Se lo oí por primera vez a Benjamín Netanyahu en su despacho de primer ministro en Tel Aviv. Se lo acabo de escuchar, con el chaleco antibalas puesto, en una rueda de prensa, confundiendo Hamás con el pueblo palestino. Daba miedo. Y, si me permiten, cuento aquella experiencia.

Fue un viaje parlamentario para celebrar el décimo aniversario de la apertura de relaciones diplomáticas entre el Estado español e Israel. Fue del 1 al 3 de diciembre de 1996. Federico Trillo presidía el Congreso. No fuimos en línea aérea normal sino en un Falcon, el presidente y todos los portavoces, junto al personal diplomático. Tras cuatro horas y media de viaje llegamos a Tel Aviv. Nos esperaba el embajador Moratinos y nos alojaron en el hotel King David, hotel famoso donde se alojó la autoridad de la ONU que hacía la partición de Palestina y que los judíos volaron. Desde él se ven las murallas de Jerusalén. Omito los detalles de una agenda apretada. Visita al Parlamento israelí, museo del Holocausto con sus estrellas de David y todo el horror vivido, visita a la ciudad, una Jerusalén dividida en cuatro barrios, el judío, el musulmán, el cristiano y el armenio, papelitos y cabezazos en el Muro de las Lamentaciones, Domo de la Roca... y a las 3:30 en el edificio donde tiene su oficina el primer ministro. Oficinas funcionales, sin ostentación. Una sala con una mesa larga. Netanyahu tenía poco tiempo, pues salía para la Cumbre de la OSCE en Lisboa y de allí a Madrid e Irlanda. Picoteo lo que nos dijo.

Entrevista con Netanyahu

Es un hombre alto, directo y seguro. Aligal se sentó a su lado. Dos banderas y un candelabro. 

“No hay partidos paz y otros anti-paz. Hay amigos de la cháchara. Un gobierno tiene que cumplir lo acordado por el anterior. No estuvimos de acuerdo con Oslo, pero ahora hay que cumplirlo. Ellos son los que no cumplen y esto hay que hacerlo a dos, simultáneamente. No podemos permitir que destruyan Israel. Ahí está el caso de Hebrón y el del Túnel del Muro. Pedimos un apoyo equitativo. Los palestinos sienten el apoyo de Europa.

¿Qué viene después? En Oslo se abrió la solución final a los palestinos, la creación de un estado palestino. Y ante eso, yo les pregunto: ¿Están de acuerdo con un ejército de 250.000 hombres; con el control de espacio aéreo; con que tengan misiles y artillería; con el control del agua y los acuíferos; con que puedan hacer pactos con Libia e Irán? ¿Cuáles son las restricciones a los palestinos? Hay ámbitos en los que se puede ceder, en los que hay consenso. Esto no tiene nada que ver con el estado autonómico español ni con su terminología. Había dos planteamientos. El de Wilson y el de Lenin. El de la autodeterminación y el super-estado. Todo o nada. Y la decisión afecta a 50 estados. No se puede darles la más completa libertad. Estallaría todo como una granada. Una bomba de desintegración. Esto no es la península ibérica. No se puede aplicar aquí. No se les puede otorgar la absoluta soberanía. Una combinación de las dos. Nixon pudo restablecer relaciones con China. El Likud con los palestinos. Arafat necesita presión. Antes se decía paz por territorios, ahora queremos paz con seguridad. Ustedes no le darían a ETA lo que quiere para que vaya contra ustedes. Oslo dice que la seguridad tiene que estar en manos de Israel. No han detenido la Yihad ni a Hamás. Ante una situación de terror, el nuevo gobierno quiere paz con seguridad. Ustedes no negocian con ETA poniendo bombas y haciendo estragos, ni los ingleses con los irlandeses”. Sobre los palestinos que trabajan dijo que hay rumanos y otro tipo de mano de obra. “Las medidas son menos estrictas en el cierre. Hay 50.000 trabajadores palestinos aquí. Y hay que tener cuidado con la seguridad. Aquello no es territorio extranjero, es un territorio que se llama Judea”. Y nos hizo historia de su familia. “Mi bisabuelo llegó aquí, no había nada, y creó algo. Luego vinieron los árabes. Compró tierras. Aceptando a los árabes. Toda la comunidad internacional reconoció a Israel. En el 67 atacaron. Y ahí empezó la espiral de violencia”.

Le rebatimos con educación, sobre todo en función de los asentamientos, pero vimos que no iba a cumplir nada de lo acordado en Oslo. Hacía un año habían asesinado al primer ministro laborista Isaac Rabin, el de los acuerdos, premio Nobel de la Paz y quien decía que la paz se hace con el enemigo, no con los amigos. Netanyahu terminó diciéndonos desafiante: ”O ellos o nosotros”. Shalom. Se fue. Le esperaban en la puerta haciendo señas. Es un rodillo. Era claro que quería imponer sus condiciones y cambiar Oslo. Lo malo es que en estos años él, Trump y Biden han creído que se podría lograr solucionar el conflicto árabe-israelí sin los palestinos. Y ya vemos lo que está pasando.

Fue muy interesante la entrevista con el ministro de Asuntos Exteriores David Leavy. Nos dijo que Oslo no fue un caballo sino un camello y que no fue un acuerdo de paz hecho por políticos o diplomáticos y la prueba es que continuaban Hamás, la Yihad y Hezbolá. Estuvo muy crítico con Arafat y su falta de coraje. Y cerramos ese día cenando en su casa con el antiguo embajador en Madrid y ex ministro de exteriores Shlomo Ben Ami, viejo amigo del PNV, que llenó su casa de intelectuales judíos. Me quedé con la copla de que él creía que había que invertir en Gaza, convertirla en una Singapur vecina y no en un campo de concentración inmenso como ha sido y es en la actualidad. Ben Ami nos dijo que Israel había nacido del complejo de culpabilidad de la Europa cristiana tras el Holocausto y un joven nos comentó que el gravísimo problema es que judíos y palestinos no se hablaban y nos repitió una frase de la ex primera ministra Golda Meier que había dicho que “habrá paz en el Medio Oriente solo cuando los árabes amen a sus hijos más de lo que odian a Israel”. Le dijimos que esa frase valía también, a la inversa, para los judíos y con eso y lo dicho por Netanyahu sobre ETA tuvimos un muy animado debate hasta la madrugada.

En Gaza con Arafat

Al día siguiente, desayuno con la prensa, entrevista con el presidente de Israel Ezer Weizman. Piloto en la II Guerra Mundial y fundador de la Fuerza Aérea israelí. Había participado en la campaña del Sinaí, visita a la Knset donde Juan Carlos de Borbón había pedido el ejercicio del derecho de autodeterminación para Palestina, entrevista con los sefarditas, Museo de Israel, entrevista con Shimon Peres y follón con nuestros invitadores pues les pedimos estar con Arafat en su oficina de Gaza, con el fin de escuchar a las dos partes. Al final transigieron pero nos dijeron que a nuestra cuenta. Moratinos organizó el viaje y la seguridad. Dejamos de ir a Belén y al Mar Muerto. Y llegamos a la casa, seguramente hoy destruida, al borde del mar, tras pasar por calles de tierra, mucha gente ociosa, casas sin terminar, burros, pobreza y abandono.

Subimos al primer piso a una sala con una foto grande de Jerusalén. Se abrió una puerta lateral y apareció Arafat con su keifa palestina. Saludó. Habló en árabe. Se quedaba con la vista perdida y fija. Levantaba la voz. Gesticulaba. Sus ojillos vibraban. Llevaba uniforme. Tenía la voz firme. Había venido a recibirnos de El Cairo y se iba a Arabia Saudí. Se movía mucho desde Gaza. Nos dio la impresión de que estaba prisionero del personaje tan identificable que había creado.

“Este gobierno israelí no quiere cumplir los acuerdos de Oslo. Pero es un acuerdo internacional. González y otros países lo firmaron. Confiamos en la ONU. Ahora lo quieren cambiar. Eso es imposible de aceptar. Piden la persecución en caliente en Hebrón. Si aceptamos, se acabó el proceso. Esta mentalidad reina en Israel. Estamos en el séptimo mes y todavía nada puede hacerse. Tenemos de 7 a 9 millones de pérdidas diarias. La situación económica es muy mala. Si no fuera por el dinero de los palestinos del exterior, pereceríamos. Cualquier bloqueo significa una declaración de guerra. Quieren dividir la ciudad en dos. Hay 160 colonos en Hebrón de los cuales solo 40 duermen allí. Quieren cambiar los acuerdos firmados. Todo el proceso de paz está bajo peligro. Hay tensión con Egipto y Jordania. Afecta a Europa. No se le deja intervenir en Europa cuando el 60% de su economía depende de Europa. ¿Hasta cuándo no se le va a dejar intervenir?

Los israelíes no quieren que Europa tenga un papel, porque Europa sola puede arreglar esta situación. Moratinos hace buen trabajo. Clinton no va a cambiar mucho las cosas. No quieren entregar tierra. Creen que la fuerza militar es la base. Insisto en la participación de la Unión Europea. Todo puede afectar. Que venga Europa, no solo política, sino económicamente. El 58% acepta un estado palestino. El gobierno israelí no es representativo en la actualidad sobre lo que quiere su propio pueblo. Están gobernados por extremistas. Debe haber presión internacional. El actual gobierno es minoritario. Me entrevisto diariamente con la policía palestina. Con el Consejo Nacional de Seguridad. Los dos grupos fanáticos colaboran entre ellos. La Yihad y Hamás, en Gaza. Se vieron con israelíes. Le dije a Rabin ante Solana que tuviera cuidado con los extremistas de su zona. Tres días antes de ser asesinado. No nos dejan exportar flores”.

Publico en plan telegráfico las dos reuniones. Posteriormente todo ha sido incumplirlo, todo, asentamientos, túneles, ataques, y dos mundos que no se reconocen con un Netanyahu que, como vimos, hizo lo imposible para no cumplir Oslo, que en definitiva era la aceptación de dos estados, el israelí y el palestino, y casi lo imposible, aprender a convivir. Muertos y más muertos entre ellos, Iván Illarramendi. La monstruosidad del ataque de Hamás y la respuesta terrorífica de Israel contra la población civil nos ofrece un mal futuro. Europa, si fuera Europa, debería intermediar y asentar el futuro con los criterios de Shlomo Ben Ami y Spectorowski a quien escuchamos en una gran conferencia de la Fundación Sabino Arana no hace mucho. Y es que los puentes se construyen sobre los ríos, no sobre los océanos.

Desde luego, con “ellos o nosotros” en lugar de “ellos y nosotros” nunca se solucionará nada.