ERO además de todas estas consideraciones, que no soy capaz, ni es mi intención, de frivolizar, hay otros efectos que el confinamiento prolongado nos está causando y que apenas somos capaces de destacar.

El primero de ellos y el más elocuente; el incremento de individuos cuya imagen ha mutado. Y cuando digo cambiar, me refiero a una metamorfosis voluntaria. ¿Alguien se ha dado cuenta de que entre nosotros, hoy, encontramos a muchos hombres que se asemejan al conde de Montecristo, a Juan Sebastián Elcano recién llegado a Getaria de dar la vuelta al mundo, o a Sandokan cuando era el tigre de Malasia? Melenudos sin peine y barbudos sin espejo. En el género femenino, he observado este efecto pero más atenuado, acentuando el plateado en el color de cabello o las muestras evidentes de que el tinte capilar había perdido su fuerza en la raíz del cuero cabelludo. Ahora entiendo las razones que llevaron a Sánchez, en un principio, a declarar a las peluquerías como actividades exentas del cierre preventivo. La excepción duró cuarenta y ocho horas (lo habitual en las decisiones de este gobierno español). Y así nos luce el pelo.

La lista de espera del día después puede ser mayor que la cola del paro. Espero que mi barbero, Paco, me haga un hueco en su agenda para ajustar mis greñas. Mientras tanto, en la espera, haremos un bizcocho. Sí, en el ámbito del consumo también hay secuelas. Hemos pasado del momento inicial del papel higiénico al momento harina. Pasando, claro está, por el tránsito siempre oportuno de la ocasión cervecera.

Otro efecto colateral del encierro cartujo es la distinta valoración que a día de hoy hacemos de momentos que, en situaciones normales, considerábamos un fastidio o una pérdida de tiempo. Por ejemplo, en época de tranquilidad, echar la basura era un ejercicio desagradable; siempre se buscaba una excusa para que, si recibías una visita o un invitado, éste terminara llevándose los residuos de tu casa hasta el contenedor. Era una cuestión de cortesía. Además , "el container le pilla de camino", argumentabas. Ahora parece como si estuvieras esperando que las bolsas de desechos domésticos se colmatasen para, ávidamente, prestarte voluntario a sacar cada una de las fracciones seleccionadas. Los vidrios, a su iglú correspondiente; los envases, al recipiente amarillo; los papeles y cartones, al azul; y lo orgánico€ ¡Qué tarea más impresionante! Después de tirar la basura te sientes como un ser nuevo, plenamente realizado, como Armstrong cuando pisó la luna por primera vez. Un pequeño paso para el hombre pero un gran salto para la humanidad. Así me sentía yo el pasado jueves cuando me dirigí hasta los contenedores. Como un tripulante del Apolo XI. Pero la lírica se acabó en un instante. Había cola. Atasco para vaciar inmundicias. Uno tras otro -con más de dos metros de distancia- para depositar los residuos en los correspondientes cajones. ¡Vaya paseo por el "mar de la tranquilidad"! ¿Tranquilidad? Uno de los que aguardaban en la hilera comenzó a vociferar. Pedía agilidad. Que las personas que le antecedían se apresurasen en el volcado. Parecía ansioso. Bueno, parecer parecía un andrajoso en chandal, desaliñado, con barba cerrada y pelos de loco. No le reconocí. Era un vecino. Gritaba y gesticulaba como un poseso. Y todo para echar la basura.

"No le hagas caso -me dijo quien venía detrás de mí-, está irascible; es lo que tiene tanto tiempo de aislamiento, cualquier cosa excita". "¿Excita?", pregunté. "Sí, te pone de una mala gaita que pa qué".

Cierto. El estado de alarma y el confinamiento prolongado termina por volvernos hipersensibles. Cualquier cosa molesta. Hasta los teleberris me exasperan. Empiezo a estar saturado de tanto titular no contrastado, tantos denunciantes anónimos o tertulianos que parecen premios nobel. Es otra consecuencia insospechada de la pandemia. A mí, en concreto, lo que más me trastorna es tener que soportar estoicamente las ocurrencias de alguien que se ha subido a la parra. Y encima de la cepa hemos visto a unos cuantos comportamientos.

En el plano puramente político sigo pensando que no este un momento adecuado para dejar patente diferencias o ámbitos de confrontación. Pero comienzo a observar comportamientos que lejos de ser residuales comienzan a afianzarse peligrosamente, dando a entender que van más allá de la coyuntura o de la excepcionalidad del momento. Me refiero a una creciente tentación por la centralización de decisiones políticas echando por tierra el marco de descentralización autonómica y el autogobierno legalmente establecido.

La declaración del estado de alarma posibilita al Gobierno del Estado a desarrollar acciones y medidas extraordinarias por sí mismo. Podría hacerlo contando con las autoridades autonómicas, pero Sánchez y su equipo decidieron capitanear la situación en solitario.

La gestión de la crisis sanitaria por el gobierno español, dicho sin ánimo de generar polémica, ha desoído este esquema competencial. Se ha pretendido, bajo la premisa de la lucha común contra el coronavirus, unificar políticas con decisiones unilaterales que no han sido compartidas o que han resultado contradictorias. Aunque la controversia no haya alcanzado a la opinión pública.

Tal ambición de recuperación de poder centrípeto se ha demostrado igualmente en la decisión del Ministerio de Trabajo eliminando los fondos autonómicos de las políticas activas de empleo. Una medida que además, ha sido argumentada por la ministra podemita del ramo con el displicente argumento de que el ejecutivo estatal intervino los fondos de formación autonómicos porque su intención era la de "dar de comer a la gente". Es decir que su gestión estaba ungida por el bien supremo mientras que la protesta de los demás era pura retórica. A eso llamo yo soberbia revolucionaria.

Algo parecido ha ocurrido con el episodio protagonizado por la ministra de Educación, Isabel Celaá, quien debiera ser conocedora de que las competencias de su departamento gubernamental son muy limitadas y que el papel básico en relación al mundo educativo corresponde a las autonomías y, en nuestro caso, al Gobierno vasco. Pues bien, la hoy ministra Celaá no ha tenido empacho en anunciar un supuesto "acuerdo con el mundo educativo" que explicitaba que el curso escolar finalizará el 30 de junio y otras consideraciones -"nadie repetirá curso", "se habilitará julio para cursos de refuerzo", etc.- sobre los que no tiene competencia ni poder alguno. ¿Por qué anunciar decisiones de este calado a bombo y platillo si no tiene capacidad alguna sobre ellas? ¿Por puro protagonismo o porque tiene la intención de imponer su criterio sin base jurídica? Veremos.

El último episodio de esta escalada preocupante de recentralización hace referencia a lo que ha venido en denominarse el proyecto de renta mínima vital, una especie de subsidio general similar a la RGI existente en Euskadi y que el partido de Iglesias aquí tanto ha denostado. La prestación supuestamente pactada entre Pablo Iglesias y Pedro Sánchez puede tener importantes afecciones en Euskadi. Dependerá de si esa percepción es compatible con la RGI o no, si será un subsidio complementario o si su gasto en el Estado se computará en el Cupo vasco.

Lo cierto es que se trata de una medida de calado. De la que nada se sabe en el Gobierno vasco. El ministro de Seguridad Social, José Luis Escrivá, ha señalado que aún no hay nada cerrado al respecto, pero Pablo Iglesias presiona para que el ejecutivo de Sánchez presente esta opción ya. Sin consenso alguno ni tan siquiera información. El líder de Podemos quiere dejar clara cuanto antes su relevancia en el gobierno y para visualizarla le importará un carajo sacrificar la autonomía vasca con la Renta de Garantía de Ingresos (RGI) frente a su influencia en toda España. Aquí se verá el federalismo del jefe de los morados. Un federalismo centralista, jacobino y centrípeto nuevamente. Pablo Iglesias, y otros como él, se han subido a la parra. ¿Será, señora Gorrotxategi, una percepción de "mafiosillos"? Un consejo: en boca cerradas no entran moscas. El problema estriba en qué hacer con las que a hay dentro.

* Miembro del EBB de EAJ-PNV