EN el transcurso de la Cumbre de la Tierra celebrada en Rio de Janeiro en 1992, los jefes de Estado y de gobierno de todo el mundo, conscientes de la gravedad del cambio climático, decidieron que había que ponerle freno y establecieron la necesidad de elaborar un Convenio Marco bajo el que ahora se van celebrando las sucesivas COP. Han pasado nada menos que 27 años y las emisiones continúan subiendo.

¿A qué se debe? ¿Qué ha pasado? Hay varias causas que pueden explicar la situación actual.

Por una parte, el papel obstaculizador de las compañías energéticas. Últimamente hemos conocido que informes internos de la industria del carbón y del petróleo advertían desde hace tiempo de la incidencia de las emisiones de carbono sobre el clima. Sin embargo, estas informaciones fueron ocultadas y la industria de los combustibles fósiles se ha opuesto desde hace años a iniciativas legislativas que tendían a impulsar las energías renovables o frenar los combustibles fósiles.

Otra cuestión importante es la financiación pública de estos combustibles fósiles. A pesar de ser conocidos sus efectos ambientales, los combustibles fósiles han seguido recibiendo cuantiosas subvenciones públicas que se ha unido a la escasa voluntad política de los gobiernos en la lucha contra la crisis climática. Desgraciadamente, en esta fase decisiva de la lucha contra la crisis climática nos encontramos con gobiernos débiles o directamente asimilados por las grandes empresas. Basta ver la complicidad de personajes como Trump o Bolsonaro con la industria más contaminante. Pero no son solo ellos, tampoco otros muchos gobiernos han sido capaces de plantar cara a las grandes empresas y poner por delante el interés común de defender al planeta Tierra.

Finalmente, está el negacionismo, que se podría denominar “clásico”, financiado por los principales productores de combustibles fósiles. Ha pasado por varias fases: asegurar que no había tal fenómeno; no negarlo, pero afirmar que no implicaba problema alguno; admitir el problema, pero atribuirlo a causas naturales, nunca a la acción humana; y asegurar que la solución no estaba en manos de la humanidad. La apabullante evidencia científica ha dado paso a otras modalidades.

No es casual que Brasil, Australia, Rusia, Japón o China, cinco de las principales economías del G20 (los mayores causantes del calentamiento global), no hayan enviado a sus jefes de Estado o gobierno a Madrid, pese a ser partícipes del Acuerdo de París. No conviene olvidar también que Estados Unidos anunció hace un año el inicio de la salida del acuerdo climático.

Lo cierto es que ya muy pocos niegan la evidencia científica, que se ha impuesto en el imaginario colectivo, pero le dan vueltas ofreciendo supuestas soluciones tecnológicas -como son la captura y el almacenamiento de carbono- para no tener que recortar emisiones de gases o ponen el foco en eliminar los automóviles de combustión y sustituirlos por eléctricos, aunque nadie sabe cómo se va a generar esa electricidad.

Los datos más recientes de la meteorología mundial han revelado que hemos llegado a límites impensables. Nos hemos pasado; y muchísimo. Las señales no se pueden ignorar: los últimos cinco años han sido los más calientes que se hayan documentado. Hay desastres climáticos más extremos; huracanes, sequías, inundaciones, incendios, se derriten los casquetes polares, la Antártida se reduce tres veces más rápido de lo previsto?

Sin duda, cada vez está más extendida la idea en sectores importantes de la población de que se está fracasando en la lucha contra el cambio climático y de que las cumbres climáticas no sirven para casi nada. Dentro de esta situación, que cabe calificar de decepcionante y frustante, cabe resaltar el papel muy importante que desempeña la red internacional de gobiernos regionales para el desarrollo sostenible, Regions4. Se trata de la única red internacional que aglutina la voz de las regiones en materia de desarrollo sostenible y que reúne a 40 gobiernos regionales de 21 países en 4 continentes, entre ellos el Gobierno vasco. Euskadi, por su situación geográfica, está expuesta a los impactos de todos los fenómenos que alimentará el cambio climático. Subida del nivel del mar, tormentas, olas de calor, sequías...

Finalizada la Cumbre del Clima en Madrid, no cabe más que una nueva decepción. Un año de desastres climáticos y una terrible advertencia de la comunidad científica mundial debería haber conducido a mucho más en Madrid. Se está ignorando por parte de los máximos responsables de las emisiones de gases de efecto invernadero a la comunidad científica y, al hacerlo, no tienen en cuenta la difícil situación de millones y millones de personas vulnerables. Reconocer la urgencia del problema, pero poco más, no es suficiente cuando estados y naciones enteras se enfrentan a la extinción. Sectores importantes de la ciudadanía esperan acción y eso es lo que los gobiernos no han logrado, a pesar de que en Madrid acabamos de tener una de las mayores manifestaciones ambientales de la historia en el Estado español.

El panorama es desolador. Las inundaciones, los incendios, las sequías o las olas de calor van acompañadas por cambios en los vectores que transmiten enfermedades infecciosas, la migración de especies marinas y terrestres, la disponibilidad del agua potable o un descenso en la fertilidad de los cultivos. Hoy mismo estamos presenciando efectos climáticos que se esperaba que fuesen a ocurrir dentro de unas décadas. Es más, debido al efecto retardado de las emisiones de gases invernadero, no podemos parar este complejo sistema biofísico del planeta como si fuera cuestión de encender o apagar un interruptor. Las consecuencias de las emisiones recientes todavía no se ven, no se notan, y no sabemos con certeza con qué rapidez van a materializarse; por eso no podemos quedarnos paralizados ante la evidencia de la emergencia climática.

En el plazo de unas décadas, 2015-2050, se ha de llevar a cabo una profunda transformación del sistema energético que ha prevalecido desde hace dos siglos y medio. La única fuerza motriz capaz de impulsar y sostener en el tiempo esa transición es el sentido de compromiso y responsabilidad moral de millones de personas. Solo ella permitirá superar las muy poderosas resistencias al cambio por parte de los intereses económicos y políticos que se oponen y opondrán al mismo.

Construir la esperanza de que se puede reconducir la crisis del clima implica recordar que extraordinarios logros emancipatorios han sido posibles cuando la conciencia moral de la sociedad ha dicho “basta, hasta aquí hemos llegado”. Las fuerzas que están generando la crisis del clima no son fenómenos naturales fuera de nuestro alcance sino el resultado de decisiones políticas, económicas y energéticas. Dependen de nosotras y nosotros, nuestra es la última palabra.