sE equivoca el que crea (si es que hay alguien que lo cree) que el día después del 1-O, Carles Puigdemont va a declarar la República Independiente de Catalunya mientras Rajoy se queda mirando con cara de tonto. Y no porque Mariano Rajoy no sea capaz de poner cara de tonto, que alguna vez lo ha hecho, sino porque puede impedirlo y por lo tanto lo va a impedir. Yo supongo que eso lo sabe hasta Puigdemont, que simplemente espera a ver de qué modo les van a cortar el rollito (obviamente antes del primero de octubre) para después poder lamentarse de ello.

Pero se lamentará con razón. Parece ridículo que quienes llevan años cerrando todas las puertas a los numerosos intentos que desde Catalunya se han ido haciendo para reordenar su relación con el Estado (comenzando con el amputado Estatut de 2006, en el que muchos sitúan la línea de salida de la actual deriva soberanista), ahora se echen las manos a la cabeza diciendo que los independentistas se están saltando las leyes. ¿Acaso se les ha dado la más mínima oportunidad de no saltárselas? ¿Alguien ha escuchado al 80% de catalanes que clamaba por un referéndum pactado y legal? ¿Para qué sirve, entonces, la democracia?

En cualquier caso, resultan interesantes los movimientos que está empezando a haber en el PSOE de cara al post 1-O. Porque saben que ahí es donde se va a abrir el melón. Ximo Puig diciéndole a Rajoy que los valencianos se sienten “ciudadanos de segunda” y Susana Díaz contestando a la reflexión de su secretario general de que Catalunya, Euskadi y Galicia son naciones en términos históricos: “Lo que tengo claro es que Andalucía no es menos ni que Cataluña, ni que Euskadi ni que Galicia”, sentenció la trianera. Pero esta afirmación puede significar dos cosas.

Una es que la presidenta andaluza se mantiene firme en lo que ha venido diciendo hasta este mismo momento; y no es otra cosa que nación no hay más que una (grande y libre para más señas) y que Andalucía no es menos autonomía que Euskadi, Catalunya y Galicia, pero nada más que eso: autonomía. La segunda lectura es que la derrotada en las primarias de PSOE está viendo que no le queda otra que alinearse con Sánchez en el tema de la plurinacionalidad, pero que si esa va a ser la bandera que ondee en el PSOE sanchista, a la lista de naciones futuribles se tiene que unir por lo menos Andalucía.

¿Otro ‘café para todos’? La cosa tiene cierta gracia. Uno, que vive en tan soleada tierra, recuerda que en el debate que se abrió en 2006 para la reforma del Estatuto Andaluz (a rebufo del Estatut), sus ciudades se vieron inundadas de carteles desplegados por el Partido Andalucista: “A Andalucía, “Nación”, le interesa”. No que fuesen una nación, no que quisiesen serlo, pero que les interesaba. No se comieron una rosca, por cierto, y a estas alturas son un partido residual.

Una década más tarde, Susana Díaz, que en su tiempo abominó del uso del término para referirse a Andalucía, parece aferrarse a aquello tan español como el “donde dije digo, digo Diego” y se antoja que insinúa ahora que si Euskadi y Catalunya van a ser naciones en el nuevo planteamiento socialista obrero español, a Andalucía también le interesa serlo.

Y si los tiros van a ir por ahí, que pueden ir, es simplemente cuestión de tiempo que los socialistas de las demás regiones que se reconocen como nacionalidades históricas aunque no tuviesen autonomía previa al franquismo, que además de Andalucía son Aragón, Comunidad Valenciana (ya le ha dicho Puig a Rajoy que en el post 1-O se ha terminado lo de ser ciudadanos de segunda) e Islas Baleares, se sumen a esta reivindicación. ¿Y si lo son vascos, catalanes, gallegos y andaluces? ¿nosotros por qué no? No queremos, pero? ¡también nos interesa!

Y ante esto, ¿qué van a decir los asturianos, orgulloso principado cuna de la Reconquista y con simpática habla de la que algunos dicen que no es dialecto sino lengua? ¿Qué van a decir los castellanos, el reino de cuya fusión con Aragón nació el germen de España tal y como la conocemos ahora, más o menos? ¿Qué van a decir los extremeños, que pueden esgrimir razones como mínimo tan válidas como las de los andaluces? ¿Qué van a decir los canarios, cuya lejana insularidad les hace singulares por definición? Pues, seguramente, que a ellos también les interesa.

Y a fin de cuentas, si lo que se acaba reivindicando desde el PSOE es un nuevo café para todos, donde todos aspiren a ser naciones históricas en el marco de una España plurinacional? ¿qué habrá cambiado? Poco. ¿Dará esto una alternativa de solución al reto territorial que tiene el Estado? Por supuesto que no. Plurinacionalidad puede significar mucho, o puede no significar nada y me temo que Sánchez no va a tener el valor de coger el toro por los cuernos. También que si acaso lo tuviese, no le iban a dejar hacerlo.

Hablando de cafés y de deseos y de intereses, se me ocurre una aportación a este galimatías. Están los que quieren café, están los que les interesa pedir café y a lo mejor hay alguno que simplemente quiere una gaseosa: no veo reivindicando ser naciones históricas a Murcia, La Rioja, Cantabria, Madrid (tan grandota ella) y unas Ceuta y Melilla que seguramente no quieran abrir absolutamente ninguna rendija por la que pueda colarse el afán marroquí de reintegrar esas ciudades a su soberanía.

Una propuesta asimétrica Poco después del todavía recién conmemorado vigésimo aniversario del fin de la guerra en Bosnia, en enero de 2016, recordaba en un artículo que dicha guerra bien podría haberse evitado de haberse puesto en práctica un plan que, encabezado por los presidentes de las aún yugoslavas repúblicas de Bosnia-Herzegovina y Macedonia, proponía crear una Federación Asimétrica en la que, manteniendo la unidad del Estado, se contemplasen básicamente tres categorías de repúblicas federadas. En una escala de más a menos autogobierno respecto a Belgrado, arriba estarían Croacia y Eslovenia (con un estatus de cuasi-independencia, aunque englobadas en la Federación), abajo Serbia y Montenegro (que si de ellas dependiese no tendría autogobierno ni el tato), y en medio, el resto de las repúblicas. Ese plan podría haber evitado la guerra, pero Miolsevic, que la quería, lo descartó. Desgraciadamente, los seres humanos nunca aprendemos de los errores ajenos.

En el Estado Español también podríamos hablar de tres categorías: aquellos que quieren un café bien cargado, aquellos a los que simplemente les interesa pedirlo porque ven que lo piden los primeros pero que por ellos a lo mejor se pedían simplemente un descafeinado y los que prefieren tomarse una horchata.

¿No sería mejor proponer pedir a la carta que servir, una vez más, café para todos, aunque sea esta vez en tazas de diseño?