BASTA ojear las páginas de los periódicos, escuchar los titulares de los boletines de radio o televisión para darse cuenta de que vivimos tiempos desconcertantes. “Lo nunca visto”, comentaba una crónica periodística. Y era verdad. La imposible imagen de un “agujero negro”, un fenómeno astronómico que soy incapaz de imaginar por más que me esfuerce. Antimateria cuya densidad impide que de la misma se escape partícula alguna, ni tan siquiera la luz. Vamos, algo que no se ve pero que está y que se come todo lo que tiene en su derredor. Pero, si no se puede ver, ¿cómo conseguir una imagen? Debe ser por arte de magia. La “magia potagia” de los tiempos actuales. Tiempos sin límites. Sin fronteras de comunicación. De superpoblación mundial y, por el contrario, de envejecimiento y abandono de áreas desarrolladas. Tiempo de avances científicos y de supercherías. De calentamiento climático. De globalización y de autarquías. Tiempo de certezas y de mentiras.

El año 93 del siglo pasado, el economista y escritor francés Alain Minc publicaba su ensayo titulado La nueva edad media. Desarrollaba la tesis de que, tras la finalización del equilibrio provocado por la Guerra Fría, la humanidad entraba en un periodo de confusión similar al que se pudo vivir al filo del año 1000. Según Minc, el planeta se quedaba sin un “chivo expiatorio” al que responsabilizar de sus problemas y, al mismo tiempo, perdía al “director de orquesta” que marcaba el ritmo del orden establecido, abriéndose de par en par la puerta a nuevas tentaciones ideológicas trufadas de populismo, chauvinismo, tribalismo, individualismo y xenofobia. Era, según publicó, un retorno a los “tiempos oscuros” del medioevo.

Muchas son las similitudes que pueden hacerse entre ambos espacios temporales. Hoy como ayer se multiplican los falsos redentores, las soluciones milagrosas y el esoterismo invade una sociedad saturada de información pero incapaz, en muchos casos, de reflexionar mínimamente sobre lo que nos está pasando, sus causas y consecuencias. Es como si sufriéramos un retorno a la época de la contrarreforma, a los temores injustificados de las tinieblas y las prácticas redentoras de la santa inquisición.

Digo todo esto después de haber conocido la existencia de nuevos casos de enfermedades que creía erradicadas en Euskadi. En concreto, según datos del Departamento vasco de Salud, durante el presente año se han detectado en Euskadi tres nuevos casos de sarampión, enfermedad que ha sufrido un repunte importante en los últimos años (6 incidencias el pasado ejercicio). Las cifras no son relevantes, máxime porque el nivel de protección médica existente en el País Vasco -la vacuna triple vírica (sarampión, paperas, rubeola)- alcanza a más del 96% de los menores de nuestra comunidad. Sin embargo, la Organización Mundial de la Salud achaca el aumento de contagios padecidos en Europa a la globalización, ya que la mayoría de las veces el origen está en viajes a zonas epidémicas.

El sarampión mató el pasado año en Europa a 72 niños y adultos y, según informes de la propia OMS, de enero a diciembre de 2018 más de ochenta y dos mil personas de la zona europea fueron infectados por el virus, la cifra más alta de toda la década.

Tras Ucrania y Rumanía, países con casuísticas particulares vinculadas a conflictos o a una pésima cobertura sanitaria, aparece en el ranking de casos observados -cinco mil el pasado año- Italia, donde la principal causa del brote de la enfermedad es la existencia de un importante colectivo antivacunas.

Fuera de nuestro continente, el pasado martes, el estado de Nueva York declaró la “emergencia pública de salud” al detectarse una epidemia de sarampión con casi 290 casos detectados en los últimos seis meses. La mayoría de los infectados forman parte de la comunidad judía ortodoxa, un colectivo cuyas creencias impiden la vacunación.

El sarampión no es la única enfermedad que creíamos controlada y que ha vuelto a afectar a nuestro entorno. La rubeola, la viruela, la difteria, la tos ferina, la polio, nombres que entendíamos borrados del horizonte sanitario de los países desarrollados, han vuelto para, si nadie lo remedia, quedarse.

¿Qué argumentan los movimientos antivacunas para negarse a la profilaxis, en su mayor parte de menores? Inicialmente, los promotores de esta conducta han vinculado la vacuna contra el sarampión con el autismo. Sin embargo, más de una docena de estudios de amplio espectro han desmentido categóricamente tal relación. De igual manera, han quedado desacreditadas las supuestas relaciones ocasionadas por las vacunas y la aparición de alergias, asma y enfermedades autoinmunes. Tampoco es cierta la acusación de que la aplicación de estos medicamentos “sobrecargan el sistema inmune del niño” o que los preparados farmacológicos contengan “sustancias peligrosas”.

Detrás de estas posiciones, aparentemente inocentes existe un cierto nivel de fanatismo, un negacionismo de las evidencias científicas (recordar el auge de la homeopatía como alternativa a la medicina) y un sentido conspiranoico de la vida.

Los partidarios de no administrar vacunas a sus hijos son aún minoritarios en nuestro ámbito. Sin embargo, la peligrosa potencialidad de sus actos -que afectan al conjunto de la ciudadanía y no solo a ellos- hacen pensar que, más pronto que tarde, deberemos arbitrar medidas de cumplimiento obligatorio en defensa de la salud y el bien común. Dirán que no es “progresista” y que es entrometerse en la capacidad decisoria de la ciudadanía. Tal vez, pero en materia de salud pública he de decir que no soy, para nada, liberal.

Lo de haber retrocedido en el tiempo es una sensación que también se experimenta en otros ámbitos. Si miramos a lo acontecido en el panorama político, la trepidante acción de los protagonistas que compiten por la notoriedad en la campaña nos deja diversos escenarios. Leónidas y sus espartanos, jaleados por las encuestas (tienen más voto oculto que el que les vaticinan los estudios) y su capacidad de movilización nos han querido llevar a tiempos de don Pelayo, la reconquista y Covadonga. Desde la gruta de la santina han iniciado su particular campaña de épica y escapulario contra los “infieles” y la “invasión islámica”.

Casado ha ido más lejos. Con Suárez Illana se fue hasta la época de los neandertales, pero sus postulados en relación a las libertades individuales (aborto, igualdad, eutanasia, etc.) nos recordaron los tiempos del Concilio de Trento (como muy próximo). Especialmente memorable ha sido la mención de la candidata popular madrileña que ha decidido incorporar a los “concebidos no nacidos” a la “unidad familiar”. Toda una ocurrencia con efecto de deducción en el impuesto de la renta. Pero, para milagro, la vuelta a la vida de Aznar y su peregrinaje por las circunscripciones en las que el PP se juega el ser o no ser con la “derecha valiente” de Abascal. Con Aznar como Lázaro redivivo, se ha vuelto a poner de moda la letanía de “independentistas, comunistas y terroristas”. ¿Será porque se acerca la Semana Santa? Solo falta ver a Teodorín cantando saetas.

El que parece haber caído en un agujero negro es Rivera, otro que acaba de darse cuenta de las perrerías que es capaz de hacer el señor D’Hont. Alguien le ha advertido de que en muchas fotos no va a salir porque quien parte y reparte se queda con la mejor parte. Tal vez por eso abrió campaña en Pedraza, un bonito pueblo segoviano donde se come un lechazo espectacular. El líder de Ciudadanos quiso, por primera vez, separarse en la estrategia de sus compañeros de foto en Colón y en lugar de mirar al pasado nos ha pretendido teletransportar al futuro. Su primera comparecencia electoral fue en holograma. Como de ciencia ficción y realidad aumentada. Tan artificial como el partido naranja.

Sánchez también ha retrasado las manecillas del reloj, aunque levemente, pues ha querido reverdecer su pasado resistente frente a la adversidad arrancando campaña en Dos Hermanas (Sevilla) origen de su resurrección particular. En ese salto al pasado reciente, los socialistas han recuperado también el “No es no”. Y, ante la desintegración del bloque del Este y la posible pérdida de influencia de los soviet de morado, algunos de los suyos ya piden, por lo bajini, recobrar la santa alianza firmada con Albert Rivera.

Veremos con que Sánchez nos vamos a encontrar. Con el del 155, con el del “no es no”, o con quien lideró una moción de censura.

Peligro. Sarampión. A vacunarse.