Espinho y, acto seguido, se hizo profesional, debutando en la Copa Kremlin, en la que cayó en primera ronda. Sin embargo, el año siguiente ya dio mucho que hablar. Los torneos de la ATP descubrieron a un joven de saque poderoso y milimétrico, golpes demoledores y un revés difícil de ser contestado que en el Roland Garros de 1998 coleccionó adjetivos superlativos referentes a su clase. En la siguiente temporada mantuvo un ascenso sostenido, ganando en Boston su primer título de la ATP. Su explosión se produjo en 2000. Entrenado por el ex tenista Andrei Chesnokov, el juego de Safin ganó en consistencia y regularidad, lo que le llevó a ganar el Masters Series de Toronto y, poco después, su primer Grand Slam, el Abierto de Estados Unidos, derrotando en la final en tres sets al todopoderoso Pete Sampras para ganar un total de siete torneos y ostentar durante varias semanas el número uno del ranking ATP.

Cuando parecía que su reinado estaba a punto de comenzar, 2001 fue un año de altibajos. Tuvo que estar tres meses en el dique seco por una lesión de espalda, cambió de entrenador para ponerse a las órdenes de Mats Wilander y los resultados brillantes no hicieron acto de presencia. Los siguientes años siguieron con esa dinámica, con momentos brillantes y otros en los que Safin caía en la más absoluta mediocridad. Resurgió de sus cenizas ganando el Abierto de Australia en 2005 tras batir en semifinales a Roger Federer en un duelo maratoniano y al local Lleyton Hewitt en la final. Las lesiones no dieron continuidad a aquella victoria y Safin, salvo las semifinales de Wimbledon en 2008, cayó a las catacumbas de la clasificación. Por aquel entonces ya había asimilado que 2009 sería su último año en la élite. "En mi vida siempre ha habido más cosas que el tenis". Su frase de cabecera empieza ahora a tener más sentido que nunca.