EN su condición de responsable, José Bordalás estaría encantado de que se hablase de los logros del Getafe. Sin embargo, aunque no está mal empatar en Bilbao, en ausencia de éxitos o de brillo en la propuesta de su equipo, suele conseguir que la atención se centre en su persona. Ya sea por situaciones concretas que le salpican directamente y que, por ejemplo, se saldan con su expulsión, o por ser el ideólogo de una concepción futbolística que sus hombres han interiorizado y aplican sin remilgos.

El pospartido del miércoles no deja de ser un exponente más de la inmerecida, por exagerada, relevancia que en la actualidad se concede a aspectos que en realidad deberían despacharse con una simple reseña. Un episodio que en absoluto influyó en el marcador ni en el desarrollo del juego, porque tuvo lugar con el tiempo casi agotado, junto al posterior cruce de declaraciones a que dio pie, acaparó la mayoría de los análisis y valoraciones.

Quien se beneficia de ello, en todo caso, es Bordalás, que tiene perfectamente asumido el rol de víctima. Pese a que recurra a la indignación para defenderse, ser el centro de la bronca le pone. Así pues, si él gana alguien pierde. ¿Quién? El resto. Porque esa polémica amplificada artificialmente, como tantas en la sociedad en que vivimos, ese ruido que a nada constructivo conduce, resta importancia a lo que realmente interesa, si es que el fútbol interesa.

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La expulsión de Sancet, en imágenes Pablo Viñas | Borja Guerrero

Por supuesto que se ha comentado y escrito sobre el partido, pero entre los palos a Bordalás y la metedura de pata de Sancet, hay asuntos de enjundia que han quedado enterrados, omitidos, como si no hubiesen existido. Claro que se ha alabado la actitud de los jugadores rojiblancos y que sus méritos en inferioridad numérica les permitiesen eludir la derrota, pero la jornada era distinta a todas las anteriores por su ubicación en el calendario y esta cuestión pasó desapercibida.

El Athletic, como el resto, afrontaba su segunda cita en el plazo de una semana. Contaba con la ventaja de que dispuso de cinco días para preparar la visita del Getafe, que solo tuvo tres, pero mañana vuelve a competir, por lo que el margen de cara al desplazamiento a Anoeta se estrecha bastante. Seguro que Ernesto Valverde tuvo en consideración la primera cuestión para eludir refrescar su once, que únicamente incluyó una novedad, forzada además por la baja médica de Galarreta. Poseía, por tanto, una disculpa a mano para no realizar un reparto de minutos más generoso en la plantilla.

Cabría añadir que, pese a la objetividad del argumento mencionado, el técnico del Athletic acostumbra a operar así cuando la agenda se comprime. Siempre que puede, evita cambiar y normalmente puede casi siempre porque los cálculos que baraja para continuar apostando por los mismos son los suyos.

El método que aplica a la gestión de sus bazas equivale a trazar una línea gruesa que separa a los titulares de los suplentes. Unos y otros saben a qué atenerse. La nitidez del mensaje que envía al vestuario es patente. Ahora bien, se presta al debate que tal proceder sea el conveniente. Si se repasa la trayectoria del Athletic a lo largo de la pasada temporada, podría decirse que no. El equipo llegó sin fuelle al tramo decisivo. El desgaste físico de un bloque que invierte un enorme esfuerzo en cada actuación, sumado a las lesiones y al déficit de confianza de los menos asiduos, se cobró una factura que puso fuera del alcance las metas propuestas, en liga y en Copa.

Para contextualizar el tema, apuntar que mientras el Athletic no introdujo novedades, salvo la de Herrera por el compañero lesionado, de salida el Getafe refrescó seis posiciones. El siguiente oponente, la Real, siete. ¿Cuántas tocará Valverde en el derbi? De acuerdo que la expulsión de Sancet es un contratiempo imprevisible, pero el tute que se pegaron sus compañeros no fue broma. Así todo, Valverde esperó casi hasta el final para ordenar dos de los cinco cambios reglamentarios: minutos 82 y 85. Detalle que refuerza la convicción de que la gestión de la plantilla que rige en el Athletic lleva el personalísimo sello de su entrenador. No puede pasarse por alto.