L holocausto reconstruido da cuenta casi únicamente de que fue el pueblo judío el que padeció los crímenes nazis, proyectando una especie de monopolio del dolor. Es muy posible que en ello haya influido la mala conciencia europea cristiana por su antisemitismo histórico. También la importancia de judíos intelectuales, en la reivindicación de la memoria de Auschwitz para la filosofía, la política, la teología, etc. Pero no es contradictorio decir que, además de lo anterior, ha habido y hay una industria del holocausto directamente orientada a destacar casi exclusivamente la persecución y muerte de los judíos.

Pero otros colectivos también fueron partícipes del sufrimiento y merecen el mismo recuerdo. Lo cierto es que el nazismo persiguió a muchos colectivos vulnerables. Si bien la mayoría de los condenados a muerte en las cámaras de gas de los campos de concentración nazis durante la II Guerra Mundial fueron judíos europeos, también sufrieron penalidades, persecuciones y asesinatos los gitanos, los homosexuales, los enfermos mentales y los disminuidos psíquicos y físicos. A todos ellos se sumaron los disidentes. De modo que el gran holocausto está compuesto de holocaustos, todos los cuales tienen en común las cámaras de gas, las ejecuciones, las deportaciones y condenas a muerte en los campos de concentración. Sobre ellos se cebó la maquinaria nazi con su ensoñación criminal de una pureza racial.

Lo cierto es que, si el holocausto judío ocupa un espacio casi absoluto en el historial de crímenes nazis, es porque las fundaciones y organizaciones judías supieron tejer una red, una gran industria que se concretó en el cine, el teatro, la televisión, la literatura, el arte, actividades todas ellas que proyectaron a la sociedad mundial su gran tragedia sufrida. Como ya sabemos, el pueblo gitano no pudo acercarse ni de lejos a semejante despliegue de medios.

El pedagogo francés Dominique Natanson ha trabajado sobre la represión nazi a la población gitana. Según sus estudios, muchos gitanos fueron condenados a trabajos forzados en el campo III C, denominado el "campo gitano". Los demás fueron exterminados a su llegada al campo o poco después. Los gitanos, explotados como mano de obra barata, debían trabajar en una fábrica de ladrillos, en un aserradero, y cavaban canales de irrigación. Terminaban por morir igualmente, vencidos por el hambre y el agotamiento. Los gitanos vivían en tiendas o a cielo abierto, hambrientos y descalzos, bajo el sol y la lluvia. El alimento que recibían era aún peor que el de los otros prisioneros y los oustachis (los nazis croatas) encontraban un placer especial en golpearles y azotarles. A la caída de la noche, sacaban a algunos del campo para matarlos.

Natanson escribe: "Algunos prisioneros no gitanos intentaron esconder a los gitanos de los oustachis. Entre ellos había un violinista llamado Jovanovic. Pero el comandante del campo, Filipovic, le descubrió y le mató. El botiquín del campo no atendía a los gitanos. El capellán de los oustachis, apodado padre Satán, ordenó que todos los gitanos enfermos fueran ejecutados. Algunos de los gitanos llegados a Jasenovac eran músicos. Los oustachis crearon numerosos grupos de músicos gitanos. En junio de 1942 ellos y otros prisioneros fueron obligados a tocar en concierto. Fueron ejecutados nada más terminar".

Recientemente, María Sierra, catedrática de Historia Contemporánea en la Universidad de Sevilla, ha publicado Holocausto gitano (Arzalia Ediciones), obra que muestra escalofriantes detalles, testimonios directos e imágenes inéditas.

En su estudio, María Sierra nos desvela que los nazis exterminaron a 500.000 gitanos, aproximadamente el 75% de la población romaní que existía en Europa en aquella época. A pesar de la magnitud de la matanza, la tragedia ha sido invisibilizada y tiene escasa presencia en nuestros libros de historia y mucho menos en la conciencia colectiva. Sin embargo, la documentación es abundante y rigurosa. Es como si hubiera un acuerdo de facto para no desvelar el genocidio de un pueblo que sigue siendo despreciado y no es cosa de elevarlo al estatuto de víctima con iguales derechos que los judíos y a ser indemnizado.

La pregunta que me hago es: ¿Por qué el holocausto gitano ha sido ocultado? ¿Es que medio millón de asesinados no son suficientes? También el genocidio nazi sobre otros colectivos ha sido apenas tenido en cuenta. El pueblo gitano tuvo que esperar hasta los años ochenta para que viera reconocida institucionalmente su tragedia. La respuesta a esta anomalía tiene que ver con los intereses sionistas de presentar al pueblo judío como una víctima imposible de ser comparada y de compartir tragedia con otros colectivos perseguidos y asesinados. Los gitanos fueron discriminados racialmente como lo fueron los judíos. Criminalizados, las familias fueron separadas, los adultos y los niños esterilizados, sus bienes expropiados, se los usó como cobayas médicas. Los gitanos fusilados y gaseados eran romaníes, egipcianos, bohemios.

Pueblan Europa desde la Baja Edad Media, pero Europa apenas ha reconocido su genocidio. De hecho, sobre el pueblo gitano pesa el estigma de ser una raza maldita, poco o nada confiable, causante de problemas y alejado de las realidades sociales y que vive de actividades ilegales. El pueblo y las organizaciones gitanas nunca han encontrado el apoyo necesario para obtener indemnizaciones que sí han logrado en abundancia los judíos. Su lugar en el holocausto narrado por los sionistas ha sido siempre secundario, marginal, casi inexistente. Mientras, organizaciones judías y el Estado de Israel no han dejado de percibir cifras astronómicas. Recibieron en los primeros años cincuenta del siglo XX, 3.500 millones de marcos. En 1980, Alemania pagó de nuevo, esta vez 1.000 millones de euros. Los pagos no han cesado y así, entre 2014 y 2017, las indemnizaciones fueron de 772 millones de marcos. Con el pago de 4.400 millones de euros a docenas de miles de supervivientes judíos en la diáspora, Alemania cerró unos pagos que también hicieron otros países. Por cierto, durante este mes de agosto hemos sabido de una crisis diplomática entre Israel y Polonia, ante la aprobación de una ley que pone fin a las indemnizaciones que el país europeo venía pagando. Comparemos estas cifras con los 2.500 euros por persona abonados por Alemania a sobrevivientes gitanos.

En los años setenta y ochenta, tribunales alemanes aseguraron que las muertes de gitanos no hay que asociarlas a una persecución racial sino al carácter delincuencial de sus actividades. Algo realmente vergonzoso que serviría para blanquear a sus verdugos nazis. Sin embargo, más allá de la estigmatización se encuentra la verdad. La comunidad gitana vio cómo sus cuentas corrientes eran confiscadas, su patrimonio y obras de arte robadas, así como inmuebles, todo ello el resultado de sus actividades económicas, ya que, aunque oficialmente se les identifica con el nomadismo, lo cierto es que una buena parte era y es sedentaria, viviendo establemente en casas y pisos.

Los testimonios incluidos en el libro de María Sierra son pavorosos. Es de agradecer su esfuerzo, pues lo cierto es que hay pocos productos culturales que muestren el holocausto gitano. Hay, por otra parte, una gran ausencia de referencias que no aparecen en los manuales de historia. Esa falta de transmisión de conocimiento es muy significativa porque refleja la pervivencia de una visión que minusvalora el sufrimiento del pueblo romaní a manos del nazismo. Manifiesta, además, la persistencia de un racismo profundo en las sociedades europeas.

Los gitanos en los campos de concentración sufrieron torturas de enorme sadismo, tras las cuales los soldados llevaban a los muertos atados en palos como ciervos en cacerías... "El doctor Mengele les daba caramelos a los mismos niños que luego utilizaba en sus experimentos". Occidente no ha querido mirarse en el espejo gitano por miedo a tener que cambiar de opinión. El antigitanismo sigue vigente. Me temo que es una injusta aversión a perpetuidad.