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Rojo sobre blanco

Paradoja europea

Hace tres meses, el regreso a Europa se miraba con cierta prudencia desde la óptica del Athletic. Una mezcla de ilusión y vértigo fundamentada en diversos factores: desde la escasa experiencia de buena parte de la plantilla en dicho ámbito hasta la densidad del calendario, pasando por un sistema de competición nuevo y, sobre el papel, más exigente. Hoy, consumida la primera mitad de la fase de grupos, todas esas deliberaciones han perdido vigencia, incluso sentido.

El equipo goza de una posición privilegiada en la clasificación, sexto entre treinta y seis participantes, igualado a puntos con el segundo, situación que a efectos prácticos significa certificar el acceso a la siguiente fase. La única duda por despejar estriba en si eludirá la eliminatoria de ajuste o lo hará de forma automática. Para asegurar esto último, es decir para terminar entre los ocho primeros, aún necesitará sumar un número de puntos de momento imposible de precisar con cuatro cruces pendientes, aunque lo probable es que añadiendo cinco o seis más a los diez que posee sea viable.

Lo más llamativo de la pequeña hazaña que está protagonizando el Athletic es la manera, cómo ha gestionado cada compromiso, cuál es el nivel que ha ofrecido. Y es que, si se revisa cada una de sus cuatro actuaciones o la totalidad de las mismas, resulta difícil hallar una correspondencia con los resultados obtenidos. Salvo frente a la Roma, día en que compitió bastante bien para conquistar el empate cerca del final, ha enlazado tres victorias con sendas versiones decepcionantes. Una paradoja que invita a afirmar que la Europa League y el Athletic están hechos el uno para el otro.