EL pasado domingo se desarrolló una interesante iniciativa, conjugando la actividad deportiva con la de recuperación de la memoria histórica, de ascenso al monte Sollube, uno de los montes bocineros desde los que se anunciaba a los bizkainos la convocatoria de su órgano político supremo, sus Juntas Generales. Un buen lugar para la memoria, que no recuerda una batalla sino los albores de la democracia.
La organización política tradicional de Bizkaia, desde su formación durante la Edad Media, expresada en su Fuero, ha tenido, al igual que otros territorios vascos, características muy peculiares que la han distinguido muy significativamente de otros países de su entorno geográfico, en Europa occidental.
Base de legitimidad
La base de la legitimidad política la constituía la voluntad de sus habitantes y su administración se confiaba a quienes estos elegían. A nivel local, en las anteiglesias bizkainas se elegían a uno o dos de sus vecinos, normalmente denominados fieles, para que ostentaran la autoridad municipal durante uno o dos años. Algo muy semejante, incluso en ocasiones hasta en dimensiones, a lo de nuestras modernas comunidades de vecinos cuando eligen presidente. Estas elecciones se realizaban según la costumbre de cada lugar, a veces por votación, otras por sorteo, otras por turno de las familias o caseríos.
Para elegir a las autoridades de un nivel superior al local se realizaban Juntas de cada valle, llamadas de Merindad, donde los vecinos elegían a quienes les habían de representar en ellas. También se celebraban cada uno o dos años y se elegían uno o dos apoderados por localidad que normalmente junto a su elección recibían de la asamblea vecinal instrucciones relativas a los temas que se iban a tratar. Su elección también podía efectuarse de distintas maneras. En algunos lugares y épocas podía acostumbrarse a que los mismos fieles fueran los apoderados, en otras se elegían por votación o sorteo. Lo que era común y básico en el sistema foral era la consideración de que eran los vecinos de cada localidad los que tenían la potestad de decidir quiénes debían representarles.
Esto mismo se daba para componer el órgano máximo político de toda Bizkaia, sus Juntas Generales, conformadas por los elegidos por cada una de sus localidades, en representación de sus vecinos. Juntas Generales que se celebraban normalmente cada dos años y en las que se trataban todos los temas de interés para toda Bizkaia, se decidía sobre ellos y se elegía además un Gobierno ejecutivo de todo el Señorío para el periodo en el que no estaban reunidas, conocido como la Diputación.
El mejor de los posibles
El fundamento democrático de esta organización política no implica que Bizkaia fuera una arcadia feliz. Que no hubiera ricos y pobres, aunque las desigualdades sociales fueran también muy inferiores a las de otros países de su entorno. Que no hubiera corrupción. Que no hubiera, en muchas ocasiones, desvirtuación y mala aplicación de estos fundamentos políticos. Pero la base de este sistema, para quienes pensamos que la democracia es la forma más justa de organización política, sí se parecía al mejor de los posibles en su momento y contexto.
Esto lo pensaron también, durante la Revolución Occidental, a finales del siglo XVIII, muchos de sus más destacados pensadores y líderes, que buscaban eliminar la injusticia de la división de las personas en castas o estamentos, proclamando el derecho a la igualdad, la libertad e incluso la felicidad de todos los seres humanos y encontraron en Bizkaia y otros territorios de nuestro pequeño país, donde la ley reconocía la igualdad jurídica de todos sus habitantes, hombres y mujeres, un modelo de organización política democrático a considerar e incluso a imitar si fuera posible.
Así, John Adams, el segundo presidente de los Estados Unidos de América, que clasificó a Bizkaia entre las Repúblicas democráticas de la época en Europa, decía de nuestros antepasados: "Mientras sus vecinos han resignado desde hace mucho tiempo sus pretensiones en las manos de reyes y curas, esta gente extraordinaria ha preservado su antigua lengua, genio, leyes, gobierno, y maneras, sin innovación, mucho más que cualquier otra nación en Europa".
El empeño español
Esta realidad de nuestro pasado, del sistema político tradicional vasco, no deja indiferentes a quienes promueven un proyecto nacionalista español que niega nuestra identidad, nuestra diferencia y, mucho más, cualquier ventaja o bondad que pudiera encontrarse en él. Por ello, la historiografía nacionalista española no ha escatimado esfuerzos y medios en buscar y magnificar cualquier defecto o tara que pudiera encontrarse en el sistema foral para desvirtuar el reconocimiento de su base democrática.
Voy a hablar ahora de uno solo de los muchos tópicos que se emplean en este empeño: la prohibición del uso del euskera en las Juntas Generales. Dice el tópico: "Los junteros tenían obligación de hablar en español". Y viene un silogismo: como la mayoría de la población no lo conocía, la mayoría de la población no participaba, luego el sistema no era democrático. Una mentira que se repite muchas veces por ignorancia pero siguiendo el juego a un interés concreto. Sin contrastar las fuentes. Sin espíritu científico. Se dice y así será. Se repite y acaba tomándose por verdad.
A lo largo de los siglos en los que el ordenamiento foral ha estado vigente, hasta que fue abolido por la fuerza de las armas, se han dado coyunturas muy diversas. En ocasiones, más de una vez en pugnas del Señor con el resto del Señorío, título que desde el siglo XIV ostentaban los reyes de Castilla, se han promulgado disposiciones contrarias al Fuero. Por el Señor o por su representante en Bizkaia, el Corregidor. A veces con intención, otras por mera ignorancia. En la mayoría de las ocasiones, el Corregidor, que debía ser de fuera de Bizkaia, desconocía el idioma de la mayoría de sus habitantes, el euskera. Si todos le hablaban en castellano, más cómodo para él. Y en varias ocasiones se promulgaron decretos ordenando que todos los apoderados hablaran en castellano, como otros muchos contrafueros. Estos decretos podían llegar poco menos que a nada, porque el fundamento del sistema era que la potestad de la elección de los apoderados era de cada una de las localidades.
El discurso de Zamacola
Yo desarrollé mi tesis doctoral sobre la Zamakolada, una rebelión que se dio en Bizkaia en 1804, y he podido y debido consultar la documentación de aquella época. En la que el euskera se hablaba algo menos que en los siglos anteriores, en los que, episódicamente, se habían dictado los mencionados decretos. En este acontecimiento fue muy importante el discurso que en las Juntas Generales celebradas en Gernika en julio de este año pronunció Simón Bernardo de Zamacola.
Se preguntará el lector ¿en qué idioma? En castellano y euskera. Primero lo pronunció en castellano. Le entendió el Corregidor. Y luego repitió el discurso completo en euskera. Todo ello le supuso un esfuerzo oratorio nada menos que de tres horas. ¿Lo hizo por una cuestión de imagen o corrección política? No. Lo hizo para que la mayoría de los junteros le entendieran y poder convencerles de que votaran a favor de su propuesta. Porque en Bizkaia, en 1804, la mayoría de sus habitantes hablaban euskera. Y la mayoría de los que eligieron para representarles, por lo mismo, también. Y seguramente ninguno recordaba entonces ningún decreto del siglo XVI o XVII de imposición lingüística de la corona española.
De las Juntas Generales que sucedieron a estas, en agosto, por si a alguno le quedara duda sobre el idioma mayoritario de los habitantes de Bizkaia y de sus representantes en sus Juntas Generales, tenemos suficientes testimonios sobre la cuestión idiomática, más que nada por los problemas que tenía el Corregidor, Luis Marcelino Pereyra, para entender lo que en ellas se decía y hacerse entender. El plan de reforma militar causante de la rebelión fue leído en su texto en castellano y traducido también al euskera; cuando se realizaba la lectura de cada capítulo en este último idioma se seguía un gran murmullo de desaprobación de la mayoría de los junteros.
El euskera de Murga
El Corregidor recurrió a la ayuda nada menos que de José María de Murga para que tradujera al euskera sus palabras. Murga ya desde los veinte años había destacado por su capacidad de traducción de textos latinos, italianos, franceses y griegos, y resulta curioso el comentario que hizo de que su dialecto de euskera de Markina no resultara muy comprensible para muchos apoderados de la Merindad de Uribe, que necesitaron la ayuda de otros traductores. ¿Dónde queda, en la realidad, la supuesta imposibilidad de que los euskaldunes fueran elegidos para las Juntas Generales de Bizkaia, argumentada para negarle su carácter democrático?
Sirva todo esto para que los lectores reciban con espíritu crítico cualquier opinión que sobre nuestro pasado pueda tender a cuestionar lo que nuestros antepasados pudieran haber hecho bien o les pudiera haber distinguido para su favor, de nuestros vecinos españoles o franceses. Porque se puede ver con este ejemplo sobre uno de los muchos tópicos que pretenden cuestionar nuestra historia y que a veces no resisten no ya el contraste con las fuentes para su conocimiento, sino ni siquiera su valoración por el sentido común.