PARADOJAS de la vida. En el Reino Unido, Carlos III invitaba a la líder del Sinn Féin —Michelle O’Neill— a su coronación en la abadía de Westminster. La dirigente norirlandesa aceptaba el llamamiento y participaba en los actos de entronización del monarca. Inusual, sí, porque hasta ahora los representantes del Sinn Féin elegidos en el parlamento británico habían tenido por costumbre negarse a jurar lealtad al rey y, como consecuencia de tal decisión, no podían tomar asiento en la Cámara de los Comunes. El asunto es de principios; quienes se sienten irlandeses y republicanos nada quieren tener que ver con la corona británica. Además, no olvidemos que el Sinn Féin ha representado en todo momento el legado político del desaparecido Ejército Republicano Irlandés —IRA—, grupo terrorista responsable, entre otros, del atentado que acabó con la vida, en 1979 de Louis Mountbatten, primo de Isabel II y principal mentor y padrino del hoy rey Carlos III.

La invitación cursada al Sinn Féin por el nuevo monarca y la asistencia a la coronación de O’Neill supone un paso más en el proceso de superación del pasado conflicto que durante años desangró a las sociedades inglesa e irlandesa. Pero la cuestión, lejos de ser analizada de manera simple (como algunos acostumbran a hacer por estos lares), merece ser atendida con matices. O’Neill — cuyo padre fue preso político por ser activista del IRA— ingresó en el Sinn Féin después del Acuerdo de Viernes Santo, cuando tenía 21 años. En 2010 se convirtió en la primera mujer alcaldesa de Dungannon and South Tyrone y en la más joven también. En el gobierno de la autonomía ha estado al frente del Departamento de Agricultura y del de Sanidad. En el 2017 sucedió a McGuinness como líder del Sinn Féin en Irlanda del Norte, marcando un drástico giro de renovación en el movimiento republicano, al que ha terminado conduciendo al liderato en las últimas elecciones con el 29% de los votos emitidos.

Se trata, por lo tanto de la representante de una nueva generación del republicanismo irlandés. Una mujer que, en sí misma es la metáfora de la renovación y el tránsito recorrido por el Sinn Féin. Respiró en su infancia, adolescencia y juventud el aire enrarecido del “conflicto”, escuchando en su casa innumerables conversaciones sobre la perversidad y opresión del colonialismo inglés, sobre si poner bombas era inmoral o una forma aceptable de intentar cambiar la historia, sobre el legado de la partición y el enfrentamiento entre Michael Collins y Eamon de Valera, y cómo lograr el objetivo de la reunificación de la isla.

Fue, para incidir en su perfil particular, madre soltera con 16 años en la beata Irlanda, en una época en que serlo no era para nada fácil. Se incorporó al activismo político como concejal a los 21, respaldando sin reservas los acuerdos de Viernes Santo mientras muchos de sus compañeros de movimiento dudaban de la conveniencia de entregar las armas y cerrar el conflicto. Ella no tuvo dudas, había que cambiar las pistolas por votos y la lucha armada por la batalla en las urnas. En 2007 resultó elegida en la Asamblea de Stormont .

Proveniente del ala izquierda del Sinn Féin , O’Neill ha conducido a este partido hasta lo más alto gracias a su tránsito hacia posiciones templadas aduciendo que “serán los ciudadanos de centro quienes decidirán el futuro de Irlanda”.

Sus credenciales republicanas son innegables y no renuncia a ellas. Llevó a hombros el féretro de McGuinness en su entierro. Pero ello no obsta para que haya apostado por entablar una nueva relación con el Reino Unido, como lo demuestra su presencia en los funerales de la reina Isabel II y en la coronación de su hijo Carlos III. “Vivimos en tiempos de grandes cambios” —ha señalado para justificar su participación en los actos londinenses— en los que es necesario “respetar nuestras aspiraciones diferentes, pero igualmente legítimas”, a fin de “centrarnos en el futuro y las oportunidades que ofrece la próxima década”.

Por todo ello, el giro político protagonizado por Michelle O’Neill merece la pena traerla al primer plano. La presencia de la dirigente del Sinn Féin en la coronación de Carlos III ha pasado sin mayor escándalo en la opinión pública y la publicada del Reino Unido e Irlanda. Al menos, nadie ha osado utilizar políticamente tan inusual acontecimiento. Y mucho menos instrumentalizarlo con las víctimas.

Todo lo contrario que en el Estado español. Por eso la paradoja. Desde que COVITE anunciara que en las diferentes listas electorales de EH Bildu se situaban una cuarentena de personas condenadas en su momento por algún tipo de vinculación con ETA y su actividad (recordar que en el ámbito judicial se extendió el planteamiento de “todo es ETA”), la “caverna mediática” y los partidos políticos que utilizan a las víctimas como “comodín” de su estrategia, han incendiado el panorama electoral.

Lo que extraña de este inusitado furor por denunciar candidaturas “contaminadas” es que algunos se rasguen ahora las vestiduras apelando a las “víctimas” y no hayan dicho ni “mu” cuando un condenado por los asesinatos de abogados laboralistas en Atocha pretendiera —fallidamente— ser candidato a la alcaldía de Bilbao por la Falange Española. Pero, una vez más, a ojos de algunos, hay “víctimas” con mayúsculas o tras que ni tan siquiera son consideradas como tal.

Y es que, al contrario que en el Reino Unido, en el Estado español el dolor ajeno se utiliza como arma política arrojadiza. Y como ariete para sacudir al adversario de complicidad y colaboración “con los asesinos”.

Nadie duda de que EH Bildu haya situado entre sus centenares de candidatos a personas con un pasado involucrado con la violencia. Hasta su cabeza de lista en Bizkaia, Iker Casanova, fue condenado en el sumario 18/98 a once años de cárcel por pertenencia a “banda armada” cuando pertenecía a la organización EKIN. Hay hasta siete mujeres y hombres que en su currículum aparecen con vinculaciones de delitos de sangre. Pero también reseñar que entre el listado computado existen nombres conocidos —Adolfo Araiz o Hasier Arraiz, por ejemplo— que están allí situados con “calzador” o con escasos argumentos para poderlos clasificar como “condenados por terrorismo”.

No obstante, aún cuando todos los denunciados hubieran tenido algún tipo de señalamiento con hechos delictivos, hay que decir que, en la medida que cumplieron sus penas, en tanto en cuanto al día de hoy tengan intactos sus derechos civiles y la Junta Electoral haya admitido su inclusión en listas, tienen idénticas facultades para representar a un partido político legal como hoy en día es EH Bildu. Los mismos derechos a comparecer a unas elecciones que Cuca Gamarra, Miguel Ángel Rodríguez o Patxi López.

Cada cual sabe a quien lleva en la papeleta electoral. Y EH Bildu también es consciente de la gente que le representa en su propuesta municipal y foral (siempre le ha representado, incluso ahora a pesar de los “liftins” de blanqueamiento facial). Antes, la propuesta representativa de la Izquierda Abertzale hacía más evidente la naturaleza de sus candidatos. Ahora, la nueva organización cuida un poco más la estética. Procuran dotar a los puestos de salida de figuras sin “contaminación” y luego, en la “espesura” de la lista, incorporan a protagonistas con más trayectoria y más “historia” a sus espaldas.

Pero, por mucho que se obstinen en renovar el atrezzo de sus sonrientes figurantes, todavía no han encontrado la “O’Neill vasca” que, de verdad les garantice un cambio auténtico.

Finalmente, será el electorado el que determine si esas personas le representan o no, si merecen su confianza o no. La gente es suficientemente responsable e inteligente para saber a quien otorga su confianza y a quien no.

Pero este principio, que debe ser considerado de primero de democracia, está permanentemente cuestionado por quienes se les llena la boca con la acusación de pertenencia a ETA. Los mismos que agudizando su estulticia terminan por escupir, a modo de gracieta tabernaria, esa aberración de que “te vote txapote”.

Quienes se prodigan en mantener esta indecente costumbre harían bien en cesar con el disgregador discurso de señalar a quien no comulga como ellos de “filoetarras”. Porque tanta insistencia por resucitar el fantasma de ETA —tras cinco años de su desaparición y doce del cese de toda violencia— parece apuntar su añoranza por revivir los desgraciados tiempos del pasado.

La campaña no ha hecho sino empezar y algunos han resucitado ya a ETA. ¡Qué miserable paradoja!

Miembro del Euskadi Buru Batzar de EAJ-PNV