A la secretaria general y ya exvocera del PP, Cuca Gamarra, le odia la tele y es por su culpa. La antipatizan sus rictus de ira, agresividad y enfado, además de su sonrisa forzada. Ignora que la cámara nos extrae el alma y que comunicamos con todo el cuerpo. Cuando hablamos nos exhibimos y somos vulnerables.
¿No tiene la política riojana quien le aconseje hacer un curso de imagen, oratoria y lenguaje corporal? Hay especialistas que corrigen los tics y defectos de expresión y mejoran la eficacia en las comparecencias públicas. Cuca cree, como muchos jefazos empresariales, que la gestión de la imagen y su retórica es teatro de marionetas y que interesan los hechos objetivos, el qué y no el cómo. Se equivocan, más allá de que en un mundo auténtico solo se valoraría la sustancia.
Una de las peores pifias de Gamarra es confundir vocalizar (“articular claramente los sonidos de una lengua”) con bocalizar, que en ella es el movimiento desaforado de la boca al hablar con excesivo y cómico frenesí. La exalcaldesa de Logroño cuando habla mueve los 43 músculos faciales y no se concede pausas, lo que la convierte en pasto de memes en redes y chanzas en El Intermedio de La Sexta.
Además de su estilo de guiñol, se cierne sobre ella la fama de gafe y cierto patetismo, pues tras su traición a Casado, de quien fue lugarteniente, acompaña ahora a Feijóo en el fracaso de su asalto al poder. Por sus penurias y demasías Cuca Gamarra sufre un gran desgaste, de no tomarse en serio la fiereza de las cámaras, lo que tampoco parece importar a los periodistas oriundos de Radio Euskadi, caso de Xabier Lapitz con sus tertulias en ETB-2 hechas en modo radiofónico.
La tele es imagen en su plena dimensión: te adaptas, cultivando tu entera presencia y hasta el mínimo gesto, o te ridiculiza.