No siempre se alude a las alarmas cuando vienen mal dadas, pero si ocurre, por ejemplo después de una actuación penosa, cuidado. En el caso del Athletic, hasta la fecha nadie de dentro se había atrevido a hablar claramente de lo que está ocurriendo. Salvo alguna excepción, tampoco en el entorno se le ha hincado el diente como merecería a la dinámica del equipo, pese a que esté siendo bastante reveladora en clave negativa.
Si se revisa con perspectiva el corto tramo consumido del calendario, existen suficientes razones para preocuparse. Una manera de realizar este ejercicio sería fijando la atención en los resultados, para muchos lo único importante en el marco de la competición. Un repaso cronológico aporta mayor información que fijarse solo en su reflejo en la clasificación: descubrimos entonces que el Athletic ha sumado cinco de los últimos 21 puntos. Este registro no se ha traducido en una debacle gracias al pleno protagonizado en las tres primeras jornadas, pero señala que desde agosto está viviendo de las rentas, que no ha avanzado lo que sería deseable y, lo más grave, que semejante dinámica revela una decadencia que, además, amenaza con prolongarse en el tiempo.
Los resultados importan, pero en general dependen del contraste del potencial propio y el ajeno. Algún partido se resuelve de modo inesperado, a favor o en contra, pero a cada equipo le corresponde una cadencia de puntuación según el rendimiento que ofrece y va añadiendo a su cuenta los puntos que merece. El Athletic, que posee una idea bien definida del juego, una personalidad, unas cualidades colectivas y alguna deficiencia, ha dejado de ser un grupo fiable, no está siendo consistente, regular. Por eso cae en casa con Alavés y le cuesta empatar con un Girona en caída libre o sufre como un perro para deshacerse de otro colista, el Mallorca, se marcha de Elche sin un mísero remate comprometedor, en fin, lo pasa mal en todas las jornadas mencionadas y no mucho mejor en Mestalla o La Cerámica, donde se limitó a insinuar una mejora durante un rato y ya.
Y ese sendero recorrido sin poder disimular una serie de síntomas de debilidad que se repiten como el ajo, desemboca en lo del sábado contra el Getafe. Ahí la gente explota, le duele asistir a un alarde de impotencia en casa; le molesta ver esa imagen de su equipo y, probablemente, serán unos cuantos a los que el fiasco les pillará desprevenidos. Sin embargo, un patinazo de este calibre era algo que se veía venir y no vale escudarse en que el miércoles hubo partido de Champions. No, porque antes de las tres citas recién gestionadas, hubo quince días sin competición y se supone que ese período posibilitó la recuperación de hasta cinco jugadores aquejados de problemas físicos.
Los cinco estuvieron en Elche y repitieron ante el Qarabag, solo cuatro llegaron para medirse al Getafe. El que faltó ingresó en la enfermería con un diagnóstico grave, pero antes no dejó de ser alineado ni un día, cuando su estado de forma aconsejaba que parase. Otro, que se apellida como el anterior, continúa siendo una sombra de sí mismo lastrado por unas molestias cuyo origen se sitúa al menos un año atrás. Todo lo cual no impide que en una tarde aciaga en el plano personal desde el minuto uno, sume noventa y tantos más habiendo cinco sustituciones. No son los únicos que están lejos de parecerse a sí mismos y habitan en el quiero y no puedo, pero nada de esto y de otras realidades similares mejora con el discurrir de las semanas y entramos en noviembre.
Valverde declara que el último marcador obliga a “estar pendientes de muchas cosas”. ¿Por qué? Pues lo explica con una perogrullada: “No estamos tan bien como el año pasado”. Y añade que la Champions “no es nuestra competición, nos quita energía”. Cierra su reflexión asegurando que “cada punto vale su peso en oro, incluso el que hemos perdido hoy”. Bueno, aparte de que ante el Getafe perdieron tres puntos, esto suena a reconocimiento explícito de la delicada situación en que se ha sumido el Athletic. ¿Alarmismo? No, en absoluto.