NI la frescura propia ni las angustias ajenas tuvieron la influencia prevista en el derbi. En el juego y en el marcador solo pasó lo que Osasuna pretendía que ocurriese: una tónica que por reiteración va camino de convertirse en un clásico en San Mamés. No sin antes felicitar al visitante, pues no está al alcance de cualquiera plantar cara al Athletic en aspectos como concentración, intensidad o tenacidad durante noventa minutos, habrá que admitir que el 0-0 rebaja unas décimas el clima de euforia que rodea las andanzas de los rojiblancos en el inicio de la fase decisiva del calendario.

Un mal día no deja de ser eso, un día malo; una tarde donde casi nada sale como se supone que debería. La frescura recuperada en dos semanas sin competir, en vez de favorecer el habitual ritmo saleroso del equipo se vio contrarrestada por esa energía que en ocasiones desprende el más necesitado. Hasta el descanso se asistió a un ejercicio de impotencia puro y duro. Luego, en el segundo acto, el Athletic fue capaz de meter una marcha más, pero siguió tropezando en su impericia. Enfilado el último tramo, la amenaza se desvaneció por completo: un amago de remate en media hora larga resume el descorazonador panorama que para los intereses rojiblancos fueron tejiendo ellos mismos y la fidelidad de Osasuna a su planteamiento de rompe y rasga.

El partido quizá no diera mucho de sí por lo que aconteció sobre el verde, aunque varios aspectos merecen una reseña. En clave positiva, por ejemplo, el rendimiento de Unai Nuñez. El último de la fila en la nómina de centrales volvió a hacer bien su trabajo, lo cual no es fácil cuando se compite de Pascuas a Ramos. Es verdad que, excepcionalmente, el domingo enlazaba su tercera titularidad y eso ayuda. Cerca de la conclusión de la temporada cabe afirmar que ha cumplido con nota la misión para la que fue captado en verano.

Lo que causó extrañeza fue su sustitución a diez minutos escasos de la conclusión. Si la razón era que vio la amarilla en el minuto 38, tal como estaba el partido más sentido hubiese tenido retirar a Yeray, que estuvo de principio a fin expuesto a cumplir ciclo de amonestaciones y perderse la final de La Cerámica. Esta situación concreta invita a profundizar en el tema de los cambios, especialmente en los que no se produjeron.

Sí, resulta inevitable referirse a Oihan Sancet, pero no solo a él. Tras ausentarse en cinco encuentros por una lesión, el máximo goleador del equipo entraba en la convocatoria. Era predecible que empezase en el banquillo, pero en absoluto que ni calentase en la banda para disponer de unos minutos. Más allá de la prudencia que reclamaba su larga estancia en la enfermería, en su vuelta concurría un hecho extradeportivo al que se aludió en la rueda de prensa previa al derbi utilizando el término “ruido”. Ernesto Valverde despachó con agilidad el asunto y optó por agarrarse al citado eufemismo: “También hay ruido con respecto a muchos jugadores. Igual que los demás. Ningún problema”.

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Vale, la respuesta daba a entender que Sancet se hallaba en idéntica tesitura a la del resto de los suplentes. Sin embargo, a la hora de la verdad se comprobó que no. Acabado el derbi, en la sala de prensa alguien lanzó la pregunta lógica y, en tono desganado, Valverde dijo: “Es verdad que no ha calentado, pero también pensaba en que Canales nos podía venir bien en ese momento y en esa posición, pero bueno no le doy mucha importancia”. Lo malo es que la tiene. Si tal como iba el derbi, realmente pensaba que era mejor recurrir al chaval que al futbolista más diferencial de la plantilla para buscar una victoria que se escurría, pues estupendo. Claro que con su decisión y la explicación ofrecida, en vez de contribuir a que el “ruido” remita, el técnico logra justo el efecto contrario.

Y para completar la ecuación: ¿tampoco Djaló, que acumula cero minutos en tres compromisos consecutivos después de obtener el alta médica, vale para tratar de romper el empate a cero? Es significativo que ya nadie se moleste en preguntar por el fichaje del año.