CINCUENTA años después de la publicación del informe Los límites del crecimiento (marzo de 1972), impulsado por el Club de Roma y encargado a diecisiete investigadores de Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés), y coordinado por la biofísica Donella H. Meadows y por el físico Dennis L. Meadows, sigue sin estar presente en la agenda política.

Con la preocupación del impacto de las actividades humanas en la biosfera, los miembros del Club de Roma decidieron el 29 de julio de 1970 impulsar un estudio multidisciplinar y prospectivo sobre las consecuencias del crecimiento económico en un planeta de recursos finitos.

El informe fue abordado a través de un método en el que mediante “análisis dinámicos de sistemas” se interrelacionaban cinco géneros de variantes: la tasa de crecimiento de la población mundial, la disponibilidad y tasa de utilización de los recursos naturales no renovables, el crecimiento del capital y la producción industrial, la producción de alimentos y el consumo de fertilizantes y la extensión de la contaminación ambiental incluido el incremento de dióxido de carbono en la atmosfera. El resultado fue contundente: si la humanidad continuaba con el mismo ritmo de explotación de los recursos fósiles y de consumo energético en cien años se provocaría un colapso ecológico planetario. No hemos tenido que esperar un siglo, cincuenta años después los informes del Grupo Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) nos han confirmado el diagnóstico que hicieron los expertos del MIT.

En el informe se abordaban las siguientes cuestiones: “¿Conducen las políticas actuales a un futuro sostenible o al colapso? ¿Qué podemos hacer para crear una economía humana que aporte lo suficiente para todos?”. En esencia, Los límites del crecimiento destacaban lo que otros autores habían señalado en otras ocasiones, a saber: la imposibilidad física de un crecimiento material infinito en un planeta finito.

Los límites del crecimiento, que fue traducido a más de treinta lenguas y del que se han vendido treinta millones de ejemplares, provocó un gran impacto en el mismo año que se organizó en Estocolmo la primera Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente Humano, y se publicaron otros dos emblemáticos informes: A Blueprint for Survival (Manifiesto para la supervivencia), promovido por Edward Goldsmith, editor de The Ecologist, y Only One Earth (Una Sola Tierra), un documento de trabajo destinado a la conferencia y coordinado por René Dubos y Barbara Ward.

El que fuera presidente de la Comisión Europea, Sicco Mansholt, quedó muy impresionado por el contenido de Los límites del crecimiento y defendió “una economía de la penuria” y un decrecimiento del consumo energético, propuestas que fueron muy atacadas por reconocidos economistas y dirigentes políticos de aquel entonces, partidarios de seguir con el PIB como indicador del progreso.

Dennis Meadows, que tiene 79 años, en una entrevista publicada en Le Monde el pasado 9 de abril de 2022, decía lo siguiente: “El desarrollo sostenible no es posible. El término crecimiento verde es utilizado por los industriales para continuar sus actividades de siempre. No modifican sus políticas, simplemente cambian los slogans. Es un oxímoron. No podemos tener crecimiento físico sin provocar estragos en el planeta”.

Dennis Meadows nos habla también de las energías renovables que considera una alternativa muy importante pero que no pueden aportarnos la cantidad que nos ofrecen los combustibles fósiles, y, afirma que “no hay otra solución que la reducción drástica de nuestras necesidades de energía”. Es decir, el decrecimiento del consumo.

En un momento en que abundan los fenómenos meteorológicos extremos y se debate sobre la sexta extinción, cuando lo normal es hablar de crisis energética y se constatan picos inflacionarios relacionados con la escasez de recursos, entre ellos los combustibles fósiles, genera verdadero vértigo leer un informe que fue actualizado por los autores en tres ocasiones llegando a conclusiones similares.

En este contexto, desde hace una década, las propuestas para enfrentarse con los problemas ambientales globales se han enmarcado en los programas de transición ecológica, transición energética y descarbonización de las economías. Bajo estas premisas se ha propuesto la estrategia del crecimiento verde, por parte de organismos internacionales como la OCDE y el Banco Mundial. Se plantea el mantenimiento del crecimiento económico y la expansión de la producción de bienes y servicios (PIB), pero utilizando fuentes energéticas renovables. Pero sobre la viabilidad de este modelo, surgen muchas dudas, no tanto porque las estrategias de sustitución de los combustibles fósiles por fuentes renovables sean, en principio, algo perjudicial. Todo lo contrario, tal y como desde la década de los setenta se ha venido sistemáticamente defendiendo por sectores críticos con los combustibles fósiles y la energía nuclear.

Según escriben Óscar Carpintero y Jaime Nieto, miembros del Grupo de Energía, Economía y Dinámica de Sistemas (GEEDS) y del Departamento de Economía Aplicada de la Universidad de Valladolid, en la revista PAPELES de la Fundación FUHEM, “el problema tiene que ver en primer lugar con la aspiración a mantener el mismo nivel de consumo energético, pero ahora apoyado en fuentes renovables, sin tener en cuenta los límites físicos de esa estrategia; en segundo lugar, por el momento en que se quiere llevar a cabo esa transformación –tercera década del siglo XXI– con un horizonte temporal muy estrecho para resolver el deterioro ecológico global; y en tercer lugar, por los costes ambientales a los que se enfrenta la generalización de las tecnologías renovables y la electrificación basada en ellas”.

Durante los últimos años han aparecido investigaciones que llevan a dudar de las posibilidades de mantener el mismo nivel de consumo energético que en la actualidad, pero con fuentes renovables. Se suele olvidar que las tecnologías renovables se centran sobre todo en la electricidad, que suele ser alrededor del 20% del consumo energético final. Esto quiere decir que el 80% restante son combustibles líquidos procedentes mayoritariamente de los combustibles fósiles para usos energéticos y no energéticos para los que no hay alternativas sencillas. Una parte de ese consumo tiene que ver con el transporte por carretera, que consume más de la mitad de productos petrolíferos.

Por tanto, hay que poner en marcha escenarios donde entren la reducción en el uso de recursos naturales y de las emisiones, y el consumo exacerbado de materiales, y donde se haga frente a la desigualdad social.

* Experto en temas ambientales y Premio Nacional de Medio Ambiente