COMO refleja la información adjunta, es indiferente las fechas que se escojan para comprobar la acusada ausencia de contacto directo que en la actualidad se da en Lezama entre los aficionados y los profesionales del Athletic. Semanalmente el club anuncia el plan de trabajo, una nota que detalla el horario de cada entrenamiento y las jornadas de descanso si las hubiera. Junto a la palabra “entrenamiento” casi siempre se abre un paréntesis que advierte que será a “puerta cerrada” y con frecuencia puede asimismo leerse: “abierto para medios (de comunicación) primeros quince minutos”.

Traducido al lenguaje de la calle: nadie, ningún socio o seguidor tiene permitida la asistencia como espectador a los entrenamientos del Athletic. Y los periodistas disponen del cuarto de hora inicial para obtener imágenes del calentamiento que precede al meollo del entrenamiento, con o sin balón por medio. El efecto de este funcionamiento, una rutina que con los años se ha generalizado y hoy es una pauta rígida, es obvio: el equipo vive toda la semana aislado por completo de su entorno y este se ha de conformar con seguir al equipo a través de los medios. Una situación promovida, amparada y normalizada por el club que, en realidad, bien poco tiene de normal.

Hace años, habitualmente las puertas de Lezama estaban abiertas para el público. Así era salvo días concretos en que el cuerpo técnico decidía encerrarse y ensayar sin testigos aspectos, tácticos, estratégicos o de elección del once, que no interesa desvelar al rival de turno. Hoy, la opción de compartir espacio y tiempo con los profesionales constituye una utopía, no hay manera de cultivar un contacto visual o físico. Se ha institucionalizado que la plantilla goce de una intimidad permanente. De modo que la tónica solo se altera con motivo del partido que acoge San Mamés, donde no todo el mundo puede entrar. Por lo demás, el equipo es absolutamente ajeno a lo que le rodea, no interactúa con la gente, que es su auténtico sustento y, lo principal, su razón de ser.

Se diría que el Athletic ha copiado los hábitos de esos clubes que salen en la tele a todas horas, recogidos en una serie de tomas que muestran cómo el hincha alcanza a ver de cerca o lejos a los futbolistas cuando estos llegan o se van en coche. Escenas igualitas a las que tienen lugar en Lezama. Antes, las personas podían esperar para lograr una firma, una foto o un saludo dentro del recinto, junto a la salida del parking de los jugadores. Ahora, los pocos que se animan visto el panorama aguardan cerca de la verja de entrada a las instalaciones ocupando parte de la carretera que conduce a la general. Una imagen que, la verdad, da que pensar y certifica el nivel de penetración en el Athletic del deterioro que invade cualquier esfera de las relaciones sociales.

En el inicio del himno se canta que el pueblo ama al Athletic porque el Athletic nace o sale del pueblo. Seguro que mensajes similares aparecen en los himnos de muchos clubes, pero dicha idea cobra una dimensión incomparable en el Athletic precisamente por su filosofía. La globalización, la sofisticación, el formidable negocio en que ha derivado el fútbol de élite, no juegan a favor de la causa con la que se identifica al Athletic, de ahí que se suela decir lo que de que “somos diferentes”, “únicos”. Reivindicar la singularidad de nada vale si no se es consecuente en cuestiones como esta de Lezama, donde con tanta limitación ya no hay margen ni para que los críos de las escuelas compartan una mañana con sus ídolos, con lo que ello supone.