bilbao. Hablar de Valentino Rossi es tratar de excesos. Su aportación al mundo de las dos ruedas es intangible. Más allá de todos los récords que arropan y engrandecen su figura, Il dottore ha conseguido globalizar el motociclismo. Sin banderas, plural. Lo ha llevado donde nadie antes lo había conducido. Rossi no pilota, crea escuela, infunde pasión. Él es motociclismo. No está muy claro qué debe más a quién, si él le debe al deporte o el deporte le debe a él. Extrovertido, carismático, espontáneo, genuino, vestido de preso, de pollo Oswaldo, de futbolista o de burro, Valentino es leyenda. Ayer creció poquito más. Poco o nada queda por demostrar.
Los primeros renglones de la laureada trayectoria de Rossi comienzan a escribirse en 1993, después de una breve etapa en los karts y subirse a una minimoto. Y muy a pesar de lo que acaece en la actualidad, donde la Rossimanía encuentra su máxima expresión, el desvirgamiento sobre una moto de tamaño normal fue caótico. "Estábamos en Maggione durante la primavera del 93, practicando para la primera carrera de Valentino con su Cagiva 125. Se subió en ella, rodó 100 metros fuera de la pista y se cayó en la primera curva. Volvió para arreglar la moto. Una hora y media después estaba preparada, así que pasó la primera curva sin problemas y en la segunda curva ¡crash!", recuerda Graziano Rossi, padre y mentor del gran Valentino. El joven terminó con los ojos llorosos y mirando profundamente a su progenitor. Sobraban las palabras. ¿Sería su profesión? Los presentes se lo cuestionaron, incluso, su padre. Sin embargo, el aspirante a doctor, se armó de fortaleza, creyó más que nadie en sí mismo y concluyó en noveno lugar su primer compromiso. El sol empezaba a crecer para eclipsar toda una galaxia. El estrellado iniciaba así su singladura hacia el estrellato. De mientras, en la calle, en los ratos ociosos, Rossi y sus colegas "causaban pánico por la zona con sus scooters". Motorista dentro y fuera del circuito.
Para 1996, Rossi encontró su hueco en el Campeonato del Mundo de 125. Un curso en el que rubricó su primer triunfo en una carrera, antesala de la gloria. No en vano, un año más tarde se adjudicó su primer entorchado. Una corona que le permitió dar el salto a la categoría del cuarto de litro para continuar con una progresión que se antojaba espectacular. El de Tavullia aparecía ya ligado al nombre de Mick Doohan, quien monopolizó la categoría reina durante la década de los 90. El heredero acechaba desde la distancia. Además, comenzaban a ser populares sus peculiares celebraciones. Se desataba ese afán por sacar una sonrisa a su entorno. La faceta cómica de Rossi se instauraba como parte de su profesión.
1999 trajo consigo el segundo cetro mundialista para Rossifumi -dicho nombre lo adoptó basándose en la amistad que le unía al japonés Norifumi Abe, fallecido en 2007 tras ser atropellado por un camión mientras circulaba con su moto-. Valentino se inspiraba en los pilotos japoneses y sus coloridos diseños de casco. En Italia, Il dottore hacía las delicias de los aficionados, que encontraban en él una figura incluso más prometedora que el romano Max Biaggi. El jefe de Aprilia, Carlo Pernat, estaba encantado: "Me gusta porque me recuerda a Kevin Schwantz".
Con la llegada del nuevo milenio, Rossi dejó Aprilia y firmó por Honda, por la escudería más fructífera por aquel entonces en la máxima categoría, como era 500. Heredaba de este modo la montura perfeccionada por Doohan. Una moto la de las alas doradas que le permitiría erigirse en campeón del mundo en 2001, dando inicio a la etapa más enriquecedora de Rossi. No en vano, se sucedieron cinco mundiales con un mismo dueño y fue rebautizado con el pseudónimo de Il dottore. Asimismo, recibió el título de Doctor honoris causa en Comunicación y Relaciones Públicas otorgado por la Universidad de Urbino, reafirmando su capacidad para llegar al gran público.
Durante el curso 2004 se dio uno de los acontecimientos más importantes en la vida de Rossi. Y es que el italiano lanzó un envite a la historia e igualó a Eddie Lawson, siendo el segundo piloto en ser campeón de la máxima expresión del motociclismo con dos marcas diferentes. Así dio paso un nuevo y arriesgado periplo en Yamaha que trajo consigo la mayor debacle de Rossi. Sucedió en los cursos 2006 y 2007. Valentinik, apodo inspirado en el superhéroe italiano del pato de Donald, Paperinik, sucumbió ante Nicky Hayden, primero, y frente a Casey Stoner, después. Fueron los momentos más bajos en su vida. Además, en el plano personal, el fisco italiano le perseguía por una evasión de impuestos por valor de 60 millones de euros. Se le reclamaban 120; pagó 34,8.
Empero, el tiempo siguió pasando y la historia retomó su cauce. El vacío no pasó en vano, pues Rossi, excusando el retardo, regresó al pedestal más alto en 2008. Su hambre no pereció; revivió la faceta canibalesca del transalpino. Cánticos de gloria se escucharon en Tavullia, en Italia y por todo el ancho de la tierra. ¿Habrá lamentado alguna vez ser tan querido? "Algunas veces, pero creo que divierto a la gente, aunque, sobretodo, me divierto yo". Diversión que pasa por la victoria. Y en 2009, Valentino vuelve a sonreír, como contraposición a su primera experiencia en moto grande.
Lorenzo, Stoner y Pedrosa piden hueco. Pero "Gallina Vecchia fa buon brodo (Gallina vieja hace buen caldo)". El viejo Rossi no claudica. Aún le queda un año de contrato con la casa de los tres diapasones y mucha garganta para entonar celebraciones. Por de pronto, ayer, en Sepang, igualó los nueve galardones de Mike Hailwood The Bike y de Carlo Ubbiale. "¿Ganar más títulos? No sé, nueve no está mal", apostilla. Il dottore no anticipa nada, no se moja, pero mientras tenga ganas de subirse a la moto, correrá para vencer, pues sólo así alcanza la felicidad plena. Mientras tanto, suena la novena sinfonía de Rossi; la veteranía manda.