Preocupados y ocupados
Hay preocupaciones que generan ansiedad. Cada cual tiene sus obsesiones, sus miedos y los problemas que convierten su cabeza en un circuito cerrado de interrogantes y sensaciones.
Todo el mundo se preocupa por algo, aunque se reconozca como el ser más feliciano del planeta. La cuestión está en dosificar el grado de ansiedad que los problemas, propios o ajenos, generan. Cuando hablamos de desasosiegos, todo el mundo piensa en lo evidente: en las guerras, en las injusticias, en la crueldad de los crímenes machistas, en el desapego de la política. Y sí, todo el mundo guarda una parte de su amargura particular para todas estas calamidades que nos acechan y en las que, individualmente, poco podemos hacer.
Pero hay desasosiegos propios que afectan a la fibra sensible de las personas, aunque, para los no afectados, su efecto resulte anecdótico o simplemente curioso. En Sevilla, por ejemplo, están alarmados con la soberbia de Trump, la maldad de quienes asesinan civiles en Gaza o quienes aprovechan su condición privilegiada para actuar impunemente. Pero lo que verdaderamente les ha consternado y dolido profundamente en el alma ha sido la restauración que se ha llevado a cabo en la imagen de la Virgen de la Esperanza Macarena.
La hermandad custodia de la icónica representación religiosa había encargado a un prestigioso estudio de conservación artística (que ya había participado anteriormente en el saneamiento de la imaginería) que limpiase los policromados, reparase las articulaciones y rehabilitase los tejidos de la Virgen venerada. Pero el resultado de esta última intervención “levantó en armas” a los devotos hispalenses. La indignación fue tal que, por centenares, se manifestaron ante la iglesia en la que la Macarena reside. “No es mi Virgen –decía una encendida beata–. No es ella. Para mí, nos la han cambiado, esa no es mi Macarena”. “¿Qué han hecho? ¡Son unos mamarrachos los que están ahí dentro!”, estallaba otra de las fieles congregadas.
Las largas pestañas colocadas en los párpados de la imagen y el perfilado de las lágrimas en la cara de la Madre de Dios fueron los aspectos más criticados por los fieles sevillanos. “Una cosa es limpiarla y otra es ponerle esas pestañas, esos ojos chinos”.
El “incendio” popular fue tal que la cofradía se vio obligada a modificar la imagen en veinticuatro horas. En tan solo un día se llevaron a cabo tres cambios en las restauraciones abordadas. Y con ellos se exhibió a tres Macarenas distintas. El lío aún no ha terminado pero, por lo pronto, se ha llevado por delante al mayordomo y al prioste de Nuestra Señora de la Esperanza, que presentaron su dimisión irrevocable. Las pestañas con rímel y el maquillaje de la Macarena fueron la causa de la revuelta social y del cabreo sevillano.
Todos tenemos nuestro ámbito de turbación. Yo, sin ir más lejos, he pasado unos días agobiado por algo que, bien visto, resulta trivial. El coche que me transporta de aquí para allá y sin el que prácticamente no me muevo ha empezado a sucumbir. El vehículo tiene ya unos añitos y ha cumplido con creces su expectativa de vida. Por eso, comienza a dar señales de agonía. Y eso me da pavor. No porque el auto fallezca en cualquier momento, sino por la hipótesis de verme tirado en la carretera. Me da pánico cualquier incidencia.
Eso de llamar al seguro, a la grúa, esperar a que llegue, conectar con un taller, trasladarse de la calzada al destino en taxi u otro medio requerido con urgencia, me come los hígados. Sí, lo reconozco, los imprevistos que rompen mi rutina, que descontrolan mis previsiones, me descomponen. No soy persona. Pierdo los papeles y necesito atemperar los nervios para encontrar soluciones racionales a los problemas.
Temo el momento. Mi coche, al menos el monitor donde se presentan los datos básicos del vehículo, parece un árbol de Navidad en el que han empezado a encenderse unas cuantas luces. La primera lleva ya un tiempo prendida y, según el manual de instrucciones, avisa de un fallo eléctrico en el motor. Me dijeron que no le prestara atención, pero ahí está, hasta que se le ocurra ser la representación de algo peor. Luego, se ha iluminado un pilotito naranja que todavía no he descubierto a qué hace referencia. A continuación, el aire acondicionado ha acabado con la carga que le permite enfriar y ha dejado de funcionar, por lo que estos pasados días de temperaturas elevadas, la sauna automovilística ha sido insoportable.
Para más abundamiento, otra luz, esta vez reconocible, ha comenzado a parpadear hasta quedarse quieta. Se trataba de la del nivel de aceite. Como la advertencia parecía grave, he detenido el coche. He comprado una lata de lubricante e intentado reponer el líquido. Imposible. El capó no se abría. Al parecer, en un estacionamiento anterior, alguien impactó contra mi frontal y el muelle que permitía acceder a la palanca que percutía la apertura de la tapa se había desplazado y roto. Así que, de urgencia, tuve que acudir al taller de reparaciones donde un profesional muy amable consiguió levantar el soporte e incorporar el aceite. El motor estaba seco y se “bebió”, ni más ni menos, que tres litros de lubricante para marcar niveles de normalidad. “P’a habernos matao”.
Total; que “vivo sin vivir en mí”, que diría la mística.
Colectivamente, varios han sido los ámbitos que han tenido conmocionada a la sociedad vasca o a una parte mayoritaria de la misma. En primer lugar, aparecía la percepción extendida de que la sanidad vasca estaba fallando estrepitosamente. Percepción no constatable empíricamente pero sí instalada como una falsa realidad virtual que se extendió en la opinión pública como una epidemia, convirtiéndose en la principal preocupación social testada en los estudios sociológicos.
La segunda sensación colectiva ha sido el supuesto descontrol del ámbito educativo, con huelgas e incertidumbre colectiva entre padres y madres de Euskadi. Inseguridad en el funcionamiento de las aulas públicas y, también, en la educación concertada. Conflictos con el profesorado, con el transporte y hasta con los comedores.
El tercer problema interiorizado por la sociedad vasca ha sido el conflicto en el colectivo de la Ertzaintza, una sensación de descontrol en el cuerpo de seguridad autonómico, visibilizado en movilizaciones y protestas de alcance general.
Sanidad, Educación, Ertzaintza, Seguridad, son materias sensibles que amargaron el último tránsito del Gobierno Vasco presidido por el lehendakari Urkullu. Preocupaciones que, justa o injustamente, penalizaron y que generaron un desgaste notable en los gestores públicos y en las formaciones políticas que los sustentaban. Cabría detenerse en cada apartado para analizar los factores que propiciaron los cambios de opinión que crisparon a la gente. Estrategias políticas de la oposición, dinámicas sindicales de protesta y de ruido, medios de comunicación complacientes con las disputas… y los errores de gestión inherentes a todo gobierno provocaron una tormenta perfecta.
Se ha cumplido un año desde la constitución del nuevo ejecutivo vasco presidido por Imanol Pradales. El lehendakari de Mamariga se propuso como primera tarea recuperar la confianza perdida en estos servicios públicos. Se comprometió a liderar un pacto por la salud que vigorizara Osakidetza. Un pacto que, salvo limitadas excepciones, ha conseguido aunar criterios políticos, sociales, profesionales y de diferentes colectivos. Un amplio consenso que, junto a una mejora de las prestaciones en el Servicio Vasco de Salud, ha conseguido que la sanidad vasca haya abandonado el ranking de la preocupación fundamental de los vascos y vascas.
Lo mismo ha hecho con la Educación y con la Ertzaintza, desactivando conflictos laborales enquistados y dando margen al acuerdo con los principales colectivos afectados.
Ahora, Pradales, un sociólogo bien fundamentado, se apresta a abordar la siguiente crisis de opinión: el problema de la delincuencia y el notable incremento de la preocupación de vascos y vascas por el objetivo incremento de actos delictivos, violentos o no, perpetrados en Euskadi.
No va a ser esta tarea fácil ni cómoda, pues en este problema hay quienes, como en río revuelto, esconden otros argumentos que fácilmente conducen al radicalismo, el racismo y la xenofobia. Pero lo cierto es que es preciso detener la proliferación de delitos y faltas que, sin castigo aparente, amedrentan a la ciudadanía. Conjugar justicia con derechos humanos. Cumplimiento de la ley con respeto a la convivencia.
El miedo es un motor que genera odio y enfrentamiento (basta con ver los hechos recientes acaecidos en Hernani para adivinar el peligro real de una explosión social en nuestras calles). Estamos preocupados, sí, pero ocupados también.
Exmiembro del Euzkadi Buru Batzar de EAJ–PNV (2012–2025)