Los tres goles que marcó en la portería del Girona, de nuevo han colocado a Oihan Sancet en los altares. Ese acierto le destaca como el máximo realizador de la plantilla, a pesar de los diez encuentros oficiales que se ha perdido por contratiempos físicos. Le vale además para establecer su mejor marca desde que subió al primer equipo en la campaña 2019-20.
El sábado disputaba el cuarto partido desde que recibió el alta médica, el segundo como titular. Volvió ante el Leganés y apenas se dejó ver en la media hora que le dio Valverde. Cuatro días después, contra el Viktoria Plzen, salió del banquillo y dejó tres pinceladas de su cosecha, incluido el pase para que Martón catase la gloria. En el Villamarín firmó el tanto que supuso el empate definitivo.
En estos encuentros se notó que le faltaba aire y piernas tras cinco semanas en la enfermería. Impresión extensible a su última actuación. Sin embargo, no fue un impedimento para que se llevase a casa el balón firmado por los compañeros. No participó demasiado en la construcción del juego, pero estuvo implicado en media docena de ocasiones de gol. La mitad de todas las generadas por el Athletic en el área de Gazzaniga. Y siempre como finalizador, no como asistente o pasador, una de sus especialidades.
En el minuto 71 se apreció con nitidez el déficit físico ya comentado: recorrió a la carrera la mitad del campo y perdió la ventaja de que gozaba al pisar el área chica, donde un defensa le impidió armar el tiro. Pero qué más da si en una condición física no ideal es capaz de asumir la responsabilidad de lanzar un penalti curiosito, con unas connotaciones que no es preciso desgranar, y lo transforma con pasmosa seguridad.
Qué más da si se ajusta el traje de rematador y añade a su cuenta un cabezazo sencillo, pero que requería atención y buena lectura para buscar el lugar adecuado donde recibir el regalo de Berenguer. Qué más da si con un gesto corporal del amplio repertorio que atesora, recibe con un pie para ganarle la posición a su marcador y, seguido, con el otro traza un toque sutil con destino a la red salvando el corpachón del portero.
Tener clase, lo más difícil en el fútbol, facilita adoptar un perfil distinto al habitual para establecer diferencias. Justo eso fue lo que hizo Sancet: en vez de catalizar el fútbol ofensivo del conjunto, adoptó el rol de llegador, que tampoco es sencillo precisamente. Habría que preguntarle a él si se siente satisfecho con el rendimiento que viene ofreciendo desde verano, cuando aseguró que se había propuesto dar un salto cualitativo. Uno piensa que todavía debe aportar más. Porque puede.