LA relevancia de las ideas, la información y la virtualidad en la sociedad y la economía del conocimiento nos puede llevar a subestimar o malentender la importancia de la infraestructura, las cadenas de mercancías, el comercio y el transporte, la logística, la ordenación del territorio o los procesos geobiológicos y medioambientales en la configuración de la economía globalizada.

Desde la perspectiva del urbanismo se observa con claridad esa dimensión tangible de los procesos económicos, puesto que el urbanismo y las ciudades globales constituyen la materialidad de la globalización. Esta materialidad global queda expresada de forma evidente y hasta grotesca en los megaproyectos, que son espacios pensados y diseñados para visibilizar y conducir a las ciudades a jugar un papel transnacional relevante, una meta elusiva.

Los megaproyectos -esquemas de regeneración urbana, infraestructuras de transporte y energía, corredores industriales, clusters de ciudades, nuevas ciudades (new towns), distritos de innovación, parques científicos y tecnológicos, infraestructura deportiva- son espacios reconfigurados y reterritorializados en los que el papel de las élites locales, regionales y nacionales, así como el papel del capital nacional y transnacional, suele ser prominente.

Los megaproyectos han surgido a partir de un complejo conjunto de procesos de reestructuración geográfica, económica y, sobre todo, política, que se producen en todo el mundo desde finales de los años 70 y principios de los 80 del pasado siglo. Este período ha visto el ascenso generalizado de la globalización, el neoliberalismo, y como una manifestación urbana de estos procesos, los megaproyectos.

La globalización y el neoliberalismo se han manifestado en cuatro procesos globales que han influido en la multiplicación de los megaproyectos: la competitividad urbana internacional; la movilidad y el crecimiento de las economías del conocimiento; la redirección de la inversión global del capital físico al capital humano; y el dominio de la ideología y la política de las reglas del mercado.

El diseño y la construcción de megaproyectos a menudo satisface la necesidad de armonizar varias escalas de poder, no solo porque el aumento de la competitividad urbana y la visibilidad global se perciben como resultados esenciales en el desarrollo de estos proyectos, sino también porque, en contextos sociopolíticos diversos, la configuración del poder político exhibe relaciones diferenciadas entre los dominios local, regional, nacional y global de la acción social.

Es importante señalar que, en un contexto de urbanización planetaria, prácticamente todos los megaproyectos son de naturaleza y ubicación urbanas o están construidos para tener un efecto directo sobre las ciudades y el proceso de urbanización, particularmente su desarrollo y su competitividad, porque la construcción de megaproyectos ha sido una respuesta importante de adaptación al neoliberalismo y la globalización en el ámbito urbano, como veremos más adelante.

De hecho, los megaproyectos contribuyen activamente a una situación de mayor urbanización planetaria. Albert O. Hirschman llama a los megaproyectos “partículas privilegiadas del proceso de desarrollo” y señala que a menudo se trata de procesos trait-making, es decir, están diseñados para cambiar ambiciosamente la estructura de la sociedad, a diferencia de los proyectos convencionales más pequeños que son trait-taking y encajan en estructuras preexistentes y no intentan modificarlas.

Desde un punto de vista tipológico, la mayoría de megaproyectos urbanos, en particular aquellos que son de uso mixto, pueden categorizarse como un modelo de desarrollo urbano globalmente activo. A ello contribuye el hecho de que este modelo de desarrollo es lucrativo para los mercados de capitales.

Estos se benefician de la financiación pública aunque, paradójicamente, las alianzas público-privadas son supuestamente impulsadas por el deseo de reducir el gasto público. Estos mercados de capitales son un impulsor subyacente de los megaproyectos, y cuentan con poderosas coaliciones de crecimiento urbano (growth machines) que los defienden y se benefician de su existencia y rendimiento.

La retórica de los protagonistas de los megaproyectos (planeadores, constructores, financieros, políticos) está fuertemente condicionada por los discursos favorables a la globalización. Según el modelo neoliberal, la competitividad económica internacional es primordial para la prosperidad de la ciudad y el Estado.

El cambio estructural que los megaproyectos pretenden provocar, los beneficios que generan y, lo que es más importante, qué alternativas podrían estar disponibles, todo ello permanece oculto en un discurso genérico de “globalización resplandeciente” que glorifica la inversión y el crecimiento a la vez que oculta los desplazamientos poblacionales y la polarización socioespacial.

Los megaproyectos se han extendido en áreas urbanas de todo el mundo y con frecuencia han causado el desplazamiento de los habitantes iniciales de esas áreas, y han generado fuertes críticas por parte de la sociedad civil. Somos herederos de la ciudad globalizada, en la que no es posible concebir otra cosa que la regeneración de áreas adyacentes a ríos y bahías, la recuperación de zonas previamente dedicadas al almacenamiento y la fabricación, la construcción de nuevas infraestructuras de transporte o la extensión de las existentes, así como la renovación de centros históricos.

Sin embargo, la manhattanización del mundo -y la economía política urbana que lo sustenta- también presenta dificultades y puede enfrentarse a varios obstáculos estructurales con consecuencias directas para el diseño y la construcción de megaproyectos en ciudades y regiones en proceso de globalización.

He conceptualizado en otro lugar los megaproyectos como proyectos de desarrollo urbano a gran escala que a veces tienen un componente de diseño icónico, que generalmente apuntan a transformar o tienen el potencial de transformar una ciudad o partes de la imagen de una ciudad, y son promovidos y percibidos por la élite urbana como catalizadores cruciales para el crecimiento e incluso como vínculos con la economía global.

En una era marcada por el cambio en la gobernanza urbana del gerencialismo al emprendimiento y en la que las ciudades son consideradas nodos en una red global de relaciones, la élite urbana a menudo percibe los vínculos con la economía global como fundamentales para garantizar un desarrollo económico local sostenido.

La recuperación de la visibilidad global no es solo una estrategia económica por excelencia, sino que también sirve para el propósito de la transformación simbólica o representacional, que es especialmente útil para regiones y ciudades con identidades políticas diferenciadas.

Ambos objetivos, el material y el simbólico, están presentes en los recientes intentos concertados de muchas ciudades para alcanzar o recuperar el estatus de metrópolis global mediante el uso de megaproyectos en la revitalización urbana. La revitalización en sí es una estrategia política que cuestiona los enfoques que enfatizan el carácter exclusivamente económico y financiero de la globalización.

También es importante observar el contexto social y sociocultural más propicio para el desarrollo de megaproyectos. Parece claro a partir de la evidencia disponible que es esencial contar con un amplio apoyo social y político, o tal vez incluso un cierto grado de aquiescencia, para que estos grandes planes prosperen. Su magnitud y el efecto consiguiente en grandes áreas de una ciudad, sus enormes costos económicos y sus impactos ambientales masivos pueden crear desconfianza cívica.

Sin embargo, los movimientos y el activismo contra los megaproyectos, aunque no totalmente ausentes, no son tan intensos como los de hace algunas décadas. En muchos casos, los megaproyectos se comercializan con éxito como catalizadores del desarrollo económico del que todos se beneficiarán. Además, cuando relativamente pocas personas se ven afectadas, resulta más difícil movilizar a la oposición.

No siempre es así, como queda patente en el trabajo sobre el fallido aeropuerto de la Ciudad de México por parte de mis colegas Diane Davis y Onésimo Flores. Así pues, los megaproyectos a veces deben enfrentarse a conflictos internos y obstáculos que en última instancia pueden modificarlos, retrasarlos o paralizarlos.

* US Fulbright Award Recipient in Urban Planning, Doctor por New School for Social Research Nueva York