OS encontrábamos navegando al viento entre las nieblas del Océano Ártico, 80º Norte, superadas las islas Svalbard cuando, súbitamente, el cielo se abrió, desaparecieron las nieblas y frente a nosotros, sobre un témpano amorfo, descansaba una morsa impresionante. El velero se deslizaba suavemente a 50 metros de la morsa y ni se inmutó. Atónitos frente a la majestuosidad de la escena, mientras mirábamos, Eric Esterle tomó unas fotografías. Más tarde, recordando la escena en el interior del barco y a la vista de sus fotos nos preguntábamos, ¿habíamos visto la misma escena? El poder de su equipo fotográfico, lentes, software, edición, convirtieron la morsa en algo que ninguno de nosotros habíamos visto, pero nuevo, excitante, atractivo y magnético. Esa foto será publicada en una revista de referencia y todo el mundo verá lo que nosotros, ¡que estábamos allí!, no vimos. Así se construyen las nuevas realidades, ricas, brillantes, ultradefinidas, a través del poder de las imágenes digitales€ Y os preguntaréis qué tiene esto que ver con la necesidad del arte en la sociedad. Lo vemos€ Pero volviendo al encabezado, ¿hasta qué punto es necesario el arte en la sociedad actual?, ¿podemos prescindir de él?

Este periodo de confinamiento obligado por la pandemia nos ha llevado a un apagón cultural sin precedentes, cierres, cancelaciones y suspensiones€ Aunque muchas expresiones artísticas estaban ya de antemano heridas de muerte, acostumbradas a vivir de las subvenciones y un mercado exiguo, esta nueva situación no hace sino incrementar su declive.

Partiendo del hecho de que toda acción humana tiene un componente político, arte y sociedad son dos caras de la misma moneda y en ocasiones, la única. El sistema del arte asume elementos del mercado, a partir del concepto de trueque, de un espacio común y compartido con la sociedad, más evidente en las artes escénicas, musicales y el cine.

Con una red productiva endeble, especialmente las artes en vivo, ocupadas en subsistir día a día, sin capacidad económica para invertir en nuevos proyectos, en cierre total, un panorama como el que se avecina, es el último empujón hacia su desaparición. Y con ello, no solo perdemos un puñado importante de pequeñas empresas culturales y sus puestos de trabajo, sino algo mucho más importante, perdemos diversidad, complejidad, dignidad y futuro, algo que no nos lo podemos permitir. Muchos creerán, no siendo consumidores directos, que en realidad no se pierde tanto, que podemos vivir sin él. Total, ¿qué sé yo de arte y qué me importa?

La calidad de una sociedad también se define por la calidad de sus artistas. El arte tiene una importancia estructural que acaba transformando nuestra forma de entender la realidad. Pero, ¿de qué manera transforma esa realidad? El romántico alemán Caspar David Friedrich decía que "el pintor no debe mirar únicamente lo que ve ante él, sino lo que ve en él. Si no ve nada en él, que renuncie a pintar lo que ve fuera". El arte no se refiere a lo de ahí fuera, sino a cómo nosotros percibimos lo de ahí fuera y esto nos atañe a todos, seamos o no artistas, consumidores culturales directos o indirectos. De la misma forma en que toda ciencia (ahora que se entiende tan imprescindible) necesita de una ética, todo acercamiento a la realidad necesita una epistemología (fundamento y métodos de conocimiento), de una filosofía, y para esto el arte es fundamental.

Todo es portador de información. Nada es casual o desinteresado; la manera en que las imágenes que nos rodean transmiten determinados significados está perfectamente testado y calculado. La forma en la que tocan nuestras emociones, nos embaucan y nos noquean tiene una profunda razón de ser, bien para generar nuevas y previamente inexistentes necesidades, empujarnos al consumo o instalarnos en el puro entretenimiento. Ninguna imagen es ingenua, toda imagen es portadora de información, un contenido previsual que estructura la narrativa de las imágenes, con mensajes subliminales que quedan incrustados en nuestra memoria, transforman poco a poco nuestra percepción del mundo y nos hacen cada vez más manipulables.

En general, hay una tendencia a pensar que el arte va unido al entretenimiento, pero es mucho más que eso, el arte provoca, cuestiona, nos desequilibra. Frente a una visión lineal, preconcebida, organizada, ordenada y jerarquizada, el arte nos enfrenta a preguntas incómodas y nos presenta una nueva coyuntura de pensamiento. El arte no es nada sin la realidad y lo es menos sin contar con nuestra participación como espectadores. El arte provoca cambios en nuestra propia conciencia. El arte por sí solo no cambia nada, es solo un vehículo, una grieta abierta, a la que nosotros debemos asomarnos. No da soluciones, no nos responde, pero sugiere, plantea, cuestiona, indaga, se sumerge, rastrea y araña la superficie de la realidad, enriquece nuestra forma de entenderla, desvela nuevas facetas y nos hace más sabios, más sensibles, más atentos, capaces de desdoblar los pliegues escondidos de una realidad vendida y propuesta por los grandes modelos globalizados, uniformados y planos, reivindicando lo único, lo propio, lo irrepetible, lo particular, lo local, el matiz, el detalle, lo ambiguo, una cultura enraizada y el valor de las historias.

La historia del conocimiento ha sido una batalla permanente, para acceder a la verdadera realidad, a través de los diferentes mecanismos mentales o materiales más apropiados. Siempre ha existido una duda razonable respecto a que la realidad de ahí fuera es reconocida en su verdadera configuración. La fotografía fue un paso en esa dirección y la imagen de esa realidad, antes sobre papel, ahora en la pantalla, aportaba más veracidad que cualquier otro relato. Y lo digo en pasado, ya que la posibilidad de manipulación y falsedad que los medios digitales nos aportan han hecho que la fotografía pierda ese carácter de valor documental. Antes no había nada más real que una foto; ahora, en la era de la posfotografía, ya nadie cree en la realidad fotografiada, de hecho se utiliza como el medio más eficaz para falsearla. La realidad de la posverdad, realidad aumentada.

Como artistas, tenemos la obligación de ser conscientes de cómo las imágenes van tornando, derivando y en definitiva, transformando nuestra propia visión del mundo. Es cada vez más común y evidente que nuestra percepción de la realidad no viene dada por nuestras experiencias in situ, sino por acercamientos visuales digitales. La realidad real languidece, se esfuma y apaga, frente a la realidad virtual de su imagen, dejando el amargo sabor de no haber vivido el momento brillante que nos ofrece la foto digital. Los algoritmos completan lo que los ojos no llegan a ver. El alto grado de definición que estamos alcanzando se escapa de nuestra visión retiniana de la realidad. La imagen digitalmente construida completa la imagen a partir de fragmentos; entre un dato conocido y otro, la computación matemática rellena el vacío, produciendo una imagen mucho más definida que lo que nuestro ojo alcanza a ver en la realidad. Necesitamos fotografiar algo para ver más y nuestros ojos se vuelven vagos, perezosos. La alta definición en las imágenes nos atrae más que la experiencia directa, y el recuerdo de la morsa en el Ártico se desvanece frente a su foto en la revista€

El arte participa de este debate. ¿Qué hacemos como sociedad?, ¿a dónde vamos?, ¿en qué consiste la realidad, la vida, el hombre? El arte nos ayuda a entender esta sociedad actual en su complejidad, debería ayudarnos a clarificar el futuro; así, nos desvela las diferentes capas de la realidad. Un arte contemporáneo responsable, no autocomplaciente ni autorreferencial, un arte que debe ser capaz de rebuscar, preguntar, incidir, molestar y ayudarnos a encontrar una nueva belleza, rescatada de los restos de la deriva del mundo, de la naturaleza herida. De ese aparente bello paisaje, que esconde una desproporcionada presencia de perniciosos elementos químicos, oculta la deforestación, silencia la emisión de millones de toneladas de CO2 a la atmósfera, la obstrucción del cauce de los ríos, la desaparición de los acuíferos, la destrucción de la capa de ozono, la contaminación sonora, radiación nuclear, etc. que han producido un desastre oculto y la certeza de que podemos realmente destruir el mundo conocido. Una situación que se manifiesta en el progresivo calentamiento global y los fenómenos naturales extremos, una especie de naturaleza revelada, que ya no es paradigma de la belleza sublime, sino que se presenta enfurecida, rabiosa, sobreexcitada, una supernaturaleza. Sueño romántico, hecho ya presente, para horror de los humanos.

Escondidos bajo la realidad de una imagen mediatizada, sobresaturada, de un mundo que no queremos ver, el arte lo desvela y nos lo muestra. El arte es una invitación a no perder la conexión real con el mundo a través de nuestros ojos, con todos nuestros sentidos, una experiencia directa, sin necesidad de tenerlo que fotografiar y filtrar para poderlo disfrutar. De todo esto habla el arte y sus múltiples expresiones.

Pero el arte no está solo en los museos o en las galerías, en los teatros o salas de conciertos, el arte se encuentra en la calle, en la arquitectura, en el movimiento de la gente, en la inundación visual en la que vivimos, rastros de arte en todos los sitios. Si activamos la mirada, el arte aparece allá donde miremos. Según paseamos lo vemos en los juegos de luz, las gamas de color en la arboleda, la sutileza de las trasparencias en los cristales, las formas y colores de las nubes, en el movimiento errático de los pájaros o el rostro de nuestros vecinos, la indefinición de los montes lejanos o el dibujo de una rama seca contra el cielo. Practicarlo o producirlo, ver, disfrutar o enfadarnos con el arte es la llave para un conocimiento que nos permite un nivel más rico en nuestra experiencia cotidiana, para construir una sociedad con memoria, más poliédrica, crítica y solidaria. Un arte, ahora, aún más necesario€

* Pintor