¿Qué diríamos si Roosevelt hubiera acabado con Franco?
La conferencia de Yalta fue la reunión que mantuvieron antes de terminar la Segunda Guerra Mundial (del 4 al 11 de febrero de 1945) Stalin, Churchill y Roosevelt, como jefes de estado y de gobierno de la Unión Soviética, del Reino Unido y de Estados Unidos y que tuvo lugar en el antiguo Palacio Imperial en Yalta (Crimea). Los acuerdos de Yalta fueron polémicos incluso antes del encuentro final en Potsdam. Al poco falleció Roosevelt y accedió a la presidencia de los Estados Unidos Harry S. Truman.
Los países vencedores, muertos Hitler y Mussolini, con todo su poder militar intacto y con toda su experiencia bélica a punto, consideraron acabar con el franquismo al ser éste un régimen fascista alineado con el EJE. La muerte de Roosevelt, la beligerancia de Stalin y la negativa de Churchill impidieron la acción bélica aunque España fue excluida de la ONU y se tomaron medidas diplomáticas y económicas para debilitar el régimen. El trabajo del Lehendakari Agirre, Antón Irala y Jesús de Galindez fue extraordinario en Nueva York. Por muy poco los aliados no llegaron a intervenir militarmente a pesar del deseo del Gobierno vasco y Republicano en el exilio, del Lehendakari Agirre, del Euzkadi Buru Batzar, del PSOE y del PC, junto a los vencidos milicianos y gudaris sometidos a la dictadura de un general golpista. Lo que sí lograron en 1946 fue el aislamiento internacional de la dictadura que se fue debilitando al inicio de la Guerra Fría.
Paralelamente entre mayo y julio de 1945, el Gobierno vasco en el exilio, con el apoyo de los Servicios de Inteligencia de los Estados Unidos (OSS) organizó una unidad de unos 120 vascos entrenándolos en Cernay la Ville, cerca de Paris. El fin era trabajar con un grupo de élite para derrocar la dictadura de Franco y sus generales golpistas. Estaba formado este contingente por antiguos gudaris de la guerra civil y de la Brigada Vasca, que habían luchado en Francia contra los alemanes, pero el proyecto se frustró cuando la administración del presidente Harry S. Truman, preocupada por el auge del comunismo en el contexto de la Guerra Fría decidió dejar de apoyar la lucha armada en España, algo que querían nuestros dirigentes y nuestras familias, dando como resultado una feroz y cruel dictadura de cuarenta años. El chavismo lleva ya 25.
¿Alguien piensa que de haber procedido Roosevelt o Truman contra Franco, la mayoría de nuestro pueblo hubiera dicho que no lo hicieran y que lo importante era dialogar con Franco y dejarle hacer?. Ningún demócrata lo hubiera admitido. ¿Y por qué hoy, medios de comunicación, como ocurrió aquí hace poco con el presunto espía ruso Pablo González y con la Izquierda caviar que apoya la invasión de Putin a Ucrania está en contra de cualquier acción del presidente Trump contra la dictadura de Maduro (ya llevan 25 años), con el estúpido argumento de que quiere el petróleo del país en el que fueron acogidos los vascos en 1939?. Y que conste que a Trump yo no le votaría nunca pero el pueblo venezolano lleva 25 años sojuzgado por la dictadura de Chávez y Maduro gracias a la debilidad de la acción internacional que cree que las cosas se resuelven con comunicados de condena, mientras recordamos muy débilmente que el golpe de Chávez mató a Gaizka Etxearte, miembro de nuestra colectividad vasca.
2.200 generales
ELA y LAB, que creen que los derechos humanos son a la carta, apoyan a Maduro, un régimen que no tiene sindicatos libres. Imposible mayor incongruencia. Bildu va a la toma de posesión y a las elecciones amañadas de Maduro y sigue sin condenar a ETA, y les gusta la dictadura venezolana. Y algunos medios consideran que robar unas elecciones como hizo Maduro el año pasado, es lo lógico porque lo consideran representante de su izquierda antiimperialista cuando es una dictadura y preside un narco estado y ellos siguen apoyando a Putin y sus bombardeos en Ucrania. Todos estos pacifistas a la violeta desvían la atención hacia la amenaza del posible uso de la fuerza de los Estados Unidos hablando del imperialismo yanqui. Nada dicen del imperialismo chino, ruso o iraní aliados de un Maduro que da el pego con sus actuaciones circenses, su mal uso del inglés y sus falsos mensajes de paz, mientras sigue reprimiendo a dos vascos, se ha cargado todos los medios de comunicación libres, tiene más de 2.500 presos políticos, ha arruinado al país, ha expulsado con la emigración a ocho millones de venezolanos, no paga las pensiones de nuestros mayores ni de los venezolanos, y mantiene un ejército represor con 2.200 generales, triplicando el de Estados Unidos con 800 o multiplicando por diez a los 227 generales en activo en España.
Que la IA y ciertos medios defiendan una Venezuela de fuerzas armadas corroídas y corruptas para sobrevivir y reprimir cuando no se dedican a distintas prácticas delicuenciales, especialmente de extorsión a comerciantes y trabajadores, donde equipos y armas se oxidan y vuelven inservibles por falta de mantenimiento y que tenga 2.200 generales sin tropas, pero eso sí, generales del dólar y el euro, señores de la corrupción y de la burocracia, las aduanas, las inspecciones, las entradas y salidas de las cárceles, las importaciones de insumos a los hospitales, generales estrategas del chanchullo, las comisiones, el lavado de activos, las narco amistades y la construcción de narco refugios como denuncia el editor Miguel Henrique Otero con razón. Pero eso no existe a la hora no de informar neutralmente sino de desinformar sobre lo que está pasando en Venezuela de manera continua por parte de EITB que jamás saca la opinión de nadie de la colectividad vasca en una televisión vasca. Las crónicas de su corresponsal, que además lo hace desde Argentina, son absolutamente chavistas. Y a eso lo llaman equidistancia cuando deberían describirlo como defensa de una dictadura.
Análisis de la cruz
En política, las sociedades no siempre cambian de idea: a veces cambian de conversación. Eso es exactamente lo que ocurrió en Venezuela. Durante un cuarto de siglo, el chavismo-madurismo logró imponer un marco narrativo en el que la polarización era método, la resignación era cultura y el miedo era política pública. Pero en noviembre de 2025, ese país dejó de hablar en voz baja. Y lo que dice ahora no deja espacio para matices: nueve de cada diez venezolanos rechazan al régimen, a sus líderes y al mundo que construyeron. La última encuesta nacional lo confirma con una claridad casi brutal. En democracia, 90% nunca piensa igual sobre nada. En dictadura, solo ocurre cuando la población deja de temer. Y cuando eso sucede, la ventana de lo políticamente posible se desplaza como una compuerta liberada.
Durante años, muchos venezolanos dudaban en decir lo que sabían. El régimen era percibido como corrupto, abusivo y violento, pero decirlo podía costar empleo, libertad o vida. En 2025, esa muralla psicológica ha caído. Un dato lo sintetiza todo: 90,89% del país afirma que el régimen de Nicolás Maduro es una organización narcoterrorista. No un gobierno autoritario, ni un desvío del socialismo sino un cártel político-militar que se apoderó del Estado.
Esto no es un giro ideológico: es un veredicto. Cuando una sociedad coloca a su élite dirigente fuera de la categoría de “adversarios” y los describe en la categoría de “delincuentes”, la política deja de ser negociación posible y se convierte en administración de un final inevitable. La encuesta revela otro quiebre histórico: 89,09% apoya las acciones de Estados Unidos y del presidente, Donald Trump, con relación a Venezuela. En cualquier otro país latinoamericano, este sería un dato escandaloso. En Venezuela, lo consideran terapéutico.
La intervención externa, antes considerada un tabú, pasó de ser un planteamiento marginal a convertirse en una opción discutida abiertamente. La mitad de la población respalda la expulsión del país de forma directa de Maduro y su círculo de poder, y una quinta parte avala incluso bombardeos focalizados. Nadie quiere que acabe como Gadafi o Sadam Hussein y de hecho, el gran valiente, negocia su salida y la de los suyos. Para entender lo que esto significa, conviene recordar que la política exterior latinoamericana tradicionalmente se ha definido por una combinación de orgullo soberano y antiimperialismo ritual. Pero ese credo muere donde nace el hambre. En países donde el Estado deja de proteger, la legitimidad se traslada a quien puede hacerlo.
En las transiciones latinoamericanas -de Pinochet a Patricio Aylwin, de los militares brasileños a Fernando Cardoso- el fantasma de la violencia siempre fue un obstáculo, una excusa y, a veces, una profecía. En Venezuela, ese fantasma se esfumó: 93,69% cree que no habrá una guerra civil si el madurismo cae. Las transiciones se miden tanto en legitimidad institucional como en legitimidad simbólica. Y las urnas del 28 de julio de 2024 -a pesar de haber sido negadas por el narcorégimen- dejaron una onda expansiva que no se disipó. En el consulado de Bilbao ganó González Urrutia-María Corina Machado con un 90%. Yo voté ahí.
Hoy, 90,08% reconoce a Edmundo González como presidente legítimo del país. Y 84,49% celebra el Premio Nobel de la Paz otorgado a María Corina Machado y el premio Sajarov del Parlamento Europeo. Lo veremos el miércoles 10 de diciembre en Oslo en esa ceremonia de entrega del Premio Nobel.
La dinámica es clara: Venezuela redefinió la frontera entre lo aceptable y lo repudiable. El chavismo-madurismo quedó fuera; la oposición democrática quedó dentro. El marco de lo políticamente posible se movió por completo: la compuerta se cerró sobre el régimen y se abrió para sus adversarios. En una nación que tenía dos relatos compitiendo por la verdad, solo uno sobrevivió.
El dato más contundente no es político; es emocional. 81,97% siente esperanza por las noticias recientes sobre el país. La esperanza es más que un sentimiento: es una orden social. Indica que la transición no es una opción; es una expectativa. El país ya no debate si el chavismo-madurismo caerá, sino cómo, cuándo y bajo qué términos será sustituido. Y lo hace con una claridad que evoca los momentos decisivos de las transiciones ibéricas y del Cono Sur en los años setenta: el consenso es tan amplio que la negociación dejó de definir la salida y pasó a limitarse a los detalles.
En un país donde nueve de cada diez ciudadanos piensan lo mismo, la política deja de ser aritmética y se convierte en geología: la placa tectónica de la opinión pública está empujando hacia un nuevo orden. La pregunta ya no es si el chavismo-madurismo caerá. La pregunta es cuál será la forma institucional, internacional y moral que adoptará lo que venga después.
Estemos pues atentos al miércoles 10 de diciembre y sigamos el discurso de la Premio Nobel de la Paz, no de la Guerra.
