JUEVES, 23 de mayo, víspera de las elecciones y jornada de mítines y debates. El último del día en ETB con los candidatos a diputado general. Finalizaba el torneo. Bea Ilardia, candidata de Bildu, en tono apocalíptico, en línea con Podemos, ataca al PNV cuando el candidato Unai Rementeria habla del tren de Bermeo. Sin levantar la voz, con educación, Rementeria pone las cosas en su sitio y dice que el PNV lleva gobernando cuarenta años por el pequeño detalle de que así lo han querido los ciudadanos con su voto. Le argumenta que a sus planes faraónicos les falta un anexo económico que explique quién va a pagar esas grandezas y termina diciendo a la candidata de Bildu que la historia de lo que ella representa y reivindica con tanta contundencia ha sido el gran lastre que ha tenido Euzkadi en estos cuarenta años. Todo sin levantar la voz.

Ilardia representaba en el debate una opción que durante la campaña electoral se ha manifestado en Ugao-Miraballes en apoyo a Josu Urrutikoetxea, pueblo de Iñaki Ibargutxi, del PNV, asesinado por ETA. Una izquierda abertzale que no termina de abjurar de tan deleznable pasado y se ha manifestado en campaña en Bilbao, por la Gran Vía, en apoyo del régimen de Maduro, quien además, como ideología tóxica, ha destrozado un país. Ese doble juego de Bildu ha sido denunciado en campaña porque no se puede hablar de la importancia de la gestión y de una industria que antes aborrecían sin previamente quitarse el sayal harapiento del apoyo sistemático al terror en este país. Y mientras no caigan en esto y no hagan su perestroika, podrán seguir usando diversas máscaras, pero la historia estará ahí, señalándoles. Ramiro González, en El Arenal, lo dijo gráficamente: “Se han disfrazado de PNV, pero solo hay un PNV, el nuestro”. Con parecida contundencia, Andoni Ortuzar lo resumía en dos platos, ”aunque la mona se vista de seda, izquierda abertzale se queda”.

Nadie pone la menor objeción a la necesaria evolución de un mundo que tomaba como modelo la Nicaragua tercermundista y que nos repetían a propósito de Zabalgarbi “incineradora, un muerto cada hora”; o que suspendía la construcción de la planta guipuzcoana para presentarse durante la campaña en Gasteiz con el modelo danés de incineración en el centro de la ciudad con una pista de esquí en el techo; o que trata de romper la ponencia de autogobierno porque no tienen más discurso que su dogma; o que, como no les gusta la política industrial del Gobierno vasco de coalición, se manifiesta en campaña ante Sabin Etxea; o que pide la intervención a Iberdrola, la empresa que mayor aporte en impuestos hace en Bizkaia; o que se adscribir en el Parlamento Europeo en el Grupo de los Verdes con Podemos e IU, no con el Sinn Fein y ERC en ALE, cuando los Verdes lo que quieren es cargarse toda la industria de la pesca; que por fin acierta cuando no repite ninguna de las consignas de cartón piedra de la escolástica comunista, un lenguaje fósil que perdió desde hace mucho tiempo el contacto con la realidad.

Entiendo que en campaña vale todo. Es un momento en que la cortesía, la sinceridad, las buenas maneras, son un estorbo y la mentira, el arma obligatoria. Los insultos de desesperación y los cuchillos largos, así como la agresividad tabernaria, impregnan debates y esos espacios de segundos en televisión donde el ataque continuo al PNV es lo obligado. Ha sido este el programa de gobierno de Bildu y de Podemos. Nosotros somos la derecha neoliberal y oligárquica y ellos la izquierda progresista. Quieren hacernos creer que la historia y la democracia les estuvieron esperando para empezar con ellos y quieren que olvidemos el inmenso daño hecho a este país. Pero, como se ha visto el domingo pasado, esa burda especie no ha colado. El PNV arrasó y, aunque Bildu ha tenido un buen resultado, es difícil de materializar pues nadie quiere pactar con ellos. Ni ERC en el Congreso pese a lo que dijeron.

En ese mitin en El Arenal, donde se puso en valor la sigla y los cuarenta años de hilo conductor y eje del país del PNV, sin olvidar que en 1986 nos dividimos y en 1987 no obtuvimos representación en el Parlamento Europeo y aquellos penosos resultados de la “noche triste”, veía el Arriaga y me acordaba de Xabier Arzalluz -a tres meses de su fallecimiento- y de lo que han supuesto estos 31 años de remontada. Tras la división y las distintas derrotas vividas, el PNV reflexionó sobre lo ocurrido e hizo su particular perestroika. Tuvimos la Asamblea General, donde Arzalluz recordó a San Ignacio y su “en tiempos de desolación, no hacer mudanza” y con nuevos estatutos se impulsó el 9 de enero de 1988 un proceso que podríamos decir ha culminado este domingo 28 de mayo, recuperando aquellas posiciones perdidas: seis diputados, diez senadores, capitales, diputaciones y localidades significativas.

Entonces, hace más de tres décadas, Arzalluz subió a la tribuna minutos después de ser confirmado como presidente del EBB. Sus palabras reflejaban el nuevo talante que la cúspide del PNV quiso imprimir en su camino de recuperación. Hubo una amenaza de bomba. Y Arzalluz anunció que continuaba hablando, lo que provocó una cerrada ovación. “Se nos ha acusado -continuó Arzalluz- de hegemonismo, de considerar Euzkadi como patrimonio exclusivo nuestro, de intentos de batzokizar el país. Es cierto que ha existido entre nosotros una tendencia a considerar que Euzkadi es un patrimonio nacionalista y a equiparar el concepto de vasco con el de nacionalista. Pero esta concepción es injusta, es agresiva y es antidemocrática. Euzkadi es de todos los vascos. Y será libre en la medida en que todos sepamos respetarnos mutuamente. Y si un día es nacionalista, deberá serlo por la persuasión y no por la imposición”. Pero defendió también las señas de identidad del PNV y reclamó incluso el calificativo de “partido subversivo”, en la medida en que “no aceptamos, aunque acatemos, una Constitución que no reconoce la soberanía del pueblo, que diluye nuestra voluntad colectiva en la voluntad general de lo que se define como nación española”. Y dijo que el PNV “no es un partido domesticado” y que seguirá defendiendo sus ideales, “otra cosa son los modos y los ritmos”. Arzalluz terminó el argumento asegurando que “hemos aprendido la difícil y necesaria virtud de la paciencia política” e hizo ver su intuición sobre el futuro afirmando que quienes hablaban de independencia se convertirán en portavoces del derecho de autodeterminación “y pretenderán convertirnos en corifeos de su estrategia. Se establece ya hoy, y aumentará mañana, la pugna sobre quién es más nacionalista, pero nosotros no nos dejaremos arrastrar a esa carrera infantil”.

Dijo muchas más cosas y de forma clara. Aquel discurso consolidó el espíritu del Arriaga, que hizo que el partido no rompiera la cadena de la historia y siga siendo la columna vertebral del país, también un partido al que los demás partidos no van a regalarle absolutamente nada.

Se avizora un poderoso eje Bildu-Podemos-ELA envuelto en un falso debate ideológico entre derechas e izquierdas para posibilitar, con el tiempo, el descuelgue del PSE con la voluntad de aislarnos y la manifiesta voluntad de encasillarnos en la derecha vasca neoliberal como designación reiterativa y su intento de anularnos políticamente. No lo debemos tolerar.

El resultado electoral de EAJ-PNV el pasado domingo 28 de mayo premia una estrategia, un buen uso de la brújula y un discurso pegado a la realidad que la ciudadanía agradece, mucho más en tiempos de zozobra. No despegar los pies del suelo, actuar con cercanía y humildad, son claves para seguir rompiendo barreras, teniendo muy claro que la cúpula de Bildu no es nuestro hermana política sino alguien que viene con el cuchillo entre los dientes con la pretensión de ser ellos el eje del país. Y no van a parar.