El fichaje y la irrupción en el equipo de Maroan Sannadi, bien podrían utilizarse como material para elaborar uno de esos guiones que, trasladados a la pantalla, logran calar en el espectador de inmediato. El chaval protagoniza la típica historia que mezcla lo sorprendente con lo positivo, en la línea de esas películas amables, aptas y recomendables para todos los públicos, que de vez en cuando llegan a la cartelera sin hacer ruido y desplazan a las grandes producciones envueltas en apabullantes campañas de marketing.
Maroan llegó de incógnito procedente del Barakaldo, coincidiendo con su cumpleaños, para que no faltase ningún detalle. Cumplía 24 años cuando era presentado con la camiseta del Athletic y, sin tiempo para asimilar el formidable salto, viajó con sus nuevos compañeros hasta Sevilla, donde lógicamente quedó inédito. No era cuestión de exagerar el tono del relato, apenas había pisado Lezama en los días previos, de modo que se limitó a corretear un rato por la banda del Benito Villamarín y a seguir el partido con los ojos como platos.
Seis días después, debutaba en su nueva casa. Saltaba al césped de San Mamés para darse a conocer en medio de una atronadora bienvenida. Nadie hubiese dicho que aquello era un estreno en la élite: se desenvolvió con una soltura impropia. A lo largo de media hora fue capaz de mostrar sus credenciales. Le salieron la mayoría de las cosas que intentó, otras no, pero sumadas todas quedó flotando la sensación de que la experiencia en absoluto le había superado.
El fin de semana siguiente dio otro paso en su veloz escalada a la fama, su nombre figuró entre los once elegidos para afrontar un nuevo compromiso. Jugó el partido casi completo, pudo exhibir una parte de su repertorio, nada demasiado llamativo, pero cumplió en una tarde de fútbol gris. Gris también porque además se vio implicado en un desagradable incidente ambiental. Quizás no sabía que se hallaba en un escenario reincidente en manifestaciones racistas.
Hasta aquí, una somera descripción de la gran aventura recién iniciada por Maroan, nacido en Gasteiz, de padres inmigrantes que viajaron desde Marruecos, euskaldun y muy despierto para manejarse ante los micrófonos. Ahora toca profundizar sobre los porqués de su actual vivencia. Puesto que no cabe ninguna duda de la existencia de unas razones que habrían dado forma a su apretada agenda de las últimas semanas. Como tampoco cabe dudar de que Maroan está dando mucho que hablar.
De entrada, porque se sale de lo ordinario que a su edad y sin más antecedentes reseñables que su acierto rematador en una categoría menor durante media temporada, un club de Primera inmerso en una dinámica ascendente y exitosa, de repente reclame sus servicios. Y esté dispuesto a abonar una cantidad de dinero importante, en torno a los cuatro millones y a extender un contrato de larga duración. Y todo ello en estas fechas, un período de mercado diseñado para abordar operaciones de urgencia.
Maroan es un delantero que recala en una plantilla que el pasado curso mejoró de forma ostensible su registro goleador, cuestión capital en la conquista de sus objetivos deportivos: título de Copa y plaza continental. En el vigente, el Athletic ha demostrado que su auge no fue flor de un día, goza de una posición privilegiada en liga y en la Europa League. Más o menos su producción ofensiva se mueve en cifras similares, a pesar de que en verano el club incorporó a un jugador de ataque que, de momento, no ha respondido ni de lejos a las expectativas o a la previsión realizada por quienes avalaron su adquisición por una módica suma que ronda los veinte millones. Por no mentar a Martón.
Cierto que, al ariete titular, autor de dieciséis goles la temporada previa, parece haberle abandonado la inspiración, pero el equipo lo ha compensado con otras aportaciones. No obstante, se diría que el técnico quiere apuntalar dicha demarcación con un perfil distinto al de Guruzeta y tiene prisa, de lo contrario no asistiríamos a la acelerada promoción de Maroan.