Como recordó Ernesto Valverde tras la solvente victoria sobre Osasuna, la ventaja del Athletic respecto a muchos de los rivales que se cruzarán en su camino radica en que posee una base sólida que apenas experimenta variaciones. Una reflexión que cobra mayor relevancia gracias al rendimiento global ofrecido durante el curso anterior, así como a la continuidad del entrenador.

La plantilla no suele cambiar en exceso de un año para otro, el capítulo de altas y bajas depara novedades contadas por razones de sobra conocidas. Pero esto no siempre constituye una buena noticia, como se pudo comprobar mientras el Athletic permanecía al margen de los torneos europeos entre 2017 y 2023. Los sucesivos intentos de escalar en la clasificación resultaban baldíos porque, sencillamente, el nivel no alcanzaba para cumplir un objetivo que se presumía asequible.

Sin embargo, en ese período de sequía, paulatinamente y a un ritmo excesivamente lento, se fue forjando un relevo en muchas de las posiciones de la alineación tipo. Un grupo de jóvenes fue haciéndose un sitio y desplazando a una hornada más veterana que emitía síntomas de agotamiento, al menos para aspirar a cotas más altas. El fruto de esta regeneración explica que el Athletic haya vuelto a la senda del éxito y dejado atrás una dinámica que abocaba a resignarse.

Sí, el Athletic amagaba con dar el ansiado salto de calidad, incluso flirteaba con el título de Copa; no cabía achacarle nada en términos de entrega, pero no acababa de superar el listón. En ese período donde concluía la liga en el octavo puesto, cosa que ocurrió en tres ocasiones, o era décimo o undécimo, se echaba de menos la energía que permitiera mantener cierta regularidad. A medida que se aproximaba la fase crucial de la liga, fallaban las fuerzas, los recursos se revelaban insuficientes. Ni Gaizka Garitano ni Marcelino García Toral ni Valverde en el año de su retorno a la dirección técnica, pudieron frenar lo que se antojaba un decaimiento endémico.

El equipo vuelve a exhibir esa energía necesaria para no desfallecer en el momento culminante del calendario. Salta a la vista que la progresión descansa en el asentamiento de una serie de futbolistas salidos de Lezama que no solo corren tanto o más, sino que también corren mejor. Esto último se debe a que poseen calidad, un repertorio técnico notable y que, por supuesto al igual que quienes les precedieron, han asumido que la fórmula ideal para opositar a premio; la única para codearse con los buenos, salvo que alguien demuestre lo contrario, consiste en trabajar a tope en cada compromiso.

La vistosidad de la propuesta rojiblanca se apoya en la implicación de todos con y sin balón. No basta con ser hábiles, impredecibles y efectivos en el último tercio del campo. Se exige actuar coordinadamente para robar, intimidar y atosigar a los contrarios. Imprimir ritmos elevados a las evoluciones es la clave que procura resultados contantes y sonantes. El Athletic actual propone movilidad constante, aceleración, verticalidad, en realidad las señas de identidad de toda la vida. El estilo que San Mamés agradece y ha celebrado en décadas anteriores y no solo en el siglo vigente.

Es comprensible que Valverde transmita serenidad. Los cinco futbolistas que han causado baja en la plantilla no estuvieron entre los dieciocho con mayor participación en la pasada campaña. La columna vertebral y las alternativas con las que contó, siguen a sus órdenes. Está por ver si alguno de los meritorios se sube al carro y, por si acaso, tiene un par de refuerzos en la defensa y en la delantera, líneas sin fichajes en los veranos previos.

Gorosabel domina el oficio, es inteligente para entender dónde está y qué se espera de él. Djaló, por su parte, reúne virtudes que enganchan y solo queda confiar en que logre plasmarlas en un ámbito incomparable a la liga lusa. Por de pronto, su llegada sirve para que los titulares no se acomoden y para espolear a Berenguer, que ha aceptado el reto.